Al llegar a aquella parte de su relato, Armand se detuvo.
–– ¿Quiere cerrar la ventana? ––me dijo––. Empiezo a tener frío. Entre tanto, yo voy a
acostarme.
Cerré la ventana. Armand, que aún estaba muy débil, se quitó la bata y se metió en la
cama, dejando durante unos instantes reposar su cabeza sobre la almohada, como un
hombre cansado tras una larga carrera o agitado por penosos recuerdos.
––Quizá ha hablado de más ––le dije. Quiere que me vaya y que le deje dormir? Ya me
contará otro día el final de esta historia.
–– ¿Lo aburre?
––Al contrario.
––Entonces voy a continuar; si me deja usted solo, no podré dormir.
Cuando volví a cara ––prosiguió, sin necesidad de concentrarse, de tan presente como
estaban aún en su pensamiento todos los detalles––, no me acosté; me pose a reflexionar
sobre la aventura de la jornada. El encuentro, la presentación, el compromiso de
Marguerite para conmigo, todo había sido tan rápido, tan inesperado, que había
momentos en que creía haber soñado. Sin embargo, tampoco era la primera vez que una
chica como Marguerite prometía entregarse a un hombre al día siguiente de aquel en
que se lo había pedido.
Por más que me hacía tal reflexión, la primera impresión que mi futura amante me
produjo había sido tan fuerte, que sigue subsistiendo todavía. Yo seguía empeñado en
no ver en ella una chica como las demás y, con era vanidad tan común a todos los
hombres, estaba dispuesto a creer que ella sentía por mí la misma irresistible atracción
que yo sentía por ella.
Sin embargo tenía ante los ojos ejemplos muy contradictorios. y con frecuencia había
oído decir que el amor de Marguerite había pasado a ser un artículo más o menos caro
según la estación.
Por otro lado, ¿cómo conciliar aquella reputación con los continuos rechazos al joven
conde que vimos en su casa? Dirá usted que no le gustaba y que, como el duque la
mantenía espléndidamente, antes de tomar otro amante prefería un hombre que le
gustase. Pero entonces, ¿por qué no le interesaba Gastón, siendo como era simpático,
ingenioso y rico, y parecía aceptarme a mí, que le había dado la impresión de ser tan
ridículo la primera vez que me vio?
Es cierto que hay incidentes de un minuto que producen más efecto que un cortejo de
un año.
De todos los que estábamos cenando yo fui el único que se preocupó al verla dejar la
mesa. Yo la seguí, me emocioné sin poder disimularlo, lloré al besarle la mano. Aquella
circunstancia, unida a mis visitas cotidianas durante los dos meses de su enfermedad,
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La Dama de las Camelias
Classicsde Alejandro Dumas (hijo) La dama de las camelias, publicada por primera vez en 1848, es una novela firmada por Alejandro Dumas (hijo). Esta obra está inspirada en un hecho real de la vida de Alejandro relativo a un romance, que tuvo lugar en 1847...