Cuando todas las cosas de la vida volvieron a recobrar su curso, no podía creer que el
día que despuntaba no sería para mí semejante a los que lo precedieron. Había
momentos en que me figuraba que alguna circunstancia que no podía recordar me había
hecho pasar la noche fuera de casa de Marguerite, pero que, si volvía a Bougival, la
encontraría preocupada, como yo lo había estado, y me preguntaría qué había podido
retenerme lejos de ella.
Cuando la existencia ha contraído un hábito como el del amor, Y parece imposible que
ese hábito pueda romperse sin quebrar al mismo tiempo todos los resortes de la vida.
Así que me veía obligado a releer de cuando en cuando la carta de Marguerite, para
convencerme de que no había soñado.
Mi cuerpo, al sucumbir bajo la sacudida moral, era incapaz de hacer un movimiento.
La inquietud, la caminata de la noche y la noticia de la mañana me habían agotado. Mi
padre aprovechó aquella postración total de mis fuerzas para pedirme la promesa formal
de irme con él.
Prometí todo lo que quiso. Era incapaz de mantener una discusión y necesitaba un
afecto verdadero que me ayudara a vivir después de lo que acababa de ocurrir.
Me sentía muy dichoso de que mi padre se dignara consolarme de tamaña
pesadumbre.
Todo lo que recuerdo es que aquel día, hacia las cinco, me hizo subir con él en una
silla de posta . Sin decirme nada, había mandado que preparasen mis maletas, que las
colocasen con las suyas detrás del coche, y me llevó con él.
No me di cuenta de lo que hacía hasta que la ciudad hubo desaparecido y la soledad de
la carretera me recordó el vacío de mi corazón.
Y otra vez se me saltaron las lágrimas.
Mi padre comprendió que ninguna palabra, ni siquiera suya, me consolaría, y me dejó
llorar sin decir nada, contentándose con estrecharme la mano alguna vez, como para
recordarme que tenía un amigo a mi lado.
Por la noche dormí un poco. Soñé con Marguerite.
Me desperté sobresaltado, sin comprender por qué estaba en un coche.
Luego la realidad volvió a mi mente y dejé caer la cabeza sobre el pecho.
No me atrevía a hablar con mi padre; seguía temiendo que me dijera: « ¿Ves como
tenía razón cuando negaba el amor de esa mujer?»
Pero no abusó de su ventaja, y llegamos a C... sin que me dijera más que palabras
completamente ajenas al acontecimiento que me había hecho partir.
Al besar a mi hermana, recordé las palabras de la carta de Marguerite que se referían a
ella, pero comprendí en seguida que, por buena que fuese, mi hermana sería insuficiente
para hacerme olvidar a mi amante.
ESTÁS LEYENDO
La Dama de las Camelias
Classicsde Alejandro Dumas (hijo) La dama de las camelias, publicada por primera vez en 1848, es una novela firmada por Alejandro Dumas (hijo). Esta obra está inspirada en un hecho real de la vida de Alejandro relativo a un romance, que tuvo lugar en 1847...