–– ¡Por fin! ––gritó, echándome los brazos al cuello––. ¡Ya estás aquí! ¡Qué pálido
estás!
Entonces le conté la escena con mi padre.
–– ¡Oh, Dios mío! Lo sospechaba ––dijo––. Cuando Joseph vino a anunciarnos la
llegada de tu padre, me sobresalté como ante la noticia de una desgracia. ¡Pobre amigo
mío! Y soy yo la causante de todas estas penas. Quizá sería mejor que me dejaras y que
no te enemistaras con tu padre. Sin embargo yo no he hecho nada, Vivimos muy
tranquilos y vamos a vivir más tranquilos aún. El sabe de sobra que necesitas tener una
amante, y debería estar contento de que sea yo, puesto que te amo y no ambiciono nada
que tu posición no te permita. ¿Le has dicho los planes que hemos hecho para el futuro?
––Sí, y eso es lo que más le ha irritado, pues ha visto en esa determinación la prueba
de nuestro amor mutuo.
–– ¿Entonces qué vamos a hacer?
––Seguir juntos, mi buena Marguerite, y dejar pasar esta tormenta.
–– ¿Pasará?
––Tendrá que pasar.
–– ¿Y si tu padre no se conforma con eso?
–– ¿Qué quieres que haga?
–– ¿Y qué sé yo? Todo lo que un padre es capaz de hacer para que su hijo lo obedezca.
Te recordará mi vida pasada y quizá me haga el honor de inventar alguna nueva historia
para que me abandones.
––Bien sabes que te quiero.
––Sí, pero también sé que antes o después uno tiene que obedecer a su padre, y quizá
acabarás por dejarte convencer.
––No, Marguerite, soy yo quien va a convencerlo a él. Han sido los chismorreos de
algún amigo suyo los que lo han hecho enfadarse de ese modo; pero él es bueno, es
justo, y se volverá atrás de su primera impresión. Además, al fin y al cabo, ¡qué me
importa!
––No digas eso, Armand; preferiría cualquier cosa antes de permitir que crean que yo
te indispongo con tu familia; deja pasar este día y mañana vuelve a París. Tu padre
habrá reflexionado por su lado como tú por el tuyo, y quizá os entendáis mejor. No
vayas en contra de sus principios, simula hacer algunas concesiones a sus deseos;
aparenta que no tienes tanto interés por mí, y dejará las cosas como están. Ten
esperanza, amigo mío, y estate seguro de una cosa, y es que, suceda lo que suceda, tu
Marguerite será siempre tuya.
–– ¿Me lo juras?
–– ¿Necesito jurártelo?
¡Qué dulce es dejarse persuadir por la voz que amamos! Marguerite y yo pasamos todo
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La Dama de las Camelias
Classicsde Alejandro Dumas (hijo) La dama de las camelias, publicada por primera vez en 1848, es una novela firmada por Alejandro Dumas (hijo). Esta obra está inspirada en un hecho real de la vida de Alejandro relativo a un romance, que tuvo lugar en 1847...