Capítulo 8

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Tarde del mismo y trágico día.
Ya en el hospital más cercano a los suburbios: doctores, médicos y enfermeras hacen todo lo posible por ayudar a Milly. Ella sufre de estado crítico: sufre por un golpe en la cabeza.
Mientras tanto, en la Sala de espera, Samara se sienta sintiéndose devastada por su hija. Ha perdido la razón. No sabe qué pasará con su ella. Ahí también se encuentra el señor que caminaba inadvertido, el cual resultó ser una persona ciega completamente, y también ha llegado prontamente el conductor del vehículo pendenciero. Está apenado. Pero Samara, ¡su hija Milly!, es en lo único en que ella piensa obviamente.
Entretanto, afuera del edificio de donde ellas vienen, Canela está esperando regresen sus dos dueñas. Espera afuera en la lluvia meditando. Recapacita en que si es su culpa lo que ha pasado. Sin embargo, ella no lo entiende.
«¿Por qué pasan cosas así?»
Incluso pasó la vecina del piso de arriba por ahí, mas ella es más que claro que la dejó ahí por negligencia.
Más tarde, Samara llega del hospital. Baja del taxi particular en el que se trasladó hasta su hogar. Paga al chofer y cierra la puerta.
Ella agarra bien su bolso y se prepara para entrar. No controla su llanto, qué es incontrolable el sentimiento. La sensación de...
En ello, Canela ladra.
Canela aúlla desde donde la estuvo esperando a que por lo menos una de los dos volviera. Pero por supuesto que ella deseaba fuesen las dos juntas.
Y ella vuelve a ladrar (bajo). Motivo que hace enfadar a Samara.
—¡Cállate! ¡Cierra el hocico maldito animal! Tú tuviste la culpa. Tú tuviste la culpa y nadie más que tú.
Entonces le da una patada ligeramente fuerte que la arroja medio metro hacia atrás haciendo que chille muy feo al momento adolorida. Y chilla de dolor durante segundos.
—¡Silencio! ¡YA! ¡Cállate! Por mi puedes largarte. Jamás debí recogerte de ese callejón —exclama enojada—. Nunca más quiero volver a verte. No tengo dinero ni para pagar el maldito hospital y tú aún quieres saltar...
Y lanza la pelota con la que ella jugaba a lo lejos de la cera, al par que comienza a lloviznar.
Canela sigue adolorida. Samara empieza a sentirse mal consigo misma en su interior. Siente ganas de desaparecer debido a lo acto cometidos. Algunas personas la vieron y oyeron. Algunos tal vez la conoce.
Y durante ese doliente tiempo, el chófer del vehículo que transportó a Samara continua allí, mirando detenidamente afligido a través del retrovisor. Ya que, sí le pagó, pero ahora él tampoco se siente bien consigo mismo, puesto que Samara le había pagado dinero de más como propina. De tal manera, que éste baja y camina hacia la mujer para devolverle el dinero que le había regalado. Todo. Incluyendo tarifa, diciéndole simple y sinceramente: «—No se preocupe, señora. Alguien más pagó el taxi. Y espero que todo terminé bien para su familia.», cuando Samara se ha sentado en la banqueta a llorar.
Ella no entiende al momento la situación, pero luego comprendió todo.
Se sintió avergonzada al principio y muy desconsolada a la vez por vistas acciones.
Recibió el dinero sin más sin valor de mirarlo a los ojos.
De inmediato, el hombre se retira y regresa a su medio de vida con lagrimas en sus mejillas. Revisando, como siguiente, su billetera. Algo así como una vieja fotografía.
Entonces comienza el remordimiento hacia Samara por el dolor que Canela siente y le dio a entender mediante el aullido, haciendo que se corroa su corazón y decida sanarla.
Ella permaneció muy cerca cuando el hombre se acercó teniendo la pelota sujeta.
—No...,mi niña, perdóname. Perdóname, Canela. Te lo juro que. Lo lamento, mi amor. Lo siento, mi niña.
Se acerca a ella y la perrita tenía bastante miedo de que volviera a lastimarle cuando empezó a hablarle.
Samara está arrepentida.
—Canela... —ella llora—, lo lamento... Discúlpame por favor, mi bebe... Discúlpame...
La carga y sostiene en brazos, acercándose al pórtico de la puerta cubriéndose de la lluvia.
—Perdóname, por favor... No estés triste. Ya. Ya. Lo siento —sollozando—. Tú no tienes la culpa. No tienes la culpa de nada. ¡Tú no hiciste nada! Tú no hiciste nada —susurrado—. Tú no hiciste nada.
Sigue musitando. Continúa suspirando.

Mari y el muro entre nosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora