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—¡Yo voy! —el timbre suena a las ocho en punto mientras corro hacia la puerta principal con un tacón en la mano. Maldito puntual.

Abro con fuerza y mi mirada se cruza con un par de ojos turquesas llenos de vida; una sonrisa de dientes relucientes que se abre paso entre unos gruesos labios rosas cubiertos por la fina barba rubia que es motivo de suspiro por parte de muchas mujeres. Frente a mí se encuentra mi mejor amigo, Liam Carpenter.

—Siempre tan puntual... —comento en un murmullo.

—Claro que sí, alteza —bromea mientras me regala una leve reverencia—; no es mi culpa que seas una impuntual y desorganizada princesa del desierto.

—Cierra la boca y entra, payaso —una sonrisa socarrona surge de su garganta dando un paso dentro de la casa. Se detiene entonces un par de segundos y planta un beso en mi mejilla derecha, provocando la usual sonrisa que me causa ese gesto que ha sido motivo de varias discusiones y escenas de celos.

Cuando nos conocimos en la preparatoria, yo era conocida como la "chica extranjera" y todos creían que vivía en el desierto, que realizaba rituales y había visto momias como en las películas. La realidad es que llegué a este país cuando apenas tenía tres años de vida y mis recuerdos eran demasiado difusos. Liam por otra parte, era el chico apuesto pero no el más popular. Nuestros encuentros en las horas de clases eran esporádicos pero fue en la clase de matemáticas cuando nos agruparon en distintos grupos que coincidí con él.

Al principio nuestro trato era bastante formal y nos apegábamos a los trabajos, hasta que una de las integrantes decidió pedirme ayuda para poder conquistarlo. No estaba del todo convencida, puesto que no éramos muy cercanos pero la insistencia de ella me orilló a aceptar.

Una tarde quedamos en ir a su casa con la idea de que al finalizar un par de operaciones, fingiera que mi madre tenía una emergencia y debía partir en su ayuda, dejándolos solos para que pudiesen entablar una conversación y algo más. Para ese entonces, Carpenter era conocido como un mujeriego aunque trataba de disimularlo sin mucho éxito.

Llegado las tres de la tarde y luego de haber completado gran parte de los ejercicios, Cristel decide ir al baño para así dar paso a la fase dos; llamar a mi móvil y fingir ser mi madre. Una vez terminada la genial actuación que tuvo hasta gritos de dolor por una inexistente piernas rota, me disculpo con ambos cuando ella vuelve a aparecer y aviso de mi "inesperada" partida.

Antes de poder poner un pie fuera de la casa, ocurre algo que nadie previó. Un border terrier llamado "Tyson" se hace presente frente a nosotros tres; la cara del animal parecía deformarse ante la rabia y sus gruñidos eran amenazantes, a pesar de ser un perro diminuto.

No hubo mucho que hacer, fueron cuestión de escasos segundos y el querido peludo había aferrado sus dientes en la entrepierna de la conquista de mi compañera. Los gritos de ambos sólo lograban hacer más desesperante la situación hasta que unas carcajadas llevaron mi vista hacia las escaleras.

Y allí fue la primera vez que vi a Agnes; era una muchacha delgada y alta, poseía el cabello sumamente largo de un castaño oscuro que combinaba con el castaño de sus ojos, resaltando su blanca piel. Su mirada era de completo goce y diversión, llegó al punto de tener que apretar su estómago con los brazos para aminorar la risa que ya se hacía extrema.

Los padres de ambas habían llegado a la casa minutos después, alarmados por los gritos de ambos. Con extremo cuidado, Melinda relajó a Tyson para que éste deshiciera su agarre y así liberara a Liam de su tormento. Cabe decir que el regaño cayó en los hombros de Agnes, puesto que ella sabía que su mascota detestaba a los hombres desconocidos; poco le importó pues seguía riendo sin darle mucha importancia a las palabras de sus padres.

La Boda de Neferet Donde viven las historias. Descúbrelo ahora