- 5 -

32 6 8
                                    

—¡Esta carne asada está para morirse! —Agnes exclama con la boca a punto de colapsar y los ojos llenos de éxtasis, esa mujer ama comer.

—Era el restaurante favorito de Fadil para cenar los viernes después del trabajo —el rostro de mi madre se ilumina al pronunciar su nombre.

Recuerdo una época en la cual yo aún era muy joven y mi padre me acompañaba a la salida del colegio para tomar una chocolatada caliente en invierno o un batido de fresa en los días calurosos. Era un hombre atento, de sonrisa amable y ojos cansados; siempre decía que la familia era lo más importante. Se desvivía para que mi madre y yo tuviésemos una vida digna y mis logros eran festejados como una gran pieza de pastel de chocolate y almendras.

Nuestra vida nunca fue fácil, y el hecho de no querer que mamá trabajase lo hacía aún más difícil pero jamás faltó comida en la mesa ni tampoco un abrazo de buenas noches.

La pareja de mis padres se podría decir que era de esas con las que todo el mundo sueña y pocos tienen la suerte de conseguir. A pesar de vivir en un lugar donde los matrimonios eran arreglados por conveniencia económica, mis padres tuvieron la gracia de enamorarse perdidamente el uno del otro y formar una familia les había llevado un poco de tiempo.

Papá no quería que mamá se quedase embarazada tan pronto y tampoco le gustaba que fuese controlada por todas sus hermanas o tías, criticada por no ser madre aún. Así que decidió partir junto a su amada a una tierra extraña y, aunque jamás se avergonzó de sus raíces y cultura, prefirió hacer feliz a la mujer que amaba con locura antes que seguir leyes para satisfacer a los demás.

Ya tenían tres años de casados y una pequeña casa cuando se enteraron de que venía en camino, desde ese día el mundo tenía otro significado para ambos.

—¿Qué dices? —la voz de Coel me devuelve a la realidad y lo miro con el ceño confundido— ¿Pedimos tiramisú? Si dices que no corres el riesgo de presenciar el berrinche de la niña Miller.

—¿Qué tal un golpe en tu enorme nariz griega? —escucho un murmullo por parte de mi amiga.

—Ya paren los dos —sonrío, rendida antes las discusiones infantiles de ambos—. Claro cariño, me parece un postre ideal para cerrar la noche.

Coel llama a la mesera y mientras realiza el pedido observo a la mujer que tengo frente a mí. Sus ojos se encuentran perdidos en el gran ventanal donde increíbles juegos de luces acompañan el ambiente un tanto festivo de la velada. A unos metros, un gran árbol se extiende en toda su majestuosidad y puedo percibir como la melancolía envuelve su alma. Fue allí, en ese escondido y mágico lugar donde se besaron por última vez.

—Con permiso, debo ir al servicio —me disculpo con un nudo en la garganta producto de los recuerdos que llegan como un remolino y camino con avidez hacia la pequeña puerta. Antes de llegar choco con alguien, me disculpo rápidamente pero escucho mi nombre.

—¿Nef? —alzo la vista y me encuentro con unos ojos azules chispeantes.

—¿Tiffany? —sonrío ante el asombro.

—¡Sí! ¡Soy yo! ¡Oh Nef! ¡Hace tanto que no te veo!, ¿cómo te encuentras? —frente a mí se encontraba la hermana menor de Liam, Tifanny Carpenter.

—Es verdad, hace un buen par de años que no nos vemos —recuerdo y le reclamo—. Dejaste de llamarme luego de que te fuiste a LA.

—Ya sabes cómo es mamá, creo que si tenía tiempo para ducharme era mucho –—ambas reíamos recordando a la madre de Liam y su fascinación por disfrutar de sus hijos en extremo cada vez que la iban a visitar.

—Hablando de eso —evoco en mi memoria el mensaje de mi mejor amigo—, ¿sabes qué ocurre con tu hermano? Le he mandado un mensaje y me dijo que se encontraba abordando un avión rumbo a su ciudad.

La Boda de Neferet Donde viven las historias. Descúbrelo ahora