8.- No Otra Vez

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Todo era un caos en mi mente, en mi alrededor, todo; Nigeria es mi expiación; estoy segura que es la pena que tengo que pagar por algún pecado juvenil que no recordaba, me había convertido en una mártir.

-¿Como? -Me levanté de un brinco por la sorpresa y choque contra el cuerpo hombre de pantalones de camuflaje y cabello desgreñado.

Por primera vez me di cuenta de su altura, solo lo había visto sentado manejando o comiendo, acostado sobre el suelo o yo desde una posición desfavorecedora, debía medir por lo menos 1,85m, era enorme, y no es que yo fuera enana, nunca me hicieron quedar mal mis 1,70m.

Pero dejando a un lado las estaturas y el odio divino inmerecido había otra desafortunada situación que tratar.

-¡Ayúdame, por favor!

La joven se sostenía de la columna y de su vientre maduro como si su vida dependiere de ello, como si una oscuridad pretendiera arrancarlo de sus cansadas manos; la luz era escasa, solo unas pocas partículas lograban colarse entre las filtraciones del techo de paja, solo la luz de luna ilumina a esta madre solitaria.

Su cuerpo perdió la poca compostura que le quedaba y la gravedad le ganó a sus rendidas piernas que desfallecieron a las faldas del pilar.

Por suerte el militar tenia mejores reflejos que los míos y logró llegar a tiempo para sostener su cuerpo que se proyectaba hacia el helado suelo cubierto de heno.

-¡¡¡¿Akanke?!!!

Gritó sujetando su cuerpo frió y huesudo contra su pecho.

Me arrodille frente ambos a un solo paso de lentitud, mis piernas flaquearon y el corazón se me detuvo por un segundo; revisé su muñeca para comprobar sus signos, revisé su abdomen para comprobar su estado y revisé mi pulso para confirmar que estoy viva y esto no es el infierno.

-¿Estará bien?. -Interrogó él con claro rastro de angustia.

-Eso espero, ¿una conocida?  -Un leve asentimiento fue su única respuesta.

La miré con cuidado, era hermosa, realmente bella; su cálida piel color almendra centellaba por las pequeñas gotas de sudor, sus grandes ojos ambarinos te invitan a contemplarlos, su delgada complexión y rostro pequeño le daban un aura aniñada, sus gruesas capas de ropaje la cubrían de modo que resaltara únicamente su pronunciado vientre; el único rayón en el jade era el vestigio de lo que alguna vez fue una grave herida carmesí que marcaba su rostro en una columna vertical bajo el parpado cual lagrima de sangre.

-¿Zareb? Murmuró agotada la joven, pero su susurro era más como un anhelo o usa suplica, como un oración de devoción, como quién le habla a un Dios y espera respuesta. -¿Eres tú?

¿Zareb?, ¿Qué es un Zareb?

-Sí, soy yo Akanke; estoy aquí y todo estará bien ¿sí?, no te preocupes.

-Pero... ¿Como?

-No importa como... -Con sus grandes manos ásperas él cubrió sus débiles manos que buscaban sus ojos y las colocó sobre su pecho.  -...Ahora solo concentrémonos en ti.

Sentí una leve punzada en el pecho, un sentimiento conmovedor y la vez distante, hermoso y lejano, sentí que estorbaba en el cuadro y me hacía invisible, esta oscuridad me atrapaba y me disfrazaba en una más de sus esquinas solitarias.

Aún tenía las llaves plateadas del auto entre mis dedos así que salí corriendo hacía el, no para huir -por si alguien lo pensó- sino en cambio por mi abandonado bolso con limitadas herramientas medicas.

Abrí el vehículo de un tirón y tomé del asa la maleta del asiento trasero, de pronto una rana salto a mi zapato e instintivamente la aparte de un sacudón, no era momento de sentir pena por el anfibio, pero la sentí; el animalito inmutado salió brincado de rama en rama.

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⏰ Última actualización: Jun 29, 2019 ⏰

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