- 2 AÑOS ANTES-
-¡¿Ya estas lista?!; ¡¿En que te demoras tanto?!.
-¡Que te importa, ve prendiendo el auto!.
Esa es mi madre siendo mi madre a las cuatro de la mañana.
Mi día no pinta nada bien, y no solo el hecho que a mi madre parece importarle un cuerno el futuro de mi carrera, de mi vida o de que mi jodido trasero penda de un hilo y mi superior quiera colgarme de los talones cual animal cercenado, sino en cambio lo que más me molestaba era no poder reclamarle nada... Maldita moral y educación.
-!Es para hoy, sabes¡.
El objeto de más valor que algunas vez halla poseído mi padre se encontraba estacionado a la orilla de vereda, mi papá había reconstruido con su padre un Ford Mustang 1964 1/2 en su juventud; el automotor blanco huevo brillaba igual que hace 50 años atrás, aun poseía el tablero y los asientos originales; era costumbre ver a mi padre cada sábado recoger el periódico enfundado en su bata de dormir vino tinto; tomaba el impreso y se sentaba en el asiento del piloto a leerlo con un café caliente reposando en el portavaso, nunca se lo tomaba, solo le gustaba envolverse en su aroma; el asiento tras el volante se había convertido en algo a lo que llamaba "Cueva de macho"; era el único lugar donde papá reinaba... con permiso de mamá, claro.
Su auto era lo único material que había heredado de él, y ahora se encontraba saturado por las maletas de cuerina rosa de mi madre.
Ambas dejábamos la casa en la madrugada, ella iría a unas vacaciones a Hawaii con su club de lectura y lastimosamente no la vería por una semana, yo en cambio viajaría al Hospital Universitario de Washington en Seattle por los tres días que durara mi primer turno de la especialidad.
El plan era simple; salir desde mi pequeño pueblo, Beaux Arts Village, al suroeste del condado King en el estado de Washington; hasta el estadio CenturyLink Field, tomar el desvío hasta el aeropuerto Boeing Field donde mamá tomaría su vuelo y yo regresaría por la misma carretera hasta el hospital; el descarrío robaría unos 30 minutos de mi camino; en total el recorrido era de una hora... hora que no tenia; y sino me apresuraba en llevar mi trasero a la entrada, mis talones sufrirían las consecuencias.
El motor ruge y hace estremecer el auto bajo mis pies, todo esta donde debería estar... menos mi madre.
-¡Te dejo!
Le grito una amenaza falsa, claro que no la dejaría... aunque ganas no me faltan.
Estrangulo el volante con ambas manos hasta hacer crujir el cuero que lo cubre, dejo caer mi cabeza sobre el reposadero con los ojos fuertemente cerrados, el leve olor a pino y el silencioso vibrar del auto me arrullan, siento que podría dejarme llevar hasta que el sonido de la puerta cerrar ponen mis sentidos a rodar.
Mamá llevaba unos jeans oscuros, una chaqueta de cuero color mostaza y una delicada bufanda de franela negra; también solo una de sus uñas a medio pintar y el esmalte aprisionado en su mano derecha.
-¿En eso te demorabas?
Mordí mi labio inferior y alborote mi cabello con frustración, puedo jurar que incluso zapatee la alfombra del amado auto de papá, si él estuviera aquí, eso me hubiera costado mi mesada.
Puse en marcha el vehículo sin desperdiciar ni un valioso segundo mientras mi acompañante me lanzaba miradas empreñadas en veneno cada vez que caía a propósito en un pequeño bache o giraba el volante de improviso haciendo del lienzo fino de su manicura una obra de Dalí.
Después de despedirme de mamá de la manera más rápida que pude -casi la pateo del auto cuando comenzó a sollozar por la separación- continué mi viaje en linea recta.
Aceleré a todo lo que pude el auto y el se dejo manejar ligeramente por las recién pavimentada carretera; encendí el estéreo y deje que AC/DC limpiara mis oídos con back in black; el sol comenzaba a salir en el horizonte y los rayos solares ya calentaban los asientos de cuero marrón y justo cuando la mañana se pintaba de naranja nubes negras la empañan.
Débiles gotas de lloviznas ahora se estrellan con el frió parabrisas haciendo empañar el cristal; la sorpresiva garúa me obliga a disminuir la velocidad, y siento que el universo conspira en mi contra.
Veinte minutos después dejo el auto estacionado en el primer espacio disponible que encuentro, es algo alejado, sin embargo tiene techado; tendré que correr, pero papá y el carro me lo agradecerían... si pudieran.
Asombrosamente y para el enojo del universo, llego a tiempo.
Tomo la maleta por el asa y de un tiro la acerco a mi, atrapo mi bata blanca que reposaba tendida en el asiento trasero y me la enfundo; no tengo tiempo para llegar a los vestidores y guardar mi carga; así que la dejo en el portamaletas por el momento, por ultima vez reviso que nada se me quede -y con nada me refiero únicamente a mi celular- y que el auto este perfectamente cerrado.
Apenas el seguro de la puerta bajo emprendí una carrera solitaria hacia al entrada principal.
Por suerte el recién re-inaugurado edificio del departamento pediátrico era uno de los más próximos y mi carrera termino solo unos pasos después de haber empezado.
Con las nuevas remodelaciones la antigua construcción renació; los pisos blancos reflejaban hasta el ultimo de los bombillos, y hasta el ultimo de esos habían sido cambiados.
En lugar de las anticuadas puertas de maderas roídas se hallaban laminas de vidrio reforzado y la ya gastada pintura verde oliva había sido removida y ahora destacaba un bajo celeste cielo.
Para este periodo aplicamos 20 internos y hay 4 residentes; es decir, 5 esclavos para cada verdugo.
Pasando la entrada principal se encuentra el mostrador y justo detrás de el, el mio.
El Dr. Kevin McMillan, él era solo un par de años mayor a mi y ya era el alumno estrella del Dr. Lindnord, director general del departamento pediátrico, él no solo se convertiría en mi cruz y mi maestro en los próximos 4 años; sino también en mi primer amor.
Él apoyaba su trasero contra el angulo del buró mientras regañaba a 4 de sus 5 nuevos vasallos.
Yo era el faltante.
Sus cejas casi y se topaban formando una expresión mordaz y en sus brazos..., en sus brazos arrullaba a un bebé.
Es el tipo de persona que no abandona su trabajo aunque este riñendo a sus esclavos.
Yo no era la exención y como era obvio, parte de su regaño recayó en mi.
Pero en realidad; dijera lo que dijera, no le preste atención.
Seguro fue una reprenda por mi irresponsabilidad, para él todos eramos mocosos que habían llegado para su primer día en la guardería y que él no sería un niñero; bla, bla, bla, ya tendría tiempo para escucharlo, seguro no sería a única vez que gritara mi apellido a los 4 vientos.
Ahora ni mis ojos, ni mis oídos tomaban en cuenta la vena que se hinchaba en su frente.
El mostrador pegaba de ambos lado con la sala de espera y el un gran mosaico de pantallas adornaban la pared formando un monitor gigante.
Más allá de lo llamativo que resultase la televisión, era la noticia que en ella se transmitía.
En algún lugar de este mundo, del otro lado del pacifico quizás, en un sitio que hasta el día de hoy había escuchado hablar; un soldado había salvado a 18 niños; no se sabe como, ni me interesa...
Mientras que alguien sea llamado "Heroe".
Solo eso importa.
***
ESTÁS LEYENDO
El Capitán & Yo
AléatoireChris es un joven soldado que vive la vida al 100%; su fuerte convicción de lo correcto y sus años dedicados al entrenamientos militar lo hacen digno de alabanzas pero su personalidad fuerte, jocosa y despreocupada le provoca un dolor dolor de trase...