-Narra Odín: padre de todos, rey de Asgard, dios de la sabiduría, de la guerra y la muerte.-
Si alguna vez, me obligaran a ceder a mis propios hijos, jamás sería capaz de hacerlo. Unos niños, eso eran cuando las nornas decidieron su futuro, y permitieron con total libertad, dejarlo caer en mis sueños. En los sueños de un anciano, temeroso del daño que su familia pudiera sufrir. Apenas se les dio una oportunidad a aquellos infantes, de poder demostrar su inocencia, apenas yo les dejé, llevado por el miedo y las inseguridades... ahora me arrepiento, me arrepiento constantemente de ello, pues muy consciente soy en estos momentos, de la herida que ese día provoqué en los nueve mundos, y las consecuencias futuras que mis decisiones tuvieron.
Loki se encontraba observando un desgastado cuerno de uro, de tonos blanquecinos y manchas parduzcas, contemplaba su contenido como si sobre las resecas manchas de hidromiel, pudiera vislumbrar la decisión final que tras ser conocedor de mi sueño, los dioses iban a tomar. El dios del engaño permanecía sentado, repantigado, fingiendo tranquilidad, pero en su rostro no había ni una sola mueca de desdén o burla, como era habitual en él, si no que permanecía serio y tranquilo, una tranquilidad envenenada. Conocía a mi hermano de sangre y nada bueno estaría pensando, tamborileaba con la mano libre sobre la mesa, dándole vueltas a algo que solo poseía una salida, pero él continuaba intentando buscar un camino alternativo, al que se pretendía hacer ya de por sí. Un padre jamás se rendía cuando el futuro de sus hijos estaba en juego.
Angrboda se llamaba la bruja, otra de las esposas de Loki, una mujer que todos desconocíamos su existencia hasta que fui capaz de verla en mi sueño, criando a una serpiente, una niña deforme, y un lobo. Seres feroces y aterradores que un día destruirían este mundo.
— ¿Es necesario? —preguntó con seriedad, rara vez al dios del engaño se le podía ver así.
—No es decisión mía, así se ha decretado en el thing —dije desde mi trono, aunque bien sabía yo que mis propias palabras eran una gran mentira. Loki no era el único con trucos en la manga, pero ahora los trucos no servían, ambos los conocíamos.
—Pues claro —dejó el cuerno sobre la mesa, alzándose desde su silla, frente a la gran mesa donde comían por la noche los guerreros del Valhalla. Loki me observó con sus ojos blancos como el frío hielo—. Un konungrdebe hacer lo que su pueblo quiere, y Asgard ha decretado que es más sensato escurrir el bulto. ¿Para qué hablar con los críos? ¿Para qué hablar con el padre? —golpeó con el puño la mesa, dejando clara su indignación— Lo más sensato es culpar de cosas que aun no hay pasado a tres niños.
—Loki...
— ¿Ha sido Thor?
Me limité a guardar silencio, esperar, y observar. Durante el consejo, Loki no estuvo presente, era el padre de las criaturas, no podía votar en las decisiones, y sin embargo, sin estar presente, sabía perfectamente lo que había pasado. La única razón de sus preguntas y su indignación eran el deseo de que yo mismo le contara lo que ya él conocía, el sueño que había tenido, mi visión del futuro, al dios de las mentiras no se le podía mentir.
Cuando el semblante de Loki se hubo relajado, y destensado la tensión en su mandíbula, soltó este un quedo suspiro. El dios del engaño se volvió dándome la espalda, y caminó arrastrando los pies hasta una ventana, observando el nocturno y melancólico paisaje que se veía a través de ella.
Loki pasó mucho tiempo en silencio, organizando todos los pensamientos que por su mente viajaban, asimilando tanto los acontecimientos pasados, como aquellos que aun quedaban por llegar. Ni mis cuervos, posados sobre el trono en donde me encontraba sentado, flanqueando mis hombros, osaron soltar un solo graznido e interrumpir el silencio, aquel pequeño momento de meditación interna.
— ¿Qué piensa Forseti? —preguntó al fin Loki, haciendo que yo alzara la vista casi con sorpresa. Mi hermano de sangre me miraba a los ojos, parecía enfadado, pero en el fondo sabía que tenía el corazón roto, y aún así intentaba mantenerse firme.
—Que importa lo que piense mi nieto, el dios de la justicia buscó soluciones y ante el furor de todos, está fue la más sensata.
—Y tú la aprobaste.
— ¿Crees que existía otra forma de solucionar el problema? —le pregunté con voz firme, Loki negó con la cabeza, agachando la vista. Mi querido amigo, consiguió extraer fuerzas desde lo más profundo de su corazón, y se atrevió a pronunciar aquellas palabras que yo esperaba escuchar, la razón por la que nos habíamos reunido en privado.
—Están en Midgard —dijo con voz seca y fría—, en un bosque, al este, con su madre. Járnvidr, lo llaman.
Asentí, me alcé del trono y caminé despacio hasta el gigante. Coloqué una mano sobre el hombro izquierdo de Loki, aunque él no hizo gesto alguno para dejar claro que se había percatado del contacto.
—Te prometo que al menos la niña no vivirá tan mal —dije.
Loki alzó el rostro, clavó sus ojos iracundos sobre el mío.
—No prometas lo que no puedes. Tú no mandas en Asgard, mandan los aesir, y en especial, Thor y su ira incontrolable.
Desde ese día, supe que las relaciones con mi hermano de sangre, como el fuego, comenzaron a apagarse. Lo que no sabía entonces era hasta que punto esto nos cambiaría.
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Los hijos de Loki
FantasyLoki estuvo una vez con una giganta llamada Angrboda, tres hijos tuvo con ella: el gran lobo Fenrir, devorador de mundos; la serpiente Jörmundgander, la serpiente de Midgard; y Hela, la diosa de los muertos. Los tres hermanos fueron encerrados en As...