Capítulo II: En el mar de Midgard

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-Narra Thor: dios del trueno, de la fuerza y del trabajo.-


El mar golpeaba con insistencia las rocas en el acantilado, como si estuviera reclamando aquello que llevaba entre las manos.

No me había costado mucho encontrar a la serpiente en aquel bosque, tampoco atraparla, fue relativamente fácil. Cuando intenté acercarme a ella, intentó morderme, bufó, y se hinchó como si fuera un gato mientras me miraba de perfil. ¿Pretendía con eso hacer sentir inferior al gran Thor? No lo consiguió. Cogí una cuerda, até a la serpiente a la rama en la que estaba, y me llevé la rama con serpiente incluida. Con su veneno, siguiendo los consejos de mi hermano, tuve más cuidado. Balder llevaba razón, aquellos colmillos eran terriblemente peligrosos. Cuando abría la boca, la serpiente en seguida soltaba un hilillo de veneno que mataba todo aquello que tocaba, o casi lo reducía a cenizas. Estaba claro que no era una serpiente normal, aunque tuviera un tamaño normal. No mediría más de tres o cuatro metros, era lo normal en una serpiente, aunque quizás no en una venenosa, y aun así se me retorcía en mi antebrazo como una reticular, mientras la sujetaba firmemente contra el palo. Parecía querer estrangularme, aunque estaba enroscándose por la zona que no correspondía. Por si acaso, mantuve su cabeza bien agarrada y alejada de las posibles malas intenciones que esta pudiera tener hacia mí. Por alguna razón me odiaba, desconocía por qué, no le había dado tiempo a conocerme.

Al caer la noche, el océano se había convertido en un oscuro foso cuyo fondo, si es que existía, me era desconocido a la vista. Un foso interminable que ansiaba tragarse todo aquello que pudiera servirle como alimento, y esta serpiente sería uno de ellos. En Midgard, los humanos dormían, nadie iba a percatarse de que sobre las rocas habían tres aesir observando las olas romper más abajo, observando la inmensidad azul que teníamos delante, y sintiendo el vértigo que su existencia nos provocaba.

Entre mis manos sostenía al rebelde ofidio, que nada podía hacer para liberarse, salvó intentar retorcerse hasta escapar. De entre los aesir, yo, Thor, era el más fuerte, y una pequeña serpiente como esta no iba a poder conmigo en fuerza, por mucho que él lo intentara.

Jörmundgander se llamaba, y desde hoy sería llamada por los hombres, Midgardsormr. A casi todos nos pareció una brillante idea lanzarla al mar. Aquel monstruo no parecía sentir empatía alguna por sus hermanos, y cuando alguien se acercaba a ella, siempre les bufaba, mostrando los peligrosos colmillos. Lo contemplaba todo con indiferencia y desdén, y solo apreciaba la soledad. Nadie se sentía seguro con él cerca, y menos después de lo que era capaz de generar en su boca. Por esa razón, el mar, el gran azul, era una buena opción.

—El mar es grande —dije—, creo que aquí estará bien, será un buen sitio. Podrá perderse y nadie jamás la encontrará.

—Algo no me gusta, Thor —dijo Balder, quien había heredado la sabiduría de nuestro padre y algunos poderes peculiares de su madre. Balder siempre era feliz, todo le parecía bien, y si algo le parecía mal, es que iba a traer problemas, aunque yo en este caso no los veía así. ¿Qué problemas iba a dar una pequeña serpiente en el mar? Ninguno, obviamente.

El dios de la belleza se acercó al acantilado para observar el embravecido mar. La pequeña niña deformada que iba con él, imitó sus gestos y también ser acercó a mirar.

No soportaba la visión de esa criatura. Por un lado era una niña normal y corriente, como cualquier niña que pudiera aparentar ocho inviernos pero por el otro lado era un cadáver pútrido. Además, aquella expresión muerta no ayudaba a mejorar su imagen, por no decir que el inocente de mi hermano comentó como si nada que la niña estaba hablando con supuestos fantasmas y cadáveres descompuestos. ¿Cómo podía Balder soportar su presencia? La había llevado hasta aquí de la mano, encima.

Los hijos de LokiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora