Extra I: Muerte

336 30 5
                                    

-Narra Balder: dios de la belleza, de la luz y de la inocencia.-


— ¡Al fin! —Gritó Thor, haciendo que la niña que llevaba entre mis brazos se despertara con un sobre salto y alzara su cabeza apoyada en mi hombro derecho— ¡Asgard! —dijo el dios de la fuerza, contemplando el puente con las manos apoyadas en su grueso cinturón.

—Sí, ya hemos llegado a casa —afirmé en un tono más bajo, observando el arcoíris que nos esperaba más adelante.

Mientras Tyr cargaba con el pequeño Fenrir, quien no paraba de bostezar soñoliento tras despertarse también con los gritos de Thor, yo cargaba con la pequeña Hela, quien se frotaba sus ojitos intentando captar algo con estos.

— ¿Ya hemos llegado? —preguntó la niña casi murmurando, probablemente solo hubiera escuchado a Thor gritar, no las palabras que había pronunciado.

—Sí —respondí con una sonrisa—, eso es Bifröst —señalé con un dedo el Puente del Arcoíris, un puente de tres colores: rojo, azul, y verde. Una estructura realizada con tres elementos que podían quemarte si no eras bienvenido a Asgard. Bifröst estaba hecho de fuego, hielo, y veneno. Nosotros podíamos pasar sin ningún problemas, éramos dioses que volvían a su hogar.

—Arriba está Heimdal —añadió Tyr, haciendo que ambos volviéramos el rostro hacia él. Mi hermano continuó con su expresión seria, sin soltar al lobo que llevaba entre los brazos y mirando al frente, hacia el puente que nos conduciría a casa.

—Heimdal es otro de nuestros hermanos —aclaré a Hela—, vigila el puente para que no entren personas que pretendan hacernos daño.

Hela me observó con sus ojos ambarinos mientras me escuchaba, después contempló el puente del que estábamos hablando, girándose un poco, y apoyando sus pequeñas manos sobre mi pecho. La niña emitió una exclamación al comprobar lo alto y empinado que era, aunque el puente solo se veía así en apariencia, cuando nos acercáramos y subiéramos por él, se percibiría algo más recto.

Aun así Hela acabó asustándose cuando comenzamos a subir por Bifröst, la pequeña escondió su rostro en mi cuello, no le gustó en absoluto que aquello que había bajo el puente se viera con tanta claridad. Me costó un poco convencerla, pero al final se animó a mirar, observando con sorpresa el fondo traslucido del puente, y como poco a poco este se desdibujaba conforme subíamos hasta llegar a Asgard, aunque ella seguía contemplando como Midgard desaparecía tras una niebla mágica, dejando atrás el mundo de los humanos.

—Vuelve el rostro —le dije sin alzar la voz—, mira lo que tienes detrás.

Hela se volvió y emitió otro sonido de sorpresa.

Asgard, el hogar de los dioses, un extenso prado con nuestros divinos palacios decorando su verde extensión. Nuestro mundo estaba delimitado por un gran muro de piedra que lo rodeaba por completo. ¿Te gustaría saber quién lo construyó?, a lo mejor un día escuchas esa historia.

Algunos árboles en nuestro mundo quedaban desperdigados por todo aquel manto de hierba, un cielo oscuro como el abismo descansaba sobre nuestras cabezas, pequeños animales paseaban por su planicie de forma despreocupada, sin sentirse amenazados durante su travesía. Lástima que fuera de noche, Asgard durante el día era mucho más hermoso.

— ¿Aquí es donde vives? —preguntó Hela sin dejar de mover sus ojos, captando todo lo que podía con ellos. En aquella penumbra, los ojos de la pequeña brillaban un poco, como los de un gato.

—Sí —respondí—, en una de esas casas —señalé los múltiples palacio que había al fondo del paisaje. En algunos se percibía algo de luz, no todos los aesir dormían a estas horas de la noche. Heimdal por ejemplo, solía quedarse hasta varios días sin dormir.

Los hijos de LokiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora