C A P I T U L O 28

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Veronica

—Blake, despierta. —Le di un pequeño golpecito en la cara, y ella abrió un ojo gruñendo, pero al verme sonrió y volvió a cerrarlos. —¡Blake! —Le moví el hombro y bostezó, abriendo un ojo.

—¿Por qué gritas? ¿Qué hora es? —Preguntó mirando el despertador de su mesita.

—Son las cinco. Tengo que irme o mis padres me matarán. —Dije cogiendo la ropa interior del suelo, poniéndomela.

—Oh, sí... Yo pensaba hacerte el desayuno y... Retozar un rato antes de que te fueses pero... —Volvió a bostezar, pasándose la mano por la cara.

—Necesito que me dejes ropa. No puedo irme así, me voy a congelar. —Me puse el sujetador y cogí el disfraz de enfermera del suelo.

—En ese cajón hay sudaderas y pantalones. —Abrí los cajones y cogí una sudadera roja y un pantalón gris. Eran muy calentitos, y tras dormir toda la noche con Blake acurrucada y salir de la cama había sido un choque instantáneo.

—Qué calentito. —Me puse los tacones de nuevo, y me miré al espejo con un suspiro. —Parezco un mapache. —Blake se levantó de la cama y me rodeó entre sus brazos, dándome un beso en el cuello, y otro tras la oreja.

—Quédate un ratito más. —Susurró muy bajo, abrazándome con ternura. Debía irme, pero el calor de sus brazos, sus besos, sus palabras y la idea de pasar un rato más con ella me debilitaban.

—Está bien... —Solté el disfraz de nuevo en el suelo y me metí con ella en la cama, dejándome acurrucar por Blake.

*

Veronica

—¿Y tus padres no están? —Pregunté mientras entraba en su casa tras ella. La chimenea estaba encendida, el salón estaba cálido. Me quité el chaquetón y lo dejé colgado en el perchero de la entrada, observando a Blake de espaldas. Llevaba un jersey de lana azul remangado por debajo de los codos y el pelo revuelto.

—No, se supone que están en una cena de empresa. —Bajó los escalones hacia el salón, donde había un gran ventanal que daba al lago, que comenzaba a helarse. Todo estaba adornado con la decoración de Navidad, en una esquina del salón estaba el gran árbol que debía medir unos dos metros y medio. —¿Quieres algo de beber?

—No, estoy bien así. —Blake se giró con las manos en los bolsillos y sonrió. Llegué a su lado frente al ventanal, observando cómo los copos de nieve caían lentos, pausados, plácidos, como si estuviesen suspendidos en el aire esperando a que los contemplásemos en aquella efímera vida antes de unirse con el manto blanco que cubría todo el pueblo.

—Eres la primera chica a la que traigo aquí sin... Segundas intenciones. —Elevó la comisura del labio para formar una débil sonrisa.

—Es la primera vez que me lleva alguien a su casa sin segundas intenciones. —Alzó los hombros con un largo suspiro. —Y la primera vez que no me toman por una... Guarra. —Musité en voz aún más baja, rascándome la nuca con algo de pudor.

—Hey, no. —Se giró hacia mí cogiéndome de las mejillas para que la mirase a los ojos. —No eres nada de eso. Olvídate de eso, Vero. Incluso si peleamos nunca me referiré a ti así. Jamás.

—Nunca digas nunca. —Dije en voz baja torciendo los labios.

—En esta ocasión sí que puedo decirlo. —Sonrió, dándome un beso tierno, bajando las manos a mi cintura y yo subí mis manos a su pelo.

Seguimos besándonos, quizás un minuto o dos en mitad de su salón, de aquél gran salón, con el fuego de la chimenea crepitando de fondo y el de nuestros labios retumbando en las paredes, hasta que escuchamos la puerta abrirse. Blake se separó de mí y se pasó la mano por los labios para quitarse el gloss que yo me había echado.

BLAKEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora