¿Qué clase de escena era la que nos esperaba? Mis dedos golpeaban ansiosos contra la oscura madera de la mesa mientras mis ojos no se despegaban del vidrio que me separaba de la calle. El encuentro había sido previsto para el viernes de esa semana, después de que las citas con los demás pacientes se terminaran. Salí del consultorio a las apuradas dejando detrás de mí todos los pendientes de los que no me iba a ocupar el resto del fin de semana. Mi secretaria pareció notar lo extraño de aquel comportamiento pero no atinó a remarcármelo al lunes siguiente, cuando la pila de papeles se amontonaba dentro del gélido consultorio.
Las pulsaciones se mantenían de algún modo tranquilas, expectantes eso sí, como todo mi cuerpo. No sabía si se trataba del recuerdo de aquella mujer estrangulando mi cintura con sus piernas, la floral fragancia que se despegaba de su piel, la textura de su húmeda lengua recorriendo mi torso... Mientras la esperaba pensaba en todo aquello y solamente lograba excitarme otra vez, siendo consciente de lo inapropiado para el lugar y la ocasión en sí. Una de las manos sobre la mesa descendió y tuvo que posicionarse sobre mi entrepierna. La tela del pantalón dejaba traspasar la calidez y mis mejillas parecieron en ese momento imitar el estado, convirtiéndome en un avergonzado adolescente. Puse presión, pretendiendo así calmar la elevación pero sólo logré recibir aquella puntada que viajó a través de mi columna vertebral, haciéndome saltar de mi asiento. Miré alrededor esperando que ninguno de los asistentes hubiera notado mi comportamiento.
Para mi fortuna, ella entró al restaurante y se sentó frente a mí segundos después. La amenazante expresión de alguna manera lograba hacerla más atractiva. Otra vez usaba el intenso labia rojo y la larga trenza se había deshecho para transformarse en simples ondas que contorneaban su figura. Mis dedos se contrajeron sobre el tibio bulto y recordé su pecaminosa posición, inmediatamente la volvía a colocar sobre la mesa.
Me agradeció el haber aceptado ir hasta ese lugar y luego de las formalidades comenzó con lo que sería la imaginaria firma del contrato que me permitió cruzar la línea tantas veces después. Comprendíamos que no se trataba de la mejor forma de afrontar su situación, que si algún tipo de ayuda recibiría de aquello sería solamente el descubrir que era hermosa y poseía en ella la atracción sexual suficiente para enloquecer a cualquier hombre común (e incluso más). Entendiendo aquello, aceptando lo otro, acordamos que las sesiones se mantendrían pero el tiempo se extendería para que luego de ella contarme los avances que iba realizando, nuestros cuerpos se encontraran y yo pudiera tenerla recostada sobre el escritorio, esclavizado ante sus ligeros movimientos.
¿Teníamos algún motivo especial para hacer aquello? Habíamos decidido que no, que sería el simple ardor de nuestras pieles rozándose, la humedad de su existencia siendo encantada por mis caricias, el enloquecer de aquellos maravillosos sonidos que solían amontonarse en nuestras gargantas, imposible de ser reconocidos como el placer que pululaba de nuestras encarnaciones; todos motivos suficientes para mantenernos jugueteando con la finura de la línea.
Una sola vez nos bastó. Una sola vez y parecíamos adictos, si es que no lo éramos ya, porque a nuestro alrededor los demás disfrutaban de sus cenas mientras nosotros nos mirábamos llenos de deseo, sosteniendo el desenfreno que parecía querer llevarnos en ese mismo instante a la habitación más cercana y aferrarnos con desesperación como sucedió aquella única vez.
Le sostuve la mirada por unos segundos más y ante el mínimo movimiento de sus facciones exploté, sacándole de aquel insípido lugar, arrastrándola hasta mi auto. Nuevamente aquel auto, el del momento de la develación de la infidelidad, el de la inexplicable desazón de mi ser al llevarla del brazo. Habíamos llegado de la misma manera pero no era angustia lo que se encarcelaba en mi pecho, había emoción, la tan apreciada adrenalina del sabernos a punto de cometer otra de esas excitantes locuras.
El cielo afuera se volvía naranja y con la sensación de las nubes quemándose con lo último del día, todo mi cuerpo también ardía. Quería que estuviéramos desnudos cuanto antes, liberarnos de aquel material que no pertenecía allí.
Cuando la dejé sobre el asiento trasero, comencé a quitarme la camisa y mi corazón latía mientras la sentía mirándome con ojos brillantes. Detuve mis acciones y comencé a ocuparme de ella, desmoronando toda la quietud que solía rodearme cuando estábamos en la oficina, transformándome en un hombre común, desesperado y deseoso por sentirme dentro de ella.
Semidesnuda como estaba, cegándome con su despojado torso, me tomó por los lados y me pegó contra sí misma violentamente. Nuestras narices colisionaron y en un pestañeo la tenía poseyendo mis labios, invadiéndome con su lengua. Sorprendido como estaba, me mantuve mirándola pero comencé a ceder a sus movimientos, disfrutando del trabajo en mi boca.
Sus manos se posaron sobre su ya conocido lugar en mi espalda y se movieron de arriba hacia abajo. Liberé las mías y comencé a desabrigar sus muslos. Sus piernas terminaron a cada uno de mis lados y una vez que terminé con sus pantalones me introduje en ella, sintiendo la calidez llevarme hacia otro lugar.
El estacionamiento de ese restaurante familiar se transformó en el espacio en donde podíamos hacer de nuestras fantasías un pedazo de realidad, algo concreto que teníamos entre nuestras manos, labios y ojos.
Ella era la encarnación de cada deseo erótico que tenía, alguien que lucía gris pero se transformaba con un toque, con la aparición de mi sonrisa. Era la que me volvía loco tomando el mando, estirando mi cabello, rasguñando mi espalda, moviendo sus caderas contra las mías. Eso, lo adoraba, que la dependencia que la consumía desapareciera en esas situaciones y se convirtiera en ama y señora de mi cuerpo. De alguna manera, sabía que estaba allí la otra ella, pero no esperaba que apareciera así, movida por mis caricias y el susurro en su oído diciéndole que era hermosa.
Ese algo en ella, eso que sentía como una falta y que ella llenaba, tenía un enorme poder. El poder de sacarme de mi lugar y hacer de mí otro hombre común pero disfrutar siéndolo. También el poder de hacerme creer que la línea era algo a lo que no debía temer, algo que como siempre escuché decir, realmente no importaba.
Para el momento que la noche estuvo sobre nosotros, estábamos nadando en sudor, a punto de perder nuestras mentes por todo el placer que nos causábamos. Delgadas líneas de cabello caían sobre su rostro, mientras sus ojos se mantenían cerrados tratando de absorber todas las sensaciones. La tomé por los muslos pegándola más a mí, haciendo que las estocadas tuvieran más fuerza. Todos mis músculos se relajaron y por fin pude sentir mi cuerpo aliviarse. Su respiración se volvió suave y algo parecido a un pequeño ronroneo se dejó escuchar. Casi pierdo todos los sentidos. Con mis piernas todavía temblando, la abracé y sequé con mis dedos el sudor de su frente.
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Línea de separación [BangYongguk]
FanfictionDeseo. Amor. Pasión ¿Cómo darnos cuenta de la diferencia? ¿Eran del todo diferentes? Bang Yongguk creía saberlo, es decir, se había preparado por muchos años para ayudar a los hombres y mujeres comunes a no dejarse engañar, a discernir la línea de...