MATILDA COSTA
Dolor.
El diccionario español define el dolor como una percepción sensorial localizada pero no creo que lo que siento ahora mismo no sea dolor sólo porque no puedo localizarlo. Bueno, sí. Está por todo mi cuerpo. Desde las puntas de mi pelo hasta los dedos de mis pies puedo sentir el dolor circulando por mis músculos. Diría que lo único bueno que tiene el dolor es que me confirma que estoy viva, pero sólo por ahora. Puede que el dolor sea el mayor indicativo que me muero. Una pista de mi destino del tamaño de Rusia, o algo así.
Abro los ojos y recupero la vista tras unos segundos y el aleteo continuo de mis pestañas para despejar los borrones que la empañan. Esperaba de todo, menos esto. Una estufa de leña frente a mí, suelo y paredes de madera, unas escaleras en la pared del fondo...
Con el ceño fruncido recorro la habitación, tratando de obtener alguna pista más concreta sobre el lugar, hasta que doy con la pista más grande y explícita que jamás podría haber encontrado.
Allí, sentado contra la pared, no muy lejos de mí, se encuentra un chico. Bueno, quien dice chico dice hombre. Depende de la perspectiva. Está distraído mirando la pared contraria. Ni siquiera se ha dado cuenta de que he despertado. Aunque... no por mucho tiempo.
-Hola... -saluda, cerciorándose de que pronuncia cada letra claramente. Hablándome como si fuera tonta.
Intentar morderme el labio inferior ha sido un error en este momento. Siseo mientras me doy cuenta de que tengo una herida en el labio que sabe a sangre. A saber qué más le ha pasado a mi cuerpo.
El joven se levanta del suelo y muestra, así, su cuerpo y altura al completo. Parece el congelador de mi casa. No es broma. Si el chico se convirtiera en un mueble sería un congelador o un armario. Debajo de sus ojos parecen haber aparecido unas horribles ojeras de cansancio. ¿Por qué demonios no estaba durmiendo? Ah, ya, la superviviente que descansa en su cabaña lo ha mantenido despierto. Soy como ricitos de oro entrando en la casa de los osos...
Me siento en el suelo mientras él se acerca a mí lentamente. Las manos en alto delante de él. Si me trata de esa forma significa que tengo cara de asustada. La verdad es que lo estoy pero esperaba que mi cara no lo gritara a los cuatro vientos.
-No... -comienzo a decir. Coloco las manos a mis lados y me arrastro un milímetro hacia atrás, el saco de dormir todavía debajo de mi culo-. No voy a molestarte -aseguro con nerviosismo-. Ya me voy.
Me levanto del suelo y trato de salir corriendo. Me da vergüenza admitir que no llego ni a la puerta. Pierdo la vista, el oído y el sentido del dolor que provoca tu cara al chocar contra el suelo.
Alguien me da molestas palmadas en la cara y dice mi nombre. Cuando abro los ojos y aparto de un manotazo la mano agresora, me encuentro frente a unos ojos azules que, extrañamente, sonríen.
-¿Dónde estoy? -pregunto claramente confusa. Aunque no más confusa que antes, gracias a Dios.
-Barrowstown -responde el joven, con un acento de lo más peculiar.
-¿Y eso está? -pregunto mientras me llevo una mano a la mejilla y me toco lo que parece ser una feo y doloroso corte. ¡Genial, ahora soy Frankenstein!
-En la isla de Chichagof -responde rápidamente. Todavía sin soltarme de sus brazos. En serio, incluso comienzan a apretar demasiado. Todo el cuerpo me duele como si hubiese pasado por una picadora de carne, lo último que necesito es un abrazo de oso...
-¿Eso está en Alaska? -pregunto con inocencia.
Él joven asiente en respuesta.
-Vale... ¿Cómo he llegado hasta aquí? -Quiero soltarme de su agarre, me siento un poco incómoda, pero él parece estar de lo más cómodo. Tal vez, demasiado.
-Te encontramos en la playa -responde con calma mientras parece ser transportado al recuerdo.
-¿Quiénes? -pregunto confundida-. ¿Hay más gente?
-Sí. Mi familia vive aquí -señala mientras levanta un dedo y parece que señala el lugar en general. Como si aquí fuera una extensión grande de terreno-. ¿Cómo te caíste del barco? -pregunta con curiosidad. Alza las cejas y espera.
-No me caí de ningún barco -respondo casi a la defensiva-. ¿Quién ha dicho nada de un barco?
No le da tiempo a responder. Se escuchan las pisadas en la planta de arriba y un momento después ya vemos a algunas personas aparecer por las escaleras. La primera persona que veo es una mujer, casi una señora, bastante delgaducha y de frágil apariencia con el pelo blanco y la nariz ganchuda. La sigue un hombre que, posiblemente, ronde su edad, con algo más de grasa que su hijo (supongo que por la edad), con el pelo largo y blanco y una barba a juego. De cerca lo siguen dos chicas. Una de ellas mucho más guapa que la otra. Las dos comparten el mismo oscuro color de pelo y los mismos ojos azules.
-¡Ya estás despierta! -exclama la señora con felicidad. No sé si es falsa o verdadera. De todos modos, entrecierro los ojos ante su efusiva reacción-. Gabe, ¿le has ofrecido un vaso de agua o algo?
Gabe permanece lo que parece ser descrito como paralizado junto a mí. Todavía agarrando levemente mis brazos. Giro la cabeza hacia él y me alejo mientras continúa mirando a sus padres.
-¿Entiendes nuestro idioma? -pregunta la hija fea mientras se acerca a mí y me estudia desde detrás del cristal de sus gafas (no es que estos la hagan más fea de todas formas).
Frunzo el ceño y ladeo la cabeza mientras la observo con diversión. ¿Qué clase de gente me ha rescatado? Parecen de otro planeta...
-Entiendo tu idioma -digo mientras pronuncio las palabras como ella; lentamente y en voz muy alta-. Sé hablar inglés -añado mientras me encojo de hombros.
-¿De dónde has salido? -pregunta el hombre barbudo. Todavía trato de decidir si estas personas son sus padres o sus abuelos...
-Del cielo -respondo, ocultando una sonrisa.
Todos se me quedan mirando como si estuviese loca. Incluso Gabe, quien antes parecía que me miraba como si nunca en su vida hubiese visto a una chica. Como si fuera un tipo de especie exótica.
-Te has golpeado la cabeza y... el resto del cuerpo muy fuertemente -me excusa el hombre-. Debes de estar muy confusa. -Antes de que yo pueda negarlo todo el dice algo más: -Llamaré a los demás.
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FRÍO COMO EL HIELO
Teen FictionMatilda Costa recibió un viaje por Alaska para su 21 cumpleaños. Con la cámara al cuello y vistiendo la ropa más calentita de la que disponía recorre el helado Estado de USA a finales del invierno. Lamentablemente, su fantástico regalo de cumpleaños...