MATILDA COSTA
¿Que quieren que siga sus ordenes al pie de la letra como si yo fuese una esclava comprada en una subasta? Pues la llevan clara. Me he presentado para ayudar únicamente porque me he visto atrapada entre la espada y la pared.
Cierro la puerta de la cabaña de Gabe de un portazo y arrastro mi maleta hasta dejarla junto a mi catre. Rebusco entre mis cosas hasta encontrar mi móvil y mis cascos, pongo la música a tope y me tumbo en el catre intentando alejarme de todo esto.
Gabe corta mi momento de paz cuando me quita los cascos y me mira con una expresión que no logro identificar.
-¿Se puede saber a qué ha venido eso? -pregunta enfadado. Lo que no entiendo es por qué demonios está enfadado conmigo y no con su hermano. Ah... ya lo sé, porque él es su hermano y yo soy una cualquiera de la que se han aprovechado.
-¿En serio me lo preguntas? -suelto mientras me siento en el catre-. Tú hermano no dejaba de gritarme órdenes -le explico nada calmada.
-Sí, porque él sabe lo que hace -señala.
-Pero yo no -le recuerdo-. Debería de haber sido más paciente conmigo -apunto-. No gritándome.
-Bam no es un ejemplo de paciencia -aclara-. Es el más duro de todos. No deberías haberte ido así. Te has comportado como una niña pequeña.
Pongo cara de sorpresa.
-Para empezar, yo no debería haber estado allí -señalo mientras apunto hacia la puerta.
-Me arriesgo dejándote participar con nuestra familia para que te ganes nuestra confianza y, ¿así es cómo te comportas? -pregunta indignado, pero tranquilo, incluso apoyado contra la pared de su cabaña-. La próxima vez cerrarán con pestillo la puerta y te dejaremos encerrada en la cabaña hasta que terminemos con las tareas.
-No harás eso -desafio.
Gabe levanta las manos en señal de rendición.
-Tú decides, Matilda -asegura-. O colaboras o te quedas encerrada.
Suelto un gruñido.
-Voy a cambiarme de ropa -anuncio-. Estoy empapada.
Doy por terminada la conversación cuando cierro la cortina que separa mi zona de la suya. No puedo creer que tenga tan pocas opciones. O colaboro o me enjaulan. Es como a una mula de carga. O lleva la carga o la dejan atada a un poste. ¡Jesús! No puedo creer que mi vida se haya visto reducida a dos opciones.
Por la noche, Gabe me despierta.
-¿Qué era lo que estabas escuchando antes? -pregunta mientras aguanta la cortina y me observa desde allí.
Me incorporo con un suspiro y tomo mi móvil y mis cascos de la maleta abierta bajo mi catre.
-Estaba durmiendo, ¿sabes? -señalo con fastidio.
-Lo siento, no dejo de dar vueltas en la cama y he pensado preguntarte -se disculpa.
Doy una palmadita en el catre y lo invito a sentarse. El pijama de Gabe es un pantalón de chandal y su camiseta interior de siempre. Sonrío mientras aparto la mirada y abro la lista de reproducción. Dejo el móvil sobre la colcha y tomo los cascos para ponérselos. La mirada de Gabe se pierde en el techo mientras comienza a escuchar la canción. Observo el colgante que cuelga de su cuello. Una cruz de metal a juego con el tatuaje de su brazo. Es la primera vez que se la veo puesta.
-Me gusta -declara mientras asiente con la cabeza-. ¿Es esto lo que se escucha ahora?
-Sí, supongo que sí -asiento mientras sonrío-. ¿Puedo irme ya a dormir o también voy a tener que cantarte una canción de cuna? -bromeo.
ESTÁS LEYENDO
FRÍO COMO EL HIELO
Teen FictionMatilda Costa recibió un viaje por Alaska para su 21 cumpleaños. Con la cámara al cuello y vistiendo la ropa más calentita de la que disponía recorre el helado Estado de USA a finales del invierno. Lamentablemente, su fantástico regalo de cumpleaños...