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LOS BARROW 

Los demás. Los demás resulta ser todo el maldito mundo que vive en esta isla. Es decir, hijos por un tubo. Todos los restantes: hombres. A  Matilda le encantaría comenzar a cantar «It's raining men» si estuviesen a su alrededor sentados un grupo de modelos de Versace... pero son más bien modelos de revistas de caza. 

-A ver... -comienza a decir Matilda mientras mantiene sus manos sobre la mesa-. Me llamo Matilda y estaba aquí de vacaciones. 

-¿Cómo has llegado hasta aquí? -pregunta el que ahora sabe que es el padre. 

-Se cayó de un barco -salta Matt. 

Su padre le lanza una mirada de reproche. Y todos los demás lo siguen. Es el momento de Matilda para hablar, no el de Matt. 

-En realidad no ocurrió así -señala la joven-. Es una buena teoría pero ningún barco pasa por aquí cerca... Me estrellé cuando volaba en hidroavión. ¿No habéis visto los restos? 

Matilda está confundida. Un armatoste de ese tamaño debe de haber poblado su bahía de restos. 

-Las mareas pueden ser muy fuertes a veces -explica el padre con tranquilidad. Matilda asiente mientras aprieta sus labios en una fina línea, aunque su herida duele. 

-Si no hay restos... -comienza a decir Matilda mientras baja sus ojos azules hasta la mano-. Eso significa que no habéis encontrado al piloto, ¿verdad? -Matilda suelta un tembloroso suspiro. Hay una considerada probabilidad de que el agradable hombre esté muerto. 

-¡Pero hemos encontrado tu maleta! -salta Rainy, la más pequeña y guapa de todos. 

Desde el momento en el que la vio, Matilda ha sentido una especie de agrado hacia la más pequeña de todos. Quizás sea porque la chica lleva un poco de sombra de ojos y brillo de labios, haciéndola parecer más de ciudad y menos de... bosque. 

Rainy deja la maleta junto a la mesa y Matilda se levanta, no sin sufrir dolor, para agacharse sobre la maleta y ver qué ha quedado dentro. Todos la observan con curiosidad y nerviosismo mientras la joven revisa el contenido. Saca sus bolsas y comprueba la ropa, los botes de champú y gel de baño que compró en un supermercado local al llegar, sus reservas de maquillaje y... su teléfono móvil. Se ha dado cuenta de que falta el dinero, y eso la pone nerviosa. Es normal que al estrellarse perdiera muchas cosas, como su cámara, pero perder todo el dinero que llevaba es realmente una crisis. 

Suspira aliviada mientras enciende el teléfono móvil, solo para soltar un suave gruñido cuando se da cuenta de que no hay señal en la maldita isla.

-No tengo señal -declara con derrota, con el móvil por encima de su cabeza tratando de conseguir al menos una línea de señal-. Necesito que me llevéis al pueblo más cercano -pide la joven con decisión mientras apoya las manos en la mesa de comedor. 

-No podemos hacer eso -responde Ami, la madre. 

-¿Qué? -pregunta Matilda, el corazón cayéndosele a los pies-. ¿Por qué no?

Matilda espera la respuesta. Desliza su mirada por cada uno de ellos. Ninguno la mira a los ojos. Suspira lentamente y se gira hacia la cocina. En el transcurso de su mirada encuentra algo en la encimera de la cocina. Una de sus bolsas vacías. 

Camina con paso decidido y toma la bolsa de un manotazo. 

-Habéis abierto mi maleta, ¿verdad? -pregunta enfadada, aunque manteniendo las cosas bajo control. No obtiene respuesta, pero al menos ahora si que la miran-. ¿Qué había en la bolsa? -pregunta con lentitud y contundencia, asegurándose de que cada uno de los miembros de esa familia la entienden. Asiente con lentitud cuando nadie responde. 

Deja el bolsa sobre la mesa de comedor. Se inclina sobre la mesa y fija los ojos en el padre de familia, Billy. 

-Saldré de aquí aunque sea a nado -escupe Matilda, mientras mechones rubios caen hacia delante y enmarcan su enfurecida cara. Lo cierto es que la cicatriz de la mejilla le da un aspecto espeluznante. Casi parece la más peligrosa de todos y. 


Matilda se pregunta cuál será su siguiente paso a partir de ahora. Prisionera en un bosque... y todo por unos malditos cientos de dólares. Ahora se arrepiente de haber dicho lo que dijo hace unos minutos. No confiarán en ella. No la dejarán ni un segundo sola. A pesar de que lo que ha hecho Billy nada más escuchar lo que ha dicho Matilda ha sido reírse. Reírse a carcajada limpia. Se ha reído de ella. 

Gabe pone un vaso con agua y un plato con huevos delante de Matilda. Nada más recibir el plato, Matilda lo aparta y mirada hacia otro lado. Un segundo después Gabe decide sentarse junto a la chica. Retenerla en su isla ya es lo suficientemente malo, lo último que les falta es que también se muera de hambre. La mirada que le dirige Matilda es afilada como cuchillos y fría como la nieve que adorna el paisaje. 

-No me levantaré de aquí hasta que no comas -explica Gabe, ocultando una sonrisa. 

-En ese caso... ponte cómodo -suelta Matilda de forma seca mientras cruza los brazos sobre su pecho. 

-Si no comes, ¿cómo vas a poder huir a nado? -pregunta Gabe con desafío. 

Matilda no puede negar que tiene gran parte de razón. Aunque la joven no es tonta. Quizás se haya adelantado mucho en afirmar que se largará de la isla a nado. Sobre todo con este frío. Aunque, con un fuerte bufido, acerca el plato y comienza a comer. 

Ha de trabajar en otra táctica. 

Gabe y Rainy se encargan de hacer el tour por Barrowstown. Matilda no sabe si estar impresionada de lo que han montado en medio de la nada o asqueada de ver todo lo lejos que está de la civilización. Lo que verdaderamente la asquea es el hecho de que el baño sea uno de esos portátiles. Hay tantas cosas a las que Matilda está acostumbrada y con las que no cuenta en este lugar... Sin embargo, no ha pasado desapercibido el hecho de que, de alguna forma, parece que les cae genuinamente bien a Gabe y a Rainy. Es un pequeño pero importante paso. Buscar un eslabón débil en la manada. 

FRÍO COMO EL HIELODonde viven las historias. Descúbrelo ahora