Hoy desperté con un nudo en la garganta, pensando en la distancia.
Y te extrañé.
Pienso que no tendría sentido ir a buscarte, solamente porque puedo encontrarte, y mi psique diseñada para estar eternamente en cada lugar al que va, no soportaría tener que irse por completo.
Pero no, esta colección de sensaciones y de cadenas de ideas no proviene de eso, porque no quiero creer que algún día nos vamos a encontrar y todo va a volverse infinito. Aunque, en realidad, siempre imagino el momento exacto en que nos entrelazamos de un abrazo; pero se esfuma en la imposibilidad de tenerte que genero al pensarte, porque en alguna parte de mi mente prometí que nunca te querría más de lo que ya lo hacía, y terminé por quererte más de lo que hubiese querido.
Y te lloré.
Tantas veces nos dijimos tantas cosas. Hasta que la música paró, y escuchamos a la realidad, que nos decía confundida que intentáramos una vez más (o que ya no más).
Y te quise todavía más fuerte.
Egoístamente y en el fondo tengo un deseo persistente de que no puedas hablarle de amor a nadie más que a mí, porque me gustaba tener el lujo de contemplar tu cara enamorada a través de la pantalla (y saber que me pertenecía), de poder ver como el color de tus ojos brillaba y se convertía en palabras que decías entre interferencias. Por eso siempre idealicé nuestros encuentros, jamás concretados, en algún caminito de La Boca o en alguna parte de Rosario.
Y perdón por seguir hablándote de lejos, creyendo recuperar algo que hace tiempo no existe (o que quizás, nunca existió). Perdón si solo formé parte de tu imaginación.
Perdón porque incluso después de la fluidez del tiempo, todavía me conmueve la ilusión de verte llegando en la lejanía, acortando el paso; porque todavía me intriga qué tan absurdo sería nuestro pimpón de diálogos personificados.
Pero sospecho, que después de algunas noches (y mucha paciencia) despertaré con tus palabras en mi garganta, y por fin dejaré de pensar solo en la distancia.