Ansiedad

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Las emociones se adhieren fuertemente a mi cuerpo. Y de un instante a otro... Ya no estoy.

Ahora paso a formar parte de algún tipo de realidad alterna, o quizás de alguna escena programada para ponerme a prueba. Pero ya no importa, porque los segundos empiezan a alargarse y el tiempo transcurre de acuerdo a lo que siento.

Entonces muchas ideas, pensamientos, preguntas, sentimientos contrariados y recuerdos, se entreveran y fluyen sucesivamente a destiempo, mientras se nublan los recovecos de mi mente y cuerpo, y me vuelvo pálidamente tibia. Me encallo en lo convulso, lo inestable, y siento como si mis ojos giraran y se retorcieran alrededor de algo típicamente catastrófico; aunque en realidad estén clavados en algún punto fijo que me permite suponer que puedo mantener el control de mis delirios.

De pronto me hallo cansada. Muy cansada. Con la mirada displicente, apretando los puños, pestañeando rápidamente en el intento de aclarar mi visión convertida en una bruma difusa de invierno, y a veces, hasta me encuentro temblando el frío del mismo.

Ya no importa en qué brusco o delicado escenario me encuentre. 

Intento retener por lo físico, mediante fuerzas absurdas, la intensidad de mi desvariada conciencia.
Miro a mi alrededor tratando de volverme parte del ajeno espectáculo que se vuelve la realidad, y de integrarme al elenco de espectros que se vuelven todos los que me rodean.

Mis movimientos luchan por volverse corpóreos y, en un suspiro, todo parece volver a la normalidad. Sacudo mis manos con la ilusión de que la conmoción salga por debajo de mis uñas, suelto el aire como queriendo arrastrar con él todos los rastros de furia, e intento sacar a relucir una débil sonrisa interna, que plasma que nuevamente sucedió, y que estoy acá, existiendo.  

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