Tres meses ya pasaron desde la última vez que le dirigí la palabra a Cristóbal, solamente hablabamos de trabajo. Él era feliz siendo el centro de atención en cada junta pues llevaba las finanzas de toda la empresas, sólo la sede no de las demás distribuidas por todo el mundo. Hacía todo parecer tan fácil, manejaba con gracia su voz y su postura haciendo a todos quedar pasmados ante su don en la palabra, era un genio en el arte de explicar lo que estaba pasando y pasaría si se aumentaban las ventas, sus proyecciones eran buenas y los accionistas eran felices con eso, sin embargo yo aún dudaba de su veracidad y prefería callar. Hasta que sucedió lo que había evitado muy bien por tres meses, la confrontación.
No era precisamente una confrontación como tal sino que era una reunión hasta de trabajo hasta tarde, posiblemente no dormiríamos de estar terminado con la entrega de proyecciones, camapañas, balanceo, cosas por el estilo y por desgracia los encargados en esos ámbitos eramos nada más que Él y Yo. No quería verlo a la cara, la presencia que antes hacia a mi cuerpo vibrar ahora me llenaba de rabia y lo único que quería hacer era verlo caer en pedazos tal y como lo hizo con mi corazón aquella noche en Italia.
Era Martes 15 de marzo diez y cuarto de la noche y nosotros aún estabamos enclaustrados en la empresa, cada quien en su oficina hasta que comencé a morir de hambre y parecía que Cristóbal me había leído el pensamiento en lo que quería comer en ese instánte pues cuando menos lo esperaba ese hombre por el cual seguía muriendo trajo mi comida favorita. Aún no logro entender como es que supo que amaba una de las comidas más simples y sin embargo para mí más deliciosa, una hamburguesa con doble queso de ese pequeño restaurante que quedaba al doblar la esquina delante del restaurant chino y al lado de el pub más popular de Nueva York.
Llegó con esa sonrisa y no me pude negar en compartir mi cena con aquel individuo, comenzamos a decir cosas un poco sin sentidos, hablaba con tanta calidez y ternura que tenía que mantener mis pies fijos sobre el piso pues no sabía de lo que podía ser capaz en ese momento. Reímos hasta que llegamos a ese preciso punto que había evitado por mucho tiempo, el engaño con Mariana; se acercó poco a poco a mi, no sabía que hacer, me alejaba discutiendo lo que trataba de decir hasta que no hubo más lugar a donde ir y repitió "Elena no es lo que piensas, Mariana llegó cuando estaba esperando tu llegada tenía muchas cosas que contarte hasta el amanecer hasta qu-" "pero no me esperaste, tu te a-" "no Elena, pensé que ese brazos que me acariciaban eran los tuyos y-" " no Cristóbal no puedo creerte, si me conocieras sabrías que yo no sería capaz de llegar así como así, tomar el lugar a lado tuyo en la cama, tratar de sedu-" y fue entonces cuando sentí de nuevo sobre mi sus labios, los extrañaba y aborrecía tanto. Amanecí de nuevo en sus brazos pero esta vez no quería estar ahí, salí corriendo de la habitación mojada en lágrimas. Ahí, justo ahí fue cuando comenzó mi calvario.