Primeras conversaciones

23 1 4
                                    

Emilia era una chica de mi edad, que en cuanto le conversé del Checho me dijo que no lo conocía, lo ubicaba de vista, pero nada más. Comenzamos a conversar todos los días, prácticamente todo el día. Podíamos hablar de todo o nada. Pero al menos por primera vez encontraba con quien hablar cosas de mi vida personal, nunca las había hablado con nadie. Le contaba de mi familia, y de quién era yo según mi perspectiva. Hablábamos de canciones que nos gustaban y me mostró música que entonces me agradaba bastante. Ella era de tez blanca, su cara era redonda, tenía el pelo castaño, pero creo que lo tenía negro. Sus ojos verdes y grandes, en su nariz usaba un piercing, también en sus orejas. Tenía unos labios grandes, y unos dientes muy particulares. Vestía de negro 100%.  Me contó un día que era gótica, parecía que lo era hace mucho tiempo. Me parecía que era su forma de ser, la cual la acompañaba con ropa oscura... no solo su ropa era así de oscura.

Desde que comenzamos a conversar me intrigó demasiado.

Comenzamos a hablar en octubre del 2004, y ya era diciembre y yo aún no me atrevía a hablarle cuando me la encontraba en el colegio, en los pasillos, en el patio o en los eventos del colegio. Me daba mucha vergüenza, nos hicimos muy buenas amigas, pero aún solo por Messenger.

Un día la vi muy cerca de casualidad, y fue inevitable no hablarle. Fue frente a frente. Yo iba entrando al baño, ella saliendo. ¿Cómo describir ese momento? Solo imaginen un tomate. Éso era yo, pero uno que se puso a tartamudear, a sudar, a temblar. Quizá solo piensen en alguien muy extremadamente nervioso. Sí, esa era yo.

- Ho-hola! ¿Cómo estás? - dije.

- Hola, Pitu. Bien, pues. ¿Y usted? - Se acercó a mi, me tocó con el pulgar la cara, como una caricia. Y posterior a eso besó mi mejilla ruborizada, como si nos conociéramos de toda la vida.

- Bien, bien. Si. Emmm... - Miré el suelo, formé un puño con mis manos a los costados de mis muslos, mientras me sudaban las manos. Quedé petrificada con tan efusiva muestra de cariño.

- ¿Y... Ud. iba al baño? - Me preguntó, ya que yo parecía haber quedado en estado de shock.

- S-sí. Voy. Nos vemos. Chau!.

Entré al baño, ella se fue caminando. Abrí la puerta del cubículo muy torpemente, entré, cerré con pestillo rogando al cielo que por favor nadie haya visto esa escena tan torpe que acabo de actuar. Mientras orinaba pensaba en ella. ¿Por qué era así? ¿Por qué esa caricia? ¿Por qué ese beso que aún siento cálido en mi mejilla? ¿Por qué esa mirada tan fija?. Nunca había sentido algo así, yo, 13 años, jamás había experimentado esta sensación.

Estuve ahí sentada hasta que pasó la taquicardia, hasta que sentí que mi cara volvió a su color rosado y su temperatura de unos 36°C. Salí del baño después de mojar mi cara para regular mi calor. Seguía nerviosa, pero ya podía caminar. Me fui a mi sala, me senté al final, como siempre hacía. Abrí un cuaderno, tracé algunas rallas sin mucho sentido. ¿Qué está sucediendo?.

En la tarde, al llegar a mi casa, saludo a mi madre, saludo a mi abue, y entro a mi habitación, presiono el botón de encendido del computador. El tiempo parecía eterno desde que hice presión sobre el ON/OFF y el PC reaccionó. Abri Messenger, me conecté. Abrí nuestra pantalla de conversación. No estaba conectada, sin embargo ahí estaba su foto. La miré. Hice lo mismo por cerca de unos 5 minutos, pensando en, prácticamente, nada. Hasta que de pronto suena el sonido de que alguien ingresó al programa. Era ella. Dejé de respirar unos 4 segundos, y luego mi corazón empezó a latir fuerte. Me dio sed. Quería hablarle, pero la sed era mucha. Me levanté del escritorio, fui al baño (me queda más cerca que la cocina), y bebí agua de la llave directamente. Corrí a mi pieza.

Había una ventana de chat abierta.

- ¡Hola, mi Pitu!

- ¡Hola, Emi! ¿Cómo está?

- Muy bien, feliz de haberla visto hoy. ¿y usted?

- Bien, bien... Siento lo mismo. Muy feliz con su abrazo.

Luego hablamos de la vida, qué tal el día, qué estaba haciendo...

Era diciembre, se acababan las clases. Vacaciones eran sinónimo de no tener oportunidades de verla, significaba que no podría encontrarla casualmente o buscarla con mi mirada sin que me vea.

Como le tenia tanto cariño, le compré una flor de madera que hacía un artesano cerca del colegio, esta era de color morado con negro (ella amaba el negro). Le regalé la flor, como presente de navidad, se la entregué el último día de clases. Ese día bajé a verla, su sala estaba en el piso debajo del mío. Ella estaba ahí, esperándome, con su cara blanca, sus ojos verdes, su pantalón negro, y su chaleco negro sobre la polera blanca del colegio. Me entregó una cajita. La abrí al llegar a mi casa, porque me daba vergüenza verlo en el colegio, ya que nadie sabía de nuestra amistad. Era una velita verde.

Ese último día nos abrazamos, ambas sabíamos que no nos veríamos en todo el verano. Pero también sabíamos que existía un cariño nuevo y único. Las dos teníamos presente esta conexión que existía entre nosotras.

Nos deseamos unas felices vacaciones, y nos dijimos adiós.

Entre nubes de colores (Incompleto)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora