Emilia vivía cerca de mi casa, pero nunca nos vimos en todas las vacaciones.
En ese período de enero y febrero nos contábamos qué hacíamos en vacaciones, todo, cada día. Casi a cada momento. En esos tiempos solo se podía chatear si es que se estaba frente al PC, así que traté de permanecer cerca de uno todo el tiempo. A veces no era posible, y me sentía muy triste, así que cuando no había computador cerca volvía a recurrir a los mensajes de texto del celular. Me gastaba casi todo lo que me cargaban en dinero para el mes en un solo día.
Entramos al colegio pronto, el tiempo se había hecho eterno. Pero ya había pasado. Por supuesto los primeros días de clases solo nos encontramos un par de veces en los recreos, pero yo tímidamente solo le hacía un saludo con movimiento de mano a lo lejos, y luego desviaba mi camino para no encontrarla tan cerca.
Ya íbamos en octavo básico, teníamos cerca de 14 años. Nos hicimos amigas en persona, en la vida real. Y éso sucedió porque la Danna, amiga de Emi, un día me llamó hacia su sala. Y yo me acerqué a ellas. Supongo que la Emi le había contado de mí, y por eso ella me llamaba, no podía ser de otra forma, ya que yo no la conocía.
A las chicas de mi curso les parecía extraño que yo comenzara a escabullirme en cada recreo, que yo me fuera a buscar amigas a otro lugar. Que yo comenzara a pasar todo el tiempo junto a las niñas del otro curso. Pero bueno, yo no me quejaba. Tenía amigas que me querían mucho en mi sala, y me hice de otras amigas que también me estaban queriendo mucho en el otro curso. La Emi y la Danna.
Con la Emi seguimos siendo muy amigas, y cuando nos veíamos en el colegio solo nos abrazábamos, hablábamos un rato, nos reíamos, nos abrazábamos. Me miraba, yo la miraba, me hacía cariño, nos abrazábamos. Esa era nuestra amistad. Abrazos y abrazos. A veces me mordía la cara, ya que tengo unas mejillas gorditas. Me ponía siempre muy roja, pero me gustaba esta amistad.
Debo confesar que no sé en qué momento comenzamos a ser tan cariñosas. Me dio siempre la impresión de que ella era así con todo el mundo, pero poco a poco me di cuenta que al parecer solo a mí me dedicaba tanta ternura, ya que nunca vi ese comportamiento que tenía conmigo hacia otra persona.
Un día de fin de semana, chateando, ella me dice que se sentía mal. En general, ella pasaba mucho por esos períodos de estado de ánimo bajos. Casi siempre. Pero un día recurrió a mi. Me contó sus motivos, me contó qué era lo que le hacía sentir así en ese momento. La mayoría de las veces eran asuntos con su padre, ya que tenían una mala relación. Yo no sabía mucho qué decir, estaba recién saliendo de mi cascarón de pollo, y solo podía decirle "lo siento, ánimo, te quiero". En ese momento, luego de desahogarse, me escribe:
- Abráceme
- ¿Cómo?
- Cierre sus ojos, piense en abrazarme.
- Lo haré.
Lo hice, cerré mis ojos. Pensé en ella, en querer darle todos los abrazos del mundo. Y pasó lo más extraño que había experimentado.
La abracé. La sentí.
Sentí todos los olores, sentí su olor, el olor de su respiración, de su cuello. Yo había conservado en mi recuerdo todas esas sensaciones, las texturas, los colores, su piel, sus manos. Sentí toda su esencia, mi corazón se agitó a mil por hora. Disfruté ese momento, disfruté ese abrazo, esa unión... Y me quedé con los ojos cerrados, hasta que vuelvo a sentir el sonido de mensaje:
- Gracias, mi Pitu. - Escribió.- Gracias por ese abrazo tan lindo, lo sentí.
Yo quedé impactada. Claro, está bien que yo sienta las cosas, porque las recuerdo, quizá solo reviví la sensación en mi memoria. Pero no fue solo eso. Ella también lo sintió. Ella lo sintió, quizá tanto como yo.
Luego de eso me costó hacer cualquier otra cosa, quedé agotada. Sentí que me entregué por completa, sentí que me fui a otro lado en un tierno y caluroso abrazo. Sentí que ya no podía estar tanto conmigo misma, si ya me había ido hacia ella, ya había sido parte de su piel en ese abrazo de esta amistad tan particular.
Esta amistad me tenía extraña. La quería mucho, quería lo mejor para ella. Quería tenerla a mi lado para cuidarla por siempre y que nada en este mundo le hiciera daño. Que ella misma no volviera a hacerse daño.
Ella se hacía daño.
Sus brazos tenían una serie de líneas que cruzaban sus muñecas. Ambas manos, más de una marca en cada una. Me dolían. Yo quería que eso no volviera a suceder. Quería ser felicidad para ella.
Quería que ella fuera feliz un día..., para siempre.
Esa noche me dormí sufriendo por ella.
Esta conexión era más fuerte de lo que yo hubiera imaginado jamás. A veces cruzaba por mi pecho una sensación de dolor, de angustia, como un presentimiento. Y en esos instantes pensaba en ella... la angustia era tal que sentía que debía hablarle y saber de ella. Coincidía siempre con que estaba la estaba pasando mal, le dejaba un mensaje de ánimo y energía, le dejaba un "te quiero amiguita" escrito en el mensaje de celular, esperando que así se solucionara el conflicto que ella estaba viviendo. También pasó un par de veces que ella presentía que algo me sucedía, y era efectivo. Por eso nos pensábamos conectadas. Era lindo pensar que tenía "eso" con alguien.
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Entre nubes de colores (Incompleto)
Non-Fiction¿Cómo se conoce el mundo a medida que crecemos? ¿Cómo vivimos cada uno nuestra adolescencia? ¿Qué tan complejo es?. La protagonista de la historia sueña con amores e ideales, sin embargo no sabe que siempre le rodean nubes de colores, o arco iris...