Paradas en un semáforo que parecía no ponerse nunca en verde, las ventanillas subidas y el aire acondicionado saliendo de las rejillas al máximo, Maura se cansó del tenso silencio y encendió la radio. Un escalofrío recorrió la espalda de la detective, poniéndole la piel de gallina. El recuerdo le golpeó con la misma fuerza con la que lo había hecho horas antes, encerrada en el coche y tratando de descansar antes de tener que volver a la comisaria.
Se vio a sí misma tumbada en el suelo, atada a él por dos bisturís que atravesaban sus palmas extendidas y la tenían indefensa. Su frente estaba perlada de sudor; sus alborotados rizos, manchados de polvo gris allá donde rozaban el suelo, se le pegaban al rostro y al cuello. Mandíbula apretada, lágrimas deslizándose silenciosamente por sus mejillas debido al intenso dolor. Un movimiento por el rabillo del ojo la instó a girarse: una mujer rubia que no podía dejar de llorar yacía maniatada a su lado, hecha una bola. Recordó que aquella era su víctima, era a quien había tratado de salvar pero había fracasado estrepitosamente. Ahora iban a acabar ambas muertas. La puerta de madera se abrió con un crujido de bisagras y un hombre enclenque y en la cuarentena bajó por unas escaleras hasta el sótano en el que ellas estaban atrapadas silbando una melodía que Jane no había oído nunca. Charles Hoyt. Le observó limpiar con parsimonia sus relucientes herramientas quirúrgicas, escogiendo un bisturí. Se detuvo a la mitad de la canción y sus labios compusieron una sonrisa perversa al acercarse a la detective y mirarla desde su posición dominante.
Volvió a la realidad cuando un coche pitó detrás de ella, viendo que el semáforo hacía tiempo que había cambiado al verde y estaba creando una cola de conductores impacientes al no moverse. Pisó el acelerador con demasiadas ganas y apagó la radio bruscamente. Cinco minutos en completo silencio fue todo lo que Jane pudo aguantar bajo el intenso escrutinio de la forense.
- ¿Quién es la que está mirando fijamente ahora? – preguntó con voz ligera tratando de bromear pero sin atreverse a mirar hacia el asiento del copiloto.
Maura expulsó el aire por la nariz en un resoplido y se giró para poder mirar mejor a la detective, tirando del cinturón y enganchándolo un poco más abajo del hombro para que no le rozara en el cuello.
- Venga, Jane, ya no está tu madre aquí.
- ¿Y?
- Y sabes que puedes contarme qué te pasa.
- Estoy bien, Maura – suspiró la morena, agotada. – Ya os lo he dicho cinco mil veces.
- ¿Te has mirado en un espejo últimamente? – replicó la forense con cierta incredulidad.
Jane mantuvo la vista firmemente fijada en la carretera, frotándose la cicatriz de la mano derecha distraídamente contra la tela del pantalón. Una persona que no conociera a la detective habría pensado que le picaba y así aliviaba la molestia, pero para una doctora que ya había observado ese gesto en momentos en los que la morena no parecía fijarse en lo que estaba haciendo y tenía la mirada perdida, sabía que era un tic nervioso o para disminuir el dolor. Sintió el impulso de coger la mano de Jane entre la suyas y masajear la cicatriz de manera que la ayudara a lidiar con ella, pero la detective estaba al volante y Maura era bien consciente de que no le gustaba nada que le tocaran en esa zona. Lo había vivido al darle el masaje y había visto a su amiga rehuir el contacto de la gente. ¿Un firme apretón de manos? Podía lidiar con ello, pero ¿ir de la mano o cosas así? No. Ni loca. Aunque tampoco es que tuviera con quién.
En cambio, la forense rozó ligeramente el antebrazo descubierto por las mangas remangadas de la camisa, haciéndole ver a Jane que no pasaba nada, que estaba ahí. Era algo que había descubierto recientemente, a veces, y en especial cuando la mente de la detective se iba a la deriva, un simple roce podía hacerla volver a la realidad o sentirse segura. No hacía falta hablar. Una vez más, la estrategia de la rubia fue suficiente para que las barreras de la detective cayeran. Con un suspiro, ambas manos sujetando con demasiada fuerza el volante, se decidió a contárselo.
ESTÁS LEYENDO
The Yin to my Yang
FanfictionJane Rizzoli se guía por corazonadas. Maura Isles solo confía en la ciencia. Ambas mujeres son como el agua y el aceite, el sol y la luna, el Yin y el Yang; totalmente contrarias. Pero todos sabemos que los polos opuestos se atraen irremediablemente...