Capítulo 7

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Viernes por la mañana y Jane ya estaba echando pestes.

Había comenzado el día de mala manera: su despertador no había sonado por causas todavía desconocidas para la detective, dejándola dormir una hora más de lo debido e impidiendo que pudiera ducharse por la mañana para quitarse esa capa de sudor típica del calor nocturno. Como es lógico, tampoco había podido parar cinco minutos en Boston Joe's para comprar su necesitado café.

De camino a la comisaria había pillado todos los semáforos existentes en Boston en rojo. ¿Y que un señor mayor había decidido coger el coche esa mañana para ir a algún lugar pisando huevos? Entonces Jane se había topado con él a narices en una zona donde estaba prohibido adelantar.

Y, por si eso no era suficiente, apenas eran las ocho de la mañana y ya había veinticinco grados centígrados, y eso era en el interior del coche con el aire acondicionado puesto al máximo. La morena notaba la espalda empapada, la piel pegajosa y el ambiente asfixiante. Frenó con un resoplido tamborileando en el volante impacientemente a la espera de que la luz cambiara a verde, pero su teléfono sonó, captando su atención.

- Rizzoli. – Contestó con más brusquedad de la habitual.

- Jane, soy yo – saludó Frost impasible al mal humor de su compañera. – Hemos encontrado a la mujer de O'Rourke. Tiene una tienda de...

Unos toquecitos en la ventana de su coche distrajeron a la morena, que frunció el ceño mientras bajaba la ventanilla.

- Espera un momento, Frost – pidió antes de tapar el altavoz del iPhone con una mano. - ¿Qué quiere? – resopló observando al sudoroso policía que se inclinó hacia ella con cara de mala leche.

- No se puede hablar mientras conduce, señora.

- ¿Qué? – exclamó Jane con incredulidad. – Primero, - alzó el índice para llevar la cuenta – ¿aparento cuarenta años? Porque de momento entro en la categoría de señorita – hizo un movimiento con la cabeza para dejarlo claro antes de alzar otro dedo – y, segundo, estoy en un semáforo.

- ¿Está usted o no frente al volante y con el motor en marcha? – espetó el uniformado ignorando lo que la detective acababa de decirle.

- Sí – refunfuñó esta.

- Entonces debo pedirle que apague el teléfono, señorita.

- ¿Sabe qué? – Hasta ahí había llegado. Ese era su límite. Desenganchó la placa de su sitio habitual en su cinturón y se la enseñó al policía. – Ahora, ¿va a dejar que anote la dirección de la escena del crimen o tendré que jugar a las adivinanzas?

El hombre se llevó una mano a la gorra, quitándosela para secarse la frente con un pañuelo mientras reculaba, alejándose del Crown Victoria con un gesto de disculpa. La morena pisó el acelerador a fondo cuando el semáforo se puso en verde, poniendo con rapidez la máxima distancia entre ella y el coche patrulla.

- ¿Decías? – preguntó rescatando su móvil del regazo, donde lo había dejado caer.

- Te mando la dirección y ya te lo explicaré cuando llegues – dijo Barry con clara diversión.

- Vale, nos vemos allí.

El iPhone vibró en su mano para anunciar un mensaje entrante pero Jane lo tiró en el salpicadero sin mirar. Primero tenía que pasar por la comisaria.

Aparcó rápidamente en la entrada incluso a sabiendas de que estaba prohibido, y salió corriendo, subiendo las escaleras de la entrada y esquivando a la gente del vestíbulo en tiempo récord. Casi saltó el torniquete que vigilaba que nadie sin acreditación pasara a la zona de las oficinas y, para cuando llegó a la tercera planta, la de homicidios, respiraba con dificultad, su frente estaba perlada de sudor y tenía la parte trasera de la camiseta prácticamente empapada. Cogiendo un llavero pequeño de uno de los cajones de su mesa, fue a la zona de las taquillas y cambió la sudada prenda de ropa por una camisa blanca que siempre guardaba de repuesto por si tenía accidentes al comer la hamburguesa o con el café. Sin fijarse prácticamente en lo que hacía, se abrochó los botones y pasó de nuevo por su mesa para dejar las llaves y coger su pequeña libreta de encuadernación de cuero, ajada por el uso, la cual se había olvidado la noche anterior bajo unas carpetas de informes viejos.

The Yin to my YangDonde viven las historias. Descúbrelo ahora