Jean despierta despúes de un coma, de poco más de 60 años, donde al fin la tecnología pudo reconstruir aquella parte de su cerebro dañada, siendo capaz de conservar su cuerpo tan joven como si hubiese dormido unas horas.
Años en los que muchas cosas...
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La luz entraba ligeramente, la única ventana se ajustaba según la iluminación más idónea para el lugar, sin ser incómoda para los que estuvieran dentro. La habitación era blanquísima con casi ningún mueble, a excepción de una cama amplia y un pequeño buro de madera blanco a un lado.
La piel de un hombre joven se veía pálida a pesar de su tono moreno, iluminada por la peculiar luz que entraba a través de esa venta que era sólo un cristal plano en la pared; la claridad hizo temblar sus parpados, volviendo a comprender que eran capaces de abrirse.
Sus ojos ligeramente cerrados veían formas amorfas, desacostumbrados a estar abiertos volvieron a cerrarse; las cosas eran borrosas, su cuerpo parecía no poder moverse. Al intentar hablar sus cuerdas vocales estaban tan inconexas con su voluntad como lo demás; desorientado volteó hacia la ventana, esperando que su visión se aclarara.
Una mujer enfundada en un impecable ropaje blanco entró a la habitación; dejando que su boca se abriese en una exclamación silenciosa al ver al hombre de esa habitación despierto.
Él quería preguntarle a la mujer que sucedía, no obstante se percibió extremadamente pesado a pesar de lo incomodo que se sentía de no poder moverse; decidió ser un poco paciente.
Con un poco más de claridad, vio segundos después entrar a un hombre un poco bajo, con cabellos castaños peinados perfectamente, quien hablo con la mujer de hace unos minutos, indicándole algo; el hombre acomodó su bata blanca acercándose tranquilamente a la cama donde estaba el joven.
—Jean-Jacques Leroy— habló suave, gentilmente, intentando no parecer agresivo; analizaba la respuesta ante sus palabras del otro—. ¿Está bien?
—Je-jea...— Su garganta dolía, su mente está sumergida en una densa niebla de confusión, asimilando que quizá ese era su nombre, desorientado como estaba su expresión dejó ver un poco de angustia; Jean negó con su cabeza contestando a su pregunta.
—Es normal, es muy pronto para hablar; debe tomarse su tiempo— habló el médico, haciendo algunas anotaciones en una tablilla de plástico trasparente y sin papel, que parecía pasar algunas ventanas electrónicas.
—T-tu...— Jean bufó frustrado, no acostumbrado a que algo se le complicara, o que le aconsejaran que hiciera las cosas despacio.
—¿Mi nombre?— El doctor parecía bastante satisfecho con lo bien que el otro estaba respondiendo—. Soy tu medico encargado, Otabek Altin— contestó escueto, pero procurando no dejar su usual personalidad fría apareciera.
El médico era un neurocirujano de origen kazajo, con amplia experiencia, excepcional y considerado joven para el nivel de su habilidad; y eso no cambiaba que el procedimiento al que sometieron al joven fue en extremo complicado, aún tomando en cuenta todos sus antecedentes profesionales y habiendo sido aplicado un par de veces antes; con un enorme éxito el primero, mientras que el segundo no fue como se esperaba: el resultado seguía siendo bastante incierto.