Quince.

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Diana.
  Levantó la mirada de sus apuntes de pociones. Era tarde, era de noche, y aún seguía copiando los apuntes que Kyana le dejó al final de la clase, porque no estaba prestando atención a eso. A nada, en realidad. Se había perdido en sus pensamientos, y ahora asumía las consecuencias.
Se estiró en la silla de madera donde estaba sentada, provocando que crujiera bajo su peso. Aún quedaba una hora para que cerraran la biblioteca, y allí no quedaba nadie salvo ella y la bibliotecaria.
Diana.
  Frunció las cejas al oír su nombre de nuevo. Bah, seguro que se debía al sueño. Dirigió su mirada al cuaderno, y vio que le quedaban un par de páginas para terminar. Estaba agotada, no quería seguir. Además, Aledis estaba en la habitación y no le gustaba dejarla allí aburrida. Últimamente no había pasado tiempo con sus amigos, ni con Alexis, desde que se vengaron de aquel niño de primero. Solo les hizo falta un muñeco de trapo, una grabación falsa y ambientador. Bueno, y velocidad para salir corriendo.
  Recogió sus cosas y las acomodó entre sus brazos, cerca del pecho. Con un 'buenas noches', se despidió de la bibliotecaria y salió. Tal vez se encontraría a algún prefecto haciendo su ronda habitual, tal vez. Se dirigió a la torre de Gryffindor, aunque como tenía sueño, no echó cuenta a su camino.
Ven.
Y ella fue. Estaba entrando en los baños de chicas, donde Myrtle la Llorona se encontraba, cuando vio a una joven sentada en los lavabos. Esta no llevaba ninguna túnica del colegio, y su pelo tapaba su rostro.
Diana dejó los libros en un extremo de los lavabos, y se acercó a ella.
Estoy aquí.
  Myrtle la saludó al verla, pero ella estaba tan ensimismada por la misteriosa chica allí sentada, que ni la oyó. Notó que pisaba algo húmedo con sus zapatos, y supuso que alguien se habría dejado un lavabo abierto, o que se había estropeado una sisterna.
Cuando estuvo cerca de la joven, le dio un par de golpes suaves en el hombro para llamar su atención. Esta levantó su mirada, y a Diana se le congeló la sangre.
Unos ojos rojos la estaban observando, escondidos bajo una piel pálida. El pelo de aquella chica estaba mojado, dejando algunos mechones pegados en sus mejillas. Sonrió cínicamente, para luego desaparecer.
  Diana llevó una mano a su pecho, donde comprobó que su pulso se había acelerado. Se escuchó una risa retumbar en el baño, que hizo que se estremeciera.
Qué mayor te veo.
Se giró hacia Myrtle, quien estaba a escasos centímetros de su rostro.
- ¿Myrtle? -preguntó confusa.
- Ajá. -Asintió con la cabeza.
¿Con quién hablas?
- ¿La has visto?
De un impulso, la fantasma ascendió y se colocó encima del lugar de su muerte, negando con la cabeza. Parecía divertida.
Sigues siendo tan ingenua.
  Sacudió la cabeza y volvió a darse la vuelta. Abrió el grifo y refrescó su cara. Al levantar la mirada, se vio reflejada en el espejo.
¿Por qué me ignoras?
  La misma chica se reflejó a su lado. Diana apoyó las manos en la encimera del lavabo, estaba cansada.
Habla conmigo.
Miró un poco por encima de su hombro, pero ella no estaba. Miró al espejo de nuevo, y allí seguía.
Ya hemos pasado por esto, ¿quieres que vuelva a explicártelo?
  - ¡Cállate! -gritó, mirando fijamente aquellos ojos rojos.
De nuevo, la risa volvió a resonar en el baño.
¡Al fin! Pensé que iba a morir de la espera.
  - Déjame. -susurró.
Otra vez estaba ahí, ella. ¿Por qué ahora? Ya había acabado con ella, ya lo había hecho, ¿por qué?
Sé lo que piensas, el porqué estoy aquí, ¿no? ¿Necesitas que te lo diga o puedes darte cuenta tú sola?
  Esa voz, maldita, no la soportaba. La hacía sentirse pequeña. En el baño, parecía haber bajado la temperatura de nuevo.
  - ¡No te necesito!
¿No quieres jugar? He traído la escoba, podemos montar. Como la otra vez, ¿te acuerdas?
Myrtle se sujetó la barriga con los brazos, riendo. Ella sabía lo que pasaba, pero Diana no.
  - ¡¿De qué te ríes?! -exclamó al oír sus carcajadas.
  - No eres la primera, no. -Rió.
¿Hablas sola ahora?
  - ¡Dije que te callaras!
  Su voz sonaba quebrada, como si estuviera a punto de llorar. Lo sabía, en el fondo, sabía por qué ahora, por qué ella, por qué Myrtle reía. Pero no quería aceptarlo.
¡Oh! ¡Estás llorando! Cielo, llora. Las lágrimas te sientan bien, ¿no? Al igual que las ojeras, pronto te saldrán, estoy segura. ¿Dónde está tu bella sonrisa ahora? -Volvió a reír.
Por el espejo, vio cómo se acercaba a su altura, con un destello de ironía en sus pupilas. ¿O era maldad? Miraba a Diana fijamente.
¡Mírame!
  Ante el grito, no tuvo otra opción que hacerlo. Sus ojos estaban inundados, y sus mejillas demasiado húmedas. Se sentía débil e imponente. No podía sino llorar.
Ssshh, eso es cielo. Muéstrate ahora, no va a pasarte nada.
Volvió a mirarse en el espejo, dejando escapar pequeños sollozos. Mantenía la boca cerrada, pero su labio inferior estaba temblando. Tenía calor, a pesar de estar nevando fuera, incluso sudaba. Veía borroso, pero sabía que ella seguía allí. La veía.
Hazlo, estoy aquí por ti. He tardado demasiado, pero ya he vuelto.
  - Vete, por favor. Vete. -suplicó ante el espejo, en murmullos, sin dejar de repetirlo.
Hazlo, no tengas miedo. Estaré contigo.
  - ¡Vete! -gritó con todas sus fuerzas.
  La mano izquierda de Diana impactó contra el cristal, dejando un círculo, del tamaño de su puño, de cristales rotos. Una risa se oyó, y ella desapareció. Retiró la mano, que temblaba del dolor, y la refugió bajo su túnica, para evitar que la sangre goteara. Ya se curaría luego.
  - Te van a castigar. -canturreó Myrtle, antes de que Diana dejara el baño.

¿Séptimo año en Hogwarts? Hagamos que sea kul. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora