Ella me amó

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Había pasado mucho tiempo desde la última vez que puse un pie en ese lugar. No había pasado ni un mes que regresé a Tokyo, y en el buzón destinado a mi departamento, me esperaba la carta que me devolvió a Sendai. Fue suficiente una simple llamada, para que mi estancia en la Prefectura de Miyagi estuviera lista; después de todo, no había visto a mi familia en mucho tiempo. Ni a mi familia, ni a ella. ¿Cómo estará? Hasta la pregunta se me hace tonta. -Por supuesto que ha de seguir siendo tan bella como en ese entonces -no pude evitar suspirar, mientras frotaba el puente de mi nariz. Aún después de todo lo que hice, seguía pensando en ella; mi corazón comenzó a latir fuertemente, oprimiendo mi pecho sin compasión, obligándome a contener las lágrimas que empezaban a provocar cosquillas en mis ojos, anunciando que en cualquier momento descenderían por mi rostro. El timbre de mi celular me devolvió a la realidad.

¡Hey! Tsukishima, ¿vendrás a la reunión, no?

Eres el único que falta de confirmar.

¡Sería bueno verte de nuevo!

Teclee con rapidez una respuesta a Hinata, antes de que el enano siguiera molestando. Con calma, terminé de preparar mi pequeño equipaje, escuchando música con los audífonos puestos. Suena ridículo, cuando estoy en mi propia "casa", pero de alguna forma, eso me ayuda a mantener la mente en blanco, y evitar pensar de más. El viaje en tren fue más rápido de lo que quisiera. Mi hermano ya me esperaba en la estación, sonriendo tontamente como cada vez que nos veíamos. - ¡Kei! Bienvenido -un fuerte e innecesario abrazo de su parte, logró enchuecar un poco mis lentes, así como sacarme algo de aire. -Suelta... ya... -luego de un pequeño forcejeo, logré liberarme de su agarre, respirando hondo para recobrar la compostura. -Estoy de vuelta -murmuré, pasando a su lado para salir de allí. Como siempre, todo el camino a casa estuvo hablando de mil cosas. Hasta cierto punto, extrañaba ese familiar ruido; y la ligera sonrisa que había esbozado, era prueba fehaciente de ello. Mi madre me recibió con la misma emoción que mi hermano, y fue en ese momento, que me di cuenta de lo mucho que me había ausentado.

Mentiría si dijera que fueron los peores días de mi vida. Pero aunque fuera por una semana, me sentí feliz. Todo aquello que me parecía tan ajeno, dejó de importarme; volví a sentirme un niño. Recuperé un poco de paz, hasta ese día. Miré mi reflejo en el espejo, mientras acomodaba por novena vez mi ropa. La ansiedad comenzaba a inundarme con lentitud. -No quiero ir -repetía una y otra vez en mi cabeza, abriendo la puerta de la casa de mis padres, despidiéndome de todos, abandonando la seguridad que mi familia me brindaba. Incluso, mis pasos me llevaron más rápido de lo que deseaba. No lo soporté más, y me desmoroné a una calle de llegar al restaurante. Mi respiración era pesada, y podía sentir mis latidos golpetear contra mis oídos. Escondí mi rostro contra la pared del edificio que se encontraba a mi lado. El sonido de las voces y los autos, me recordaban que no estaba en mi habitación, y que cualquiera que pasara por ahí, podría verme. Apreté los puños, obligándome a calmar mis nervios. Y la vi. Como lo pensaba, seguía siendo tan hermosa y alegre como siempre. Como antes de que me conociera. El verla desaparecer por las puertas del local, me hizo reaccionar; pero para cuando quise detenerme, ya me encontraba dentro del restaurante, imposibilitando la entrada al mismo. - ¡Tsukishima! -la estridente voz de Shouyo me guio hasta ellos. -Buenas -saludé, con un pequeño cabeceo, mientras tomaba asiento al lado de Sugawara.

La tarde se había pasado demasiado rápido, tanto, que pareciera que no había saboreado ni un momento de felicidad con mis excompañeros de equipo e instituto. Todas aquellas anécdotas y risas que habíamos estado compartiendo por todas esas horas, me parecían un sueño, o el relato de un extraño, a pesar de que hace unos minutos había reído con Nishinoya. Ni siquiera podía percibir el sabor del alcohol, provocando que lo bebiera como agua; hasta que Sugawara, con dificultad, logró evitar que bebiera una nueva copa. Y es que, ¿cómo podría mantenerme lúcido, si su sonrisa volvía a descolocarme como la primera vez? ¿Cómo podría esperar mantener la calma, cuando la tenía a pocos metros de distancia, y al mismo tiempo, un enorme abismo nos separaba? Fui un cobarde al haberla abandonado de esa forma, y ahora me siento estúpido al saber que en ese momento, pensaba hacía lo mejor. Pero ya nada se puede hacer; la había cagado, y no solo eso, con mis egoístas actos, la hice sufrir. La había visto llorar, hasta el punto de que me suplicara; y como un imbécil, solo la aparté, creyendo que todo volvería a la normalidad al día siguiente. Ahora, las voces de todos me parecían tan distantes; pues mis pensamientos solo eran ocupados por los recuerdos que compartí con ella.

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