La Luz de la Luna

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"La luna no puede brillar sin el sol. Y tú eres el único sol que necesito en mi vida"

Odiaba verlo así. Sabía mejor que nadie que fingía; que no había nada más falso en él, que esa enorme sonrisa que adornaba su rostro; pero más le enfadaba el hecho de que nadie más se percataba de su estado. Ante todos, fingía estar bien, a pesar de que insistieron mucho con el tema; apenas había pasado una semana de su ruptura con el capitán del Nekoma. Justo el tiempo que había pasado desde su regreso del campamento de entrenamiento en Tokyo. Lo que debió terminar como un lindo recuerdo más para sus días de preparatoria, concluyó con el momento más amargo de su adolescencia.

Hinata lloraba camino a casa, todas las noches. ¿Y cómo lo sabía? Había seguido sus pasos, luego de un par de días; una tarea sencilla, tomando en cuenta de que el pelirrojo estaba demasiado metido en sus pensamientos, caminando de forma automática. Nunca se percató de esa presencia ajena al familiar paisaje. También detestaba que el estúpido Rey no se diera cuenta de nada; ignoraba el hecho de que Hinata no era el mismo en las prácticas, y sus remates fallaban con mayor frecuencia. Pero el problema no era todo esto. Tsukishima Kei, estaba al tanto de todo, y no hacía nada. Se odiaba por actuar de esa manera, y sabía que nada podía hacer; Shouyo no le dejaría acercarse, después de todas las veces que se burló de él, que lo insultó... que lo humilló.

Cómo se lamentaba de haberle tratado así desde que lo conoció. Pero nadie sabe de quién se enamorará, y actuamos de manera precipitada, hacia la persona que podría ser el amor de nuestra vida. Por quinta vez en la mañana, soltó un suspiro, mientras guardaba los balones con Yamaguchi; el pecoso, había notado algo extraño a su amigo en los últimos días, pero no se atrevía a preguntar que le sucedía. Fue hasta que siguió la mirada del más alto, que unió una parte del rompecabezas. – ¿Por qué no intentas hablar con él, como haces conmigo, Tsukki? –el aludido volteó a ver a su amigo, más rápido de lo que planeaba, topándose con la dulce sonrisa de Tadashi. –Cállate, Yamaguchi –murmuró, con las mejillas algo sonrojadas, al notarse expuesto. –Lo siento, Tsukki –murmuró el chico, luego de dejar escapar un suspiro.

Generalmente, le habría debatido, acusándolo de pensar tonterías que no eran, para luego, también insultar al número 10 del equipo. Todo aquello se le hacía extraño, pero no podía arriesgarse a hacerlo enfadar; así que solo se limitó a observar en silencio el actuar de su amigo, y no solo eso, también al pequeñajo de anaranjados cabellos. La voz del capitán se hizo presente en el gimnasio, apurando a sus compañeros hacia el salón del club, para cambiarse y dirigirse a clase. –Vamos Yamaguchi, es nuestro turno de terminar de guardar –esa sonrisa, hizo saltar el corazón del chico de primero, al tiempo que observaba un poco ansioso como Hinata y Tsukishima salían del gimnasio.

El vestuario del club de voleibol, era tan ruidoso como siempre, gracias a Nishinoya, Tanaka y Hinata. Al menos, eran en esos breves momentos, que podía apreciar como el Sol brillaba con la misma intensidad de siempre, aunque fuera por efímeros minutos. El salón había quedado casi vacío, siendo Asahi, Kageyama y él, los últimos. Al escuchar la voz de la estrella del equipo, alzó la mirada, notando que incluso el Rey, había huido de ahí. Por la puerta, pudo apreciar las figuras del capitán y Yamaguchi, este último, con el rostro completamente rojo. –Te esperaré afuera –sin dar tiempo al pecoso, salió, cerrando tras de sí la puerta, sonriendo ladinamente, ante los nervios de su amigo, por quedarse nuevamente a solas con Daichi.

Por su semblante serio y distante, los alumnos juraban que Tadashi le hablaba a la pared; pero Kei escuchaba todo lo que su amigo tuviera que decirle. –Hoy no podré almorzar contigo, Tsukki –soltó de repente, con una extrema calma. El rubio volteó con lentitud a encarar a su amigo, con una expresión de confusión. –Tengo... tengo algo que hacer, así que no podré comer contigo –repitió, bajando la voz a cada palabra. – ¿Ese algo tiene que ver con el capitán? –el brinquito que pegó el chico, hizo sonreír con burla al rubio. Yamaguchi ya no sabía qué hacer, salvo dejarse caer en el pupitre de Kei, quien no dejaba de "burlarse" del chico. La llegada del profesor fue una especie de salvación para el menor, quien volvió a su lugar con rapidez.

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