El deseo de un gato (Parte 1)

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Todos los días era lo mismo. Nunca le había gustado salir de casa; sin embargo, el día de baño no era algo que le agradara mucho. Y había sido esa misma razón, lo que le mantuvo vagando por la calles por casi todo el día. No se arrepentía para nada. Porque fue gracias a eso, que logró dar con él. Si bien, al principio lo había confundido con un gato callejero; se lo perdonaba. Aunque le dio un baño, resultando herido con múltiples arañazos; se lo perdonaba. Aquel chico de cabello negro, y ojos grisáceos, había llamado su atención desde el primer momento en que lo vio. A pesar de ese rostro sin expresión, sus ojos mostraban un sentimiento tan latente y familiar, que no pudo evitar acercarse a esa mano, que deseaba acariciar su pelaje. Bastó un simple encuentro, para despertar en el pequeño gato, el irresistible deseo de ver a ese humano todos los días.

Como podía, se escapaba de la casa del viejo que cuidaba de él, cuidando que ninguno de los otros gatos y el cachorro que vivían ahí con él, notaran su huida. -Hola, pequeño -comenzaba a ronronear, solo con escuchar esa aterciopelada voz, restregando su cuerpo en las piernas del muchacho; quien no tardaba en tomarlo entre sus brazos, para caminar directo a su casa. Akaashi Keiji sabía que no era demasiado bueno para ese extraño gato, pero siempre que podía, le obsequiaba con pequeños trozos de pie de manzana. Aún recordaba el día en que encontró al minino. Regresaba a casa luego de los entrenamientos, el cielo teñido de tonos anaranjados, anunciando que pronto serían reemplazados por la oscuridad de la noche; y justo frente a su casa, un gato de blanco pelaje con manchas rubias y negras, se paseaba de un lado a otro. - ¿Estás perdido, amiguito? -acuclillado para no asustar al animal, Keiji miraba fijamente esos sorprendidos ojos, acercando lentamente su mano. El minino estiraba su cuerpo con sumo cuidado, olfateando los dedos, hasta que sintió un cosquilleo por su mandíbula. Con un brinco, se alejó de los mimos de aquel humano, quien solo se limitó a reír por lo bajo, acercándose nuevamente.

Cuando se dio cuenta, estaba acurrucado en el regazo del chico, mientras este acariciaba su lomo inconscientemente, mirando la televisión. El animal comenzó a maullar, mirando atentamente los bocados de pie que Akaashi se llevaba a la boca. -No creo que debas comer esto... pero no hay nada más en casa -dubitativo, cortó un pedazo del postre, ofreciéndolo al gato. Grande fue su sorpresa, cuando el pequeño engulló gustoso el alimento. Al notar como el minino se acicalaba, se levantó del sofá en completo silencio. Una vez en el baño, llenó la tina con agua caliente, preparó todo lo necesario, y salió en busca del gato. Aprovechando que el pequeño se acurrucaba perfectamente contra su pecho, se encaminó de vuelta al cuarto de baño. Cerró la puerta con cuidado, y casi con malabares, terminó por deshacerse de su ropa; lentamente, se introdujo a la tina, recibiendo rasguños y maullidos ensordecedores, una vez que el gato descubrió sus intenciones. Pero nada lo salvó del baño.

-Lo siento -repitió Akaashi por décima vez, tratando de acariciar la cabecilla del gato, quien solo se limitaba a huir, bufando por un par de segundos. En un último intento, llenó un tazón con leche tibia, y junto a otro traste con un poco de atún que encontró en la alacena, dispuso el alimento lo más cerca al gato. -Buenas noches. Supongo que deberé buscarte un buen nombre -y tomándolo desprevenido, acarició sus orejas, antes de abandonar la habitación. Con sigilo, el gato se escabulló en la habitación de Keiji, admirando el sereno rostro dormido del chico; suavemente, restregó su cara contra la nariz del muchacho, y huyó del lugar. En el camino de vuelta a casa, se encontró con Kuroo, uno de los gatos que vivían con el viejo Yasufumi Nekomata. - ¿En dónde has estado? ¿Y por qué hueles así? -interrogó el gato negro, olfateando el cuerpo de su amigo. -No hagas eso -se quejó suavemente el otro, pateando la cara de su amigo. -Bueno, es mejor que volvamos a casa, Kenma. Haz preocupado mucho al viejo -añadió Tetsurou, caminando un poco por delante del más pequeño.

De vez en cuando, Kozume volteaba a ver la casa de aquel amable humano. Acto que no pasó desapercibido por su amigo. En cuanto el viejo Nekomata escuchó los maullidos de Kuroo y Kenma, se acercó con el ceño fruncido al útlimo, para regañarle por su desaparición por tanto tiempo. Actitud que no duró mucho tiempo, pues fue reemplazado por efímeros mimos y la frase: No lo vuelvas a hacer. A la mañana siguiente, Akaashi buscó al pequeño por toda la casa, sin resultado alguno. Y un triste suspiro escapó de sus labios. El frío recorrió su espalda, dejándole ver una ventana entreabierta. -Así que el pequeño escapó -murmuró con pesar. Se sintió tonto al pensar que, por pasar unas cuantas horas con él, un gato callejero se quedaría a su lado. A final de cuentas, no sería el primero en dejarlo solo. Recogió los tazones, los lavó, y preparó algo para desayunar. Miró el calendario, como todos los días; faltaba una semana más, para que sus padres volvieran.

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