Siete

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Domingo en la ciudad

Era la mañana del día siguiente, Sam se encontraba sola en su habitación esperando a que llegara su compañera. Barbie había estado pegada a su novio todo el día.

Al escuchar como tocaban la puerta se levantó esperando que fuera la castaña, aún así, al abrir vio una sonrisa bellísima.

—Buenos días princesa —saludó Roy apoyado contra el marco— no te vi en el desayuno.

—Intento tomarme un descanso de ustedes —respondió con una sonrisa sarcástica.

—Se que ayer te enteraste de algo un poco... estúpido. Aún así, vengo a invitarte a salir. Tienes cara de amar las aventuras.

—¿Cuál es tu propuesta? —preguntó con curiosidad Sam.

—Me preguntaba si... ¿Te gustaría acompañarme a la ciudad? —sugirió el chico guiñando un ojo.

La chica se quedó pensando en sus opciones. Número uno, seguir sentada esperando a que Barbie apareciera, mientras veía películas. Número dos, ir con Roy a dar una vuelta, algo que no podía hacer a menudo.

—Esta bien, pero ¿Cómo piensas salir de aquí? —preguntó ella cruzándose de brazos.

—Tengo mi motocicleta —dijo guiñando un ojo.

Sam sonrió alegre, el internado no dejaba que ingresaran vehículos de transporte a buscar a los alumnos, a menos que fuesen con un permiso especial. Para su suerte, la motocicleta ya estaba adentro del lugar, lista para ser usada.

La rubia cogió una chaqueta que estaba encima del sofá y salió junto al chico corriendo por los pasillos. Ella seguía en pijama, pero no le podía importar menos lo que pensaran a cerca de su persona.

Se dirigieron hasta las bodegas de aseo del internado, donde nadie se acercaba, solo los auxiliares. Roy habló con un par de trabajadores clandestinamente, para que dos hombres trajeran la motocicleta.

—¿Tiene combustible? —preguntó el moreno.

—Si —contestó uno de los hombres.

Roy y Sam se sentaron arriba de la motocicleta, se pusieron los cascos y comenzaron a andar hacia la ciudad. Estaban en medio de la nada, es por eso que no podían escaparse caminando. Sus pies estarían muertos en menos de la mitad del camino.

Llegaron al encontrarse bajo la sombra de aquellos enormes rascacielos y edificios, se detuvieron en un pequeño parque, donde podían aparcar.

—Eso fue divertido —dijo la rubia ordenando su cabello— no recuerdo la última vez que anduve en moto.

—Me hace sentir libre —rió Roy.

—¿Ahora qué, me llevarás a una cita toda cursi? —preguntó ella poniendo ambas manos en sus caderas.

—Justo lo que iba a hacer.

Caminó hacia el césped y se tiró con ambos brazos abiertos hacia atrás. La rubio lo siguió curiosa, sin comprender lo que hacía.

—¿Y la comida? —preguntó.

—Tranquila caramelo, ya vendrá. Por el momento te invito a recostarte —respondió con una sonrisa coqueta.

Bésala y ganaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora