Ocho

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Juegos acuáticos

Aquel domingo en la tarde, seguía habiendo luz cuando llegaron Roy y Sam en la motocicleta.

—Hace tiempo que no robaba algo —dijo la rubia riendo mientras acomodaba su pañoleta "nueva".

—El guardia era un estúpido y debo decir que te queda genial ese color.

—Gracias —contestó haciendo una reverencia.

—¿La pasaste bien? —preguntó Roy atento.

La chica asintió con una ligera sonrisa, la cual detrás llevaba un sentimiento extraño, algo como simpatía y una pizca de cariño.

—¿No vemos mañana en clases?

—Llevaré mi pañoleta —respondió Sam dándole un beso en la mejilla.

Siguió caminando hasta su habitación, donde se percató de que Bárbara aún no aparecía. Puso los ojos en blanco e ignoró el hecho de que su compañera estuviese desaparecida.

Sacó un pedazo de pizza congelada del otro día y se tiró sobre el sillón a revisar las notificaciones de su teléfono, la mayoría eran llamadas perdidas de Luka. De pronto escuchó la puerta abrirse, era Barbie, quien parecía furiosa.

—Hola fantasma —saludó Sam. La castaña la ignoró por completo pasando a su lado y encerrándose en su habitación.

—Okay... no es mi problema —comentó la rubia comiendo su pizza.

Otra vez escuchó que golpeaban la puerta, se levantó vagamente irritada. No tenía idea de lo que estaba pasando, pero tampoco le importaba lo más mínimo.

—Ken —hizo una pausa al verlo y su cara se transformó en una mueca llena de desagrado— que manera de arruinar el día.

—Estoy buscando a Barbie.

—Oh está en su habitación, estoy casi un cien por ciento segura de que no quiere verte, tiene puesto el pestillo.

El rubio entró rápidamente a la sala y golpeó la puerta de Bárbara, mientras le suplicara que saliera. Ken rendido sacó su teléfono y marcó el número de sus amigos.

—Tony, ¡Amigo! Necesito que me ayudes... si trae a quien encuentres, tenemos que abrir una puerta —miró a Sam— no creo que sea la mejor idea traer a Luka, estoy en el cuarto de las chicas.

—¡Tranquilo me voy! —exclamó Sam tomando su móvil y llaves.

[...]

Para ser Domingo por la tarde, casi noche, Sam se encontraba recostada en el césped de los jardines del internado. Ya nadie debía estar afuera a esas horas, pero pasaba casi desapercibida. Lo único que la iluminaba era una pizca de sol y las luces de la pileta.

—¡Bu! —exclamó Roy matándola del susto. No había notado en qué momento se acercó tanto.

—¿Me estás acosando? —preguntó la chica— porque no son mi tipo.

—No, solo vi a una chica muy bella recostada por aquí —contestó con su sonrisa hipnotizadora.

Él se acostó a su lado, ambos miraban los últimos segundos del atardecer mientras salían las estrellas.

Bésala y ganaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora