La noche era negra. La más oscura en muchos años. Las calles estaban desiertas y silenciosas.
La joven corría asustada. Su rostro reflejaba temor por lo incierto. Volteaba repetidas veces intentando distinguir si la perseguían.
Estaba convencida de que había visto una figura. Una sombra. Por eso corría. Corría desesperada. Y mientras trataba de huir sin saber dónde refugiarse, tropezaba, caía. Sus rodillas, lastimadas por el constante impacto contra el empedrado, sangraban. Aún así, se levantaba torpemente y seguía corriendo agitada.
El estado de nervios que la embargaba impedía que sus piernas le respondieran normalmente. Pero se exigía, a pesar del agudo dolor en su costado, el cual presionaba con su mano derecha.
En un momento, sintió que la amenaza había desaparecido. Agotada y casi sin aire se detuvo a mirar el camino recorrido.
Silencio. Silencio absoluto. Pero en su interior el temor seguía latente, por lo que decidió que era mejor seguir avanzando y conseguir ayuda.
Al volver su mirada al frente, un hombre apareció ante ella. La joven gritó presa del pánico, pero el robusto hombre colocó su mano con firmeza sobre sus labios y la atrajo suavemente hacia él.
Había algo embriagador en el intruso. Algo que la seducía, que la invitaba a dejarse llevar, porque la joven dejó de poner resistencia.
La expresión en su rostro había cambiado. Lo miraba embelesada, como una mujer enamorada. No quedaba signo del temor anterior en su rostro. Sólo pasión y entrega absoluta. Y aunque los ojos del atacante eran rojos y ávidos de loco deseo, de un hambre insaciable, ella parecía no notarlo. Simplemente inclinó su rostro apoyando su cabeza sobre el hombro de él.
El hombre corrió con delicadeza su cabello y acercó su boca, presionando sus labios sobre el débil y delicado cuello.
Ella se abrazó a él apasionadamente. Su cuerpo comenzó a moverse, debatiéndose entre la pasión y el dolor. Sus brazos y piernas convulsionaban en movimientos continuos. Presionaba con fuerza sus uñas sobre la gran espalda de quien la sostenía. Pero poco a poco, como si sus fuerzas comenzaran a flaquear, los movimientos se tornaron cada vez más lentos y débiles, hasta que sus brazos quedaron colgando, sus ojos en blanco y su cabeza en un vuelco hacia atrás. El hombre alzó el rostro. La luz tenue de un farol cercano iluminó su boca mostrando hilos de sangre que descendían de sus grandes colmillos.
La joven estaba muerta, y en su cuello había una gran herida abierta. El asesino había bebido toda su sangre. Aún cuando sintió que el corazón dejaba de latir, continuó bebiendo con desenfreno.
Luego, cuando ya nada quedaba de ella, apoyó el cuerpo lentamente sobre el frío suelo e inclinado en cuclillas la observó con detenimiento. Era hermosa, muy hermosa. Algo en ella le resultaba familiar. El atacante se sobresaltó y cayó con todo su cuerpo hacia atrás. El rostro de la muchacha lo había impactado. Retrocedió con sus manos apoyadas en el suelo. Arrastrándose. Él la conocía. No podía ser.
Su expresión mostraba desconcierto, como si no fuese capaz de entender lo que estaba ocurriendo. Un grito ensordecedor emergió de pronto con furia de su ser.
-—¡ Noooooo! —gritó con locura. —¡Ambaaaaarrrr!
Se levantó torpemente del suelo gritando y pateando las piedras, dando vueltas alrededor del cuerpo. Tomó su cabeza con las manos, acarició el frío rostro, pero ella ya no reaccionaba. Él había consumido su vida por completo.
Apoyó el cuerpo con cuidado y corrió. Corrió lanzado por el viento hasta desaparecer en la distancia.
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Angeles y Vampiros. La profecía
VampireNadhel Vlad Daimon, el ancestral, poderoso y maligno vampiro ha engendrado un hijo, desconociendo que la mortal elegida para ello, es la heredera del secreto que puede destruirlo. El niño se ha hecho hombre. El amor de una mujer podrá ser la salvaci...