Estaba anocheciendo cuando la camioneta de Justin arribó a la estancia de John Calmet. Un joven de tez oscura guardaba los caballos en el establo y los observaba disimuladamente. Estaba fresco, el sol ya se iba escondiendo. Aun así el lugar era en extremo agradable. Las ramas de los árboles que rodeaban la enorme casona de madera parecían dar la bienvenida acompasadas por el suave viento.
John Calmet era un hombre culto y elegante. Alto y delgado con un pequeño bigote asomando de sus labios finos, siempre solía vestir algún traje oscuro con moños de diversos colores. Su aspecto físico no se adecuaba a su verdadera edad.
La Sra. Calmet en cambio, era una mujer rozagante que contrastaba con su marido por tener 30 centímetros menos de altura y 30 kilos más que él. Eran una pareja perfectamente equilibrada, puesto que sus diferencias no eran únicamente físicas sino que también tenían personalidades distintas. Mientras que John era un hombre de negocios, estudioso, meticuloso, sereno y reservado; la Sra. Calmet hablaba constantemente sin parar y sin medir el grado de sus comentarios. Inquieta, extrovertida y divertida. Para ella todo era objeto de broma, pero era una mujer tan cálida y agradable que resultaba imposible enojarse con ella.
Juntos llevaban adelante la estancia. El señor Calmet había generado su fortuna con la financiación de la fabricación de los primeros vehículos con motor. Hacía varios años atrás, el encuentro con un amigo de la infancia le había cambiado la vida. La idea de fabricar un motor para reemplazar a los caballos que para muchos era algo descabellado a él le fascinó. Invirtió toda la herencia de sus padres, sus ahorros y su tiempo en esa iniciativa convirtiéndose en el socio principal de uno de los negocios más grandes.
En tanto, su único hijo vivía junto a su esposa e hijos en Londres desde hacía varios años. Los Calmet lamentaban no poder ver crecer y malcriar a sus nietos, pero aceptaban la decisión de su hijo sin reproches. Viajaban a visitarlos cada vez que se presentaba la oportunidad y recibían su visita una vez cada tres años en navidades.
La llegada de Justin y su familia a St. Augustine los había impregnado de alegría. John estimaba mucho a Justin no sólo porque era su único sobrino, hijo de su hermano muerto en la guerra, sino porque además compartían los mismos pensamientos y podían dialogar horas sin notar el paso del tiempo.
A su vez, la habilidad de Karen con la cocina, especialmente la repostería, fascinaba a la Sra. Calmet, quien no dejaba de recomendarla a todo su círculo de amistades.
El asombro y la preocupación en el rostro de John eran demasiado evidentes, pero nada dijo al respecto y se limitó a observarlos y ayudarlos a bajar las maletas. La señora Calmet por el contrario, al percatarse de la visita inesperada, salió de su casa gritando y haciendo ademanes con sus brazos. Karen sabía cuánto detestaba John esas actitudes de su esposa, por lo que se apresuró a abrazarla e ingresar con ella rápidamente en la casa.
Cuando todos hubieron ingresado, la expresión en el rostro de Esteban era imposible de disimular. Estaba anonadado por el lujo y la inmensidad de cada una de las habitaciones, la imponente escalera de mármol que llevaba a un lugar que aparentaba ser aún más inmenso, los pisos de madera lustrada. La gran variedad de cuadros de diversos estilos, desde un Botticelli hasta un Picasso marcaban las distintas áreas en la que se dividían los salones.
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Angeles y Vampiros. La profecía
VampireNadhel Vlad Daimon, el ancestral, poderoso y maligno vampiro ha engendrado un hijo, desconociendo que la mortal elegida para ello, es la heredera del secreto que puede destruirlo. El niño se ha hecho hombre. El amor de una mujer podrá ser la salvaci...