Lyon arribó a la residencia que indicaba la invitación. Conocía el lugar, era una mansión que durante años había estado abandonada. Sus propietarios habían sido asesinados en su interior y durante muchísimos años nadie la había ocupado, hasta ahora.
Si bien se notaba que la habían restaurado, el aspecto seguía siendo algo escalofriante. En las escalinatas de la entrada dos grandes estatuas de dragones con mirada desafiante parecían observar a quienes se aproximaban. Las ventanas permanecían cerradas. La puerta principal era una enorme fortaleza de hierro.
Lyon se acercó despacio hacia la entrada. Pero antes de llamar, una mujer de cabello rojo abrió la puerta y lo saludó animosamente. Llevaba puesto un deslumbrante vestido que entonaba con su cabello, lucía un pronunciado escote que dejaba a la vista sus grandes atributos. Era increíblemente hermosa, su piel blanca casi traslúcida contrastaba con el rojo de sus labios carnosos y sus ojos de un verde intenso que miraban con descaro. Su presencia resultaba tan bella como intimidante.
Se aproximó a él y al tiempo que Lyon se inclinaba para saludarla cortésmente ella se arrojó en sus brazos, aplastando su cuerpo con el de él. Rozó suavemente sus labios en su mejilla, muy cerca de su boca, y continuó deslizando sus labios apenas rozando hasta llegar a su oído. Luego de manera seductora, emitió un sonido parecido a un ronroneo de felino, y entonces dijo:
—Pasa querido, te estábamos esperando. Soy la Baronesa Beatriz Daimon, pero tú sólo dime Bea.
La pesada puerta se cerró una vez que él hubo ingresado.
Luego lo tomó de su mano izquierda y con movimientos ondulantes meneando su marcada figura lo guío a través de la mansión.
Lyon se sentía perdido. La mujer era increíblemente atractiva como nadie que él hubiese conocido y se sentía atraído por ella. Aun así, algo en su interior le generaba rechazo. Dos sentimientos opuestos luchaban por vencer. La mano de la mujer era fría como el hielo, y sumamente suave. Era como sostener una escultura de una diosa griega.
Ingresaron en un inmenso salón con cortinados en rojo y bordó, allí varias personas dialogaban amistosamente. En una de las esquinas, una mujer, lo miraba fijamente y le sonreía. Era una persona de estatura baja y cabello negro oscuro. Por la edad que aparentaba, era posible pensar que se trataba de la madre de Nadhel.
Un hombre joven de aspecto desafiante hizo señas a Beatriz para que se acercara a él. Ella se volteó hacia Lyon y dijo con voz melosa:
—Ya vuelvo por ti querido, no te alejes.
Un instante después, frente a Lyon apareció la mujer que lo observaba desde una de las esquinas y le ofreció una copa de vino tinto.
—Señor, beba el vino del Barón. Es la mejor cosecha del año 1847. Pruébelo —dijo de manera imperativa.
Su voz era tan agria como su aspecto. Lyon se sentía incómodo frente a su mirada penetrante. Le resultaba en extremo desagradable. Además sentía que despedía un olor nauseabundo. Quería que se alejara de su lado, no toleraba tenerla cerca. Aparentemente la mujer no pensaba retirarse hasta tanto él bebiera, por lo que contra su propio deseo de probar algo proveniente del Barón, bebió un sorbo con el propósito de alejar a la extraña mujer de su lado.
El vino resultó delicioso al contacto con el paladar. No acostumbraba a beber, pero la textura áspera y el aroma dulce le resultaron enigmáticos y atrayentes.
Mientras bebía, un aire frío golpeó detrás en su nuca. Y una voz que jamás había oído le erizó la piel.
—Buenas noches, mi estimado amigo. Eres bienvenido a mi casa.
Lyon giró sobre sí mismo con extrema cautela, y al encontrarse frente al rostro de Nadhel su corazón saltó dentro de su pecho. Nadhel sonrió. Su porte, aunque delgado, era imponente. Su presencia y mirada resultaban inquietantes. Era un hombre que jamás podría pasar desapercibido.
—Veo que ya has conocido a Eleonora —dijo con calma—. Me alegro de que pruebes nuestro vino. Espero lo disfrutes — concluyó.
Lyon sólo logró tartamudear un buenas noches y enmudeció nuevamente. Por un momento, mientras lo observaba, pensó que quizás Anne tenía razón, y él sólo exageraba. Quizás no se trataba más que de un aristócrata excéntrico con un círculo de amistades y allegados tan excéntricos como él.
Se percató entonces de que no había visto a su hermana en el salón. Iba a consultar al Barón por ella, pero él se había retirado a dialogar con otros invitados, por lo que decidió ir en su búsqueda.
Recorrió el fastuoso salón que estaba dividido por una enorme abertura. En una esquina tres músicos interpretaban una monótona sinfonía desconocida. Del otro lado del salón se alzaba una amplia escalera de mármol.
Pensó que Anne podría hallarse en el segundo piso. Afortunadamente no había nadie alrededor observando, por lo que con cierto disimulo se dispuso a subir. Pero cuando su pie ya se hallaba en el primer escalón, alguien lo sujetó por detrás, e introdujo sus brazos por entre los suyos a la altura de su cintura y junto ambas manos delante en su pecho. Bea, la hermana de Nadhel, frotaba suavemente su cuerpo sobre la espalda de Lyon, a la vez que subía y bajaba sus manos recorriendo su pecho. Comenzó luego a besar su cuello, con besos cortos y rápidos. El aroma que emanaba de ella, era dulce. Demasiado dulce, empalagoso y embriagador.
Lyon comenzó a marearse, sus piernas temblaban y su cabeza palpitaba. Sentía que iba a desvanecerse en cualquier momento. Tenía que soltarse de la mujer, alejarse y correr. Pero no se sentía dueño de sus actos.
La habitación giraba a su alrededor, pero las personas parecían no percatarse de nada de lo que a él le ocurría. Los fríos brazos lo acariciaban sin límites y el aroma era tan dulce que lo ahogaba y asqueaba. La habitación giraba cada vez más rápido, no había forma de detenerse. De pronto vio la figura de la mujer llamada Eleonora observarlo y comenzar a reír. Su risa sonaba como una carcajada de bruja de cuento para niños. Quería taparse los oídos, no soportaba escucharla.
Y mientras todo se convertía en una marejada de movimientos, risas y música, no pudo soportar su propio peso sobre sus piernas y cayó impactando ruidosamente sus rodillas con violencia en el suelo.
En ese mismo instante, la cabeza de un hombre conocido en el pueblo, y con quien había dialogado en varias oportunidades, voló por el aire. Todo su entorno se tiñó de rojo al recibir el impacto de un chorro de sangre despedido del cuerpo bamboleante que golpeó con fuerza sobre su cara.
Gritos y más gritos era sólo lo que escuchaba. Ya no podía vislumbrar nada. Sus sentidos no reaccionaban, seguía girando.
El mundo era de un tinte rojizo. Ya nada importaba, había llegado el final. Su vida terminaría en ese instante. Seguramente su hermana ya debía estar muerta.
La oscuridad lo consumió. El fin había llegado.
—Adiós, Anne —susurró...
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Angeles y Vampiros. La profecía
VampireNadhel Vlad Daimon, el ancestral, poderoso y maligno vampiro ha engendrado un hijo, desconociendo que la mortal elegida para ello, es la heredera del secreto que puede destruirlo. El niño se ha hecho hombre. El amor de una mujer podrá ser la salvaci...