Capítulo 6.

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Capítulo 6.

Capítulo 6.

Observé conmocionada su cuerpo. Que Ancel lo hubiese matado no probaba que era la Muerte, pero el hecho de que solamente él pudiera materializarse ya lo confirmaba. Y además, supuse que el color de sus ojos también tenía algo que ver, puesto que en cuanto el corazón del chico se hubo parado, los ojos de Ancel volvían a ser ambarinos.

Volví a posar mi vista sobre el cuerpo del muchacho, evitando mirar la herida de la bala. Ancel volvió a mi lado, otra vez inmaterial, pero no le presté ninguna atención.

La figura fue envuelta en una luz blanca cegadora, lo que hizo que tuviese que protegerme con el gran cuerpo del semental. Cuando el resplandor se hubo apagado, salí de mi “escondrijo” para ver una cosa sorprendente.

Del cuerpo, en la misma posición en la que estaba antes de la luz, salía una presencia, el espíritu del chico.

Ancel lo observó con una mueca que estaba en una mezcla entre asco y decepción. El espíritu era blanco, puro, y entonces me di cuenta de algo.

Pasé mi mirada desde Ancel al chico, y de vuelta. Descubrí que la energía que manaba de Ancel era completamente diferente a la del chico, así como la mía.

Las esencias de Ancel y mía eran blancas rojizas, como una luz fogosa, mientras que la del joven era absolutamente inmaculada.

Observé cómo su presencia se desvanecía poco a poco, como humo, comprendiendo por fin lo que Ancel había querido decir: “somos diferentes”.

Le miré, frunciendo el ceño.

–¿Era eso a lo que te referías?

–¿Qué? –Inquirió, un poco confuso.

–Con lo de ser diferentes –le orienté.

–Ah –dijo.

Sin embargo, no contestó. Reacia a enfadarme –por muy raro que sonara–, decidí redirigir nuestra conversación.

No con el fin de disuadir a Ancel para que hablara –no me sentía con la capacidad suficiente como para engañarle–, sino para poder averiguar otras cosas de otros temas que podrían conducirme a una suposición acertada.

Vaya, eso ha sonado bien.

–¿De qué modo somos diferentes?

Él me escrutó la cara impasible, lo que me impidió deducir qué se le pasaba por la cabeza.

–De uno peligroso –contestó solamente.

Intenté contenerme para no poner los ojos en blanco, lo juro, pero me fue imposible.

Al cabo de un rato en el que nos quedamos en silencio –uno incómodo, puedo asegurarlo–, Ancel resopló y me cogió del brazo.

–Creo haberte dicho como unas diez mil veces hace bastante rato que tenías que venir conmigo. No quiero parecer tu madre ni nada, pero…

–Tarde, chaval.

Suspiró y la presión sobre mi antebrazo aumentó. Me intentó arrastrar –omitiré el detalle en el que intento despegarme en vano– hacia su caballo, que aún me miraba con cara de asco y se subió a él, tendiéndome la mano para supuestamente ayudarme a subir.

Resoplé.

–¿Vas a intentar obligarme a ir contigo?

–Oh, no, querida –sonrió maliciosamente–. Quita eso de intentar, parece que no lo voy a conseguir.

Al otro lado de la ventana.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora