Capítulo 3.
–¿Perdón?
–Perdonada –sonrió.
–He oído perfectamente lo que has dicho. No intentes arreglarlo o esconderlo –dije, notando crecer mi enfado.
–Así que al final me equivocaba –comentó tras un rato.
–¿En qué? ¿En qué te equivocabas?
–En que no te has tomado demasiado bien tu muerte –hizo un mohín que se asemejaba a una sonrisa.
Agh, de repente me gustaría arrancarle la cabeza.
–¿Es que todo te hace gracia? ¿Te ríes de las desgracias ajenas?
Ancel se puso serio.
–Me río del peligro.
–Qué valeroso –ironicé.
Sin embargo, no estaba pensando en lo osado que podía llegar a ser, sino en la posibilidad de que sus palabras llevaran un doble sentido. Por su tono no podía averiguarlo, y por sus facciones menos. Mantenía la misma expresión de impasibilidad que siempre, y eso me ponía muy difícil el averiguar si podía ser yo un peligro para él.
La idea me parecía completamente estúpida, claro, porque, ¿qué iba a hacer yo contra él, teniendo una espada que seguro que era muy capaz de utilizar?
No era muy probable que yo significara un peligro para él. Aunque a lo mejor no se estaba riendo de mí, sino que simplemente era así.
De todas formas, lo dejé pasar.
Él se quedó callado, y, por un momento, fui consciente del silencio que reinaba. El zumbido de vida que no sabía que existía hasta mi muerte, quedaba bloqueado por una extraña razón. El canto de los pájaros, el sonido de los coches, las risas de los niños, parecía como si todo estuviese lejos de mi alcance, pero a la vez tan cerca…
–Eso es porque estás en otro plano –contestó Ancel.
–No te he preguntado –dije tajante.
En realidad le agradecía que hubiese contestado a una pregunta que ni siquiera había planteado, sobre todo porque ahora estaba cabreada con él y lo que menos me apetecía era tragarme mi orgullo.
–No –concedió él–. Pero lo ibas a hacer.
Yo resoplé.
–Me ibas a decir por qué habías acabado con mi vida ¿no? Supongo que será divertido ir arrebatándole todo a una persona.
Ancel se acercó a mí, poniendo sus ojos a la altura de los míos y quedando separados por unos centímetros.
De repente me asaltó un deseo incondicional de besarle, pero me contuve. Era un idiota. Un completo idiota.
–¿Crees que disfruto? –Siseó–. No fui yo quien elegí esto.
Y luego se alejó.
Mi cabeza daba vueltas. No entendía absolutamente nada.
–Empecemos por el principio ¿vale? –Dije, tratando de calmar los ánimos y luchando contra mi orgullo–. ¿Por qué me has matado?
–Era necesario.
Yo bufé.
–Eso no me sirve. Quiero entenderte, Ancel –añadí al ver que no contestaba.
–Pues no vas por buen camino.
De pronto se había vuelto muy brusco. Tomé una nota mental: “no hablar sobre el pasado de Ancel”. Sin embargo, era tan cerrado… y tenía respuestas. Las respuestas que yo quería. Y estaban en ese pasado.
