Stephen logró recuperar el apetito y el ánimo para disfrutar con suavidad del siguiente par de horas. Cercana la hora de obertura del despacho del abogado de los Barker, embriagados a su vez de las aventuras de Poe en sus investigaciones de leyendas rurales, decidieron levantarse para partir. De alguna forma aquellas batallitas habían sido un buen alivio y distracción de las alucinaciones que aquella mañana el heredero había sufrido.
Tras recorrer el camino que separaba la mansión de la villa, el dúo de chicos observaron por primera vez la presencia de sus habitantes. Algunos observaban al dúo de forasteros, provocando cuchicheos y futuros rumores. Sin embargo ninguno de ellos intentó detenerlos y entablar conversación. Era inevitable para ellos el sentirse extraños. Una sensación que nunca habían sentido en Mandora, su ciudad, pese a estar siempre cubierta de desconocidos. Aunque para Stephen, quien había sido acosado por las miradas de cuadros perversos, no tuvo apenas impacto.
El corto paseo concluyó poco más allá de la plaza de la villa, frente a una construcción de piedra modesta que quedaba encasillada entre otras dos de mayor altura. Sobre su portón de madera se mecía con el viento un cartel de letras negras y gruesas con la palabra "Kirkman". No solo se trataba de su despacho sino también de su propia vivienda. Su oficio no iba indicado pero siendo una pequeña población no parecía necesario. Todos debían saberlo. Mary, como guía de la expedición, golpeó con suavidad y firmeza a la puerta de la entrada. El sonido de unos pasos acercándose fue la primera y tardía respuesta. La puerta se abrió a continuación, haciendo acto de presencia del propio señor Kirkman, un hombre de avanzada edad que lucía una barba corta adjuntada a su cabello de un canoso blanco.
−Veo que el joven Barker no pierde el tiempo. –burló el abogado al reconocerle con una ligera y humilde sonrisa.
−El viaje no sentó bien a nuestro invitado. –respondió Mary con una reverencia.
−¿Y este joven que lleva consigo? –preguntaba Kirkman mientras se colocaba sus lentes, anteriormente guardadas en un bolsillo.
−Sigmund Poe, señor. El taxista. –responde con una reverencia, a juego con la de Mary.
−Un compañero de universidad. –corrige Stephen la respuesta de Sigmund. –Perdone por no darle ni un respiro. Pero esta mañana he estado un tanto aturdido y temo que esta tarde pueda empeorar y alargar los trámites innecesariamente.
−No hay necesidad de disculparse señor Barker. A fin de cuentas, justo ahora comienza mi horario de atención. –contesta mientras abre del todo la puerta, quitando el seguro de acero. –Estaremos más cómodos en mi despacho. Entren por favor.
El trío de jóvenes obedecieron al señor Kirkman y se adentraron a su vivienda. El despacho se encontraba a un lateral de la entrada. Ya en su interior, se presentaba con una pequeña biblioteca y una chimenea con las llamas encendidas que dibujaban un ambiente hogareño e intelectual. Una mesa a juego con la sala centralizaba la zona de actividades. Mientras Stephen y Poe observaban la estantería curiosos por los títulos que pudieran ubicar, el viejo abogado arrastró una tercera silla hasta el lateral de la mesa donde se sentaban los clientes. Obviamente no esperaba la presencia de Poe.
−Sentaros, por favor. –recitaba su petición con un por favor nuevamente. –Nos encontramos aquí presentes el joven Stephen Barker y Mary Barker además de un tercer testimonio. Sigmund Poe, ¿cierto? –apuntaba el nombre de Sigmund Poe en la esquina de un papel, acertando en sus caracteres.
−Así es, señor. –responde afirmativamente el propio Sigmund.
−Bien... Antes de empezar, doy mi pésame por la ausencia de Howard Phillips Barker. Además de su abogado, tengo la osadía de considerarme como su amigo. Fui su asistente y consejero en los últimos años de su corta vida. –tomó un silencio breve para reanudar con un pequeño tosido oculto tras su puño. –Regresando al tema que nos concierne esta tarde en mi despacho... El difunto Howard escribió una herencia dirigida a dos personas. Stephen y Mary Barker. –repentinamente abría un cajón de debajo de su mesa y extraía una carta que ya tenía preparada. –Esta carta no ha sido abierta hasta el día de hoy. Las últimas voluntades, las cuales fui advertido que se dirigía a ustedes dos, se encuentran en su interior.
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Stephen Barker
HorrorUn joven universitario es citado para una interesante herencia a un pueblo entre las montañas por parte de una rama desconocida de su sangre. Sin embargo descubrirá que aquello que va a heredar en Villa Suspiro es algo más que una imponente mansión...