Capítulo 12: Dar en el blanco

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―Solo he encontrado una Ann Barker en el árbol genealógico y se parece a tu descripción física―. Concluyó su búsqueda en el libro junto a Mary frente a la impaciencia de un Stephen que no podía colaborar.

―¿Seguro que es factible? ―preguntaba Mary con cierto deseo de desmentirlo―. De serlo, significa que la maldición tiene un alcance de al menos doce generaciones si empezamos a contar por la de mi padre.

―¿¡Doce!? ―miró horrorizado a Sigmund―. ¿Cómo se supone que vamos a ser capaces de descubrir el origen de algo que podría sobrepasar los cuatro siglos? ―repentinamente un dolor de cabeza agudo apuñaló la frente de Stephen, quien por un momento pudo ver una sonrisa blanca familiar, la de su yo joven del confesionario.

―Tranquilízate Stephen. ―la frialdad de aquellas palabras por parte de Sigmund interrumpió la creciente histeria por parte del dúo Barker.

―Es fácil de decir en tu caso Sigmund. ―respondió Stephen con una voz debilitada.

―¿¡Quién crees que soy!? ―Sigmund golpeó con el puño a la mesa, sobresaltando a ambos.

―Poe... ―intentó Mary tranquilizarle.

―¿Crees que voy a abandonarte o que por no ser el directamente afectado me importa siquiera un pellizco menos? ―Stephen abrió la boca pero no tuvo valor suficiente para responder―. Puede que no queden escritos de su origen. Que no haya un modo claro de alcanzar nuestras respuestas porque aquella época caducó. ¿Pero acaso no has visto algo que no caduca? ¿No te sonrojaste al pensar en la belleza joven de Ann Barker?

―¿Có-co... ―los colores se subieron por el rostro de un Stephen descolocado por sus emociones.

―Los Barker no caducan. Ni Ann, ni Bram, ni Howard Phillips Barker. ―la voz de Sigmund se ralentizó para que la pareja lo asimilase―. La maldición ha retenido a los mejores informadores. Debes interactuar con ellos y encontrar el origen.

―Tiene razón. ―finalmente Mary intervino en la nueva dirección de la conversación―. Aunque enloquezca a los antiguos Barker, ustedes son psicólogos. Tienen el potencial de llegar a ellos y lograr la información necesaria. Si Ann fue participativa, también lo deberían ser otros Barker.

―En resumen... ―su mirada se intensificó al propio Stephen―. Debes sin falta ubicar el máximo número de Barkers y lograr toda la información que sea necesaria. Nosotros cuidaremos de ti en esta realidad al mismo tiempo que rascamos el pasado de la villa en lo máximo posible.

―Entiendo... Perdona por lo que dije Sigmund. ―se disculpó por sus palabras.

―No sucede nada Stephen. Entiendo que estás afectado por lo que debes enfrentar en la otra realidad. Sin embargo no olvides que, de estar en mi mano, viajaría contigo. Me duele que puedas pensar que no lo empatice. Todos los presentes tenemos a alguien querido sumergido en esta maldición.

―Sí... Quiero liberar a mi padre. Se lo debo. ―Mary volvía a relucir su estima por Howard.

―Y yo quiero liberarte a ti. ―el rostro serio de Sigmund dibujó una sonrisa y la jovialidad habitual del mismo―. Y lo lograremos, créeme. No vamos a esperar años, lo haremos a lo largo de estas semanas venideras. Regresaremos a la universidad y terminaremos el último año. ¿O acaso planteas hacer campana, mi vago amigo?

―Jajaja, claro que no. ¿Quién sino lograría que no te pusieras a terminar los trabajos al anterior día de la entrega? ―la relación entre compañeros de clase se había resuelto adecuadamente y Stephen había sobrepasado la montaña que suponía el reciente descubrimiento de la posición de Ann en el organigrama.

Stephen BarkerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora