Stephen se despertó, o durmió según la realidad en que se observase, sentado en la misma butaca en la que inició el viaje. Tras inspirar un exceso de aire, como aquél que se nutre de la fuerza necesaria, decidió levantarse. La acción quedó en intento cuando, a medio proceder, descubrió que el suelo de la sala daba en gran proporción a un pozo sin fondo. Reposando de nuevo su espalda, tanteó con sus zapatos para certificar que sus pies alcanzaban restos de suelo. En parte lógico al no caer junto a la rojiza butaca.
—Venga Stephen, que no te asuste una caída impresionante que desmayaría a cualquiera con un desliz de vértigo. —se dijo a sí mismo, levantándose nuevamente del asiento sin desprender sus manos del mismo.
Con la vista más acostumbrada a la escasez de luz del lugar, la cual podía dificultar la observación de las zonas con suelo, pudo empezar a diferenciar las zonas con madera de las que no. El suelo se asemejaba a tablones viejos de madera partidos por el tiempo y el deterioro. Los pasos se presentaban como puentes delgados que venían desde el contorno de las paredes hasta aquella pequeña islita centrada en la butaca.
—Poco a poco... —Stephen empezó a cruzar el puente con los brazos bien abiertos, como un ave que estirase sus alas, procurando mantener el equilibrio y no sufrir un destino fatal y en vano.
Fue entonces cuando una corriente de aire pútrido se impulsó hacia el techo de la habitación, zarandeando al joven mientras su nariz absorbía inesperadamente parte de aquél hedor. La corriente mencionada fue tal que por un instante pensó que sería levantado del suelo.
—¡Puaj! —Stephen tomó impulso hasta alcanzar la pared del final mientras escupía por la nariz y boca tanto de ese aire como le era posible—. Ni en una letrina pública. —maldecía.
Ahora la gravedad había ascendido y el aire era absorbido hacia abajo, provocando que Stephen se arrodillase en una pierna sin desprenderse de la propia pared en la medida de lo posible.
—¿Qué sucede con esta habitación? —inconscientemente evitó soltar un taco, aunque habría resumido su última frase con algo impropio.
El ropaje de Stephen se volvió a levantar, como el propio chico, cuando el aire volvió a ascender. Por un instante sintió un efecto antigravitatorio, aunque no llegó a serlo, y supo que debía alejarse mientras se concentraba en no dar entrada alguna a aquella peste en sus fosas nasales. Pero para su desgracia, el camino finalizaba y un salto era necesario para alcanzar la puerta.
Junto con la ida y vuelta del aire, le acompañaba un sonido estruendoso que cada vez se le asemejaba más a un cúmulo de ronquidos. ¿A caso estaba en la gola de un ser vivo? Fue entonces cuando la imagen de aquella mansión viviente en su pesadilla retornó en su memoria.
—No fastidies... —murmuró mirando la fosa sin éxito al no encontrar nada más que un negro absoluto.
Nuevamente la gravedad ascendió junto con la absorción de aire, comprimiendo las piernas de Stephen al mismo tiempo que comenzaron a crujir los tablones de madera del extremo en el que se situaba Stephen. Un nuevo pensamiento floreció. No tenía tiempo para hacer nuevas comprobaciones debido a que el suelo no resistiría una nueva inspiración. Debía hacerlo sin dudar. Y fue justo en el momento que se detuvo que Stephen se posicionó en forma de atleta y recorrió aquél paso de distancia para saltar con todas sus fuerzas al mismo tiempo que la madera cedía por el impacto de su impulso.
Su salto fue acertado cuando la corriente de aire lo mantuvo sostenido en altura hasta alcanzar el extremo contrario que, de otro modo, habría resultado bastante apurado. Y no se había ofrecido un instante de celebración que salió de la habitación por la única salida disponible.
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Stephen Barker
TerrorUn joven universitario es citado para una interesante herencia a un pueblo entre las montañas por parte de una rama desconocida de su sangre. Sin embargo descubrirá que aquello que va a heredar en Villa Suspiro es algo más que una imponente mansión...