Capítulo 05: El nido de la decadencia humana

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La conversación fue cortada por un veloz Kirkman que llevaba consigo el improvisado mapa. Los dos jóvenes se alejaron minutos después de la zona céntrica de la villa para recorrer viejas edificaciones abandonadas que posaban a las afueras. En general parecían corrales y almacenes sin techo ni uso. Sin embargo uno destacó sobre el resto debido a ser el único de doble piso. El pensamiento que ambos generaron fue acertado al comprobar que la dirección del papel era idéntica a la de aquella estructura.

Si bien se encontraba en mejores condiciones que las simples paredes que formaban las edificaciones de sus cercanías, se trataba de un sencillo edificio de dos plantas de madera. Era fácil de ubicar algunas brechas entre los tablones, especialmente en el piso superior, producto de un aparente deterioro por el tiempo y clima de la villa. Durante un instante, embobado con la vista en los orificios, apareció un ojo amarillo en uno de estos, provocando un sobresalto en Stephen.

−¿Sucede algo, Stephen? –le pregunta Sigmund al ver la reacción inesperada de su compañero.

−Nada... −responde, viendo que el ojo había desaparecido, inmóvil en el lugar, buscando si disponía de una nueva ubicación.

Una diminuta llama de pánico se había encendido en el pecho del joven. Aquél ojo, imaginario o no, le había recordado excesivamente al único que disponía Bram Barker. Un pequeño temblor recorrió su nuca para descender a ambas manos al pensar en aquella imagen. Con un deseo de encararlo, cerró tanto sus ojos como sus puños y suspiró, realizando un sencillo ejercicio de relajación.

−No tengo duda Sigmund, este es el lugar que busco. –afirma Stephen al abrir sus ojos, con un rostro de evidente seriedad.

−Me parece perfecto. Aun así, me temo que no hemos acertado el horario. No hay ningún tipo de luz al otro lado. –con su mano izquierda barría la fachada, indicando las ventanas elevadas, pequeños orificios y la puerta probablemente cerrada.

−No me retiraré. Dormiré frente la puerta si es necesario. No es algo que me atreva a esperar hasta mañana. Debo entrar como sea. –respondía Stephen con la misma seriedad en su rostro, estudiando la posible existencia de alguna obertura.

−Cuidado con lo que sugieres. Hay un tipo que está bajando la calle. –le advierte Sigmund, posando su mano derecha sobre el hombro más cercano de Stephen.

El hombre que avanzaba hacia ellos, algo que no fue advertido hasta que comprobaron que no apartaba su mirada ni dirección de ambos, se detuvo a escasos tres metros de donde se hallaban. Aunque físicamente podría parecer un hombre atlético de unos 30 años, los pequeños detalles de su rostro y cabello denotaban una edad más cercana a los 50.

−¿Eres el nuevo Barker de la villa, cierto? –le preguntó directamente a Stephen, provocando la perplejidad de ambos.

−¿Cómo lo supo, señor...? –respondió con una nueva pregunta para el desconocido.

−Debo admitir que me sorprende que al mismo día de su llegada ya le encuentre frente a mi local. Eres la última novedad de la villa. Puede llamarme señor Brooks. Y sobre su otra pregunta, debería comparar su apariencia con la del, que en paz descanse, Howard Phillips. –responde el ahora reconocido señor Brooks.

−Olvido mi parentesco físico. –Stephen se lleva la mano a la nuca a modo de disculpa.

−¿Qué les trae a ambos frente a mi pequeña guarida? –altera la conversación para conocer el motivo de dicho encuentro.

−Pese a mi edad no he tenido el placer de conocer demasiado el legado Barker. –piensa sus palabras y estira ambas manos adelante a modo de disculpa previa. –No me malinterprete, no vengo a reclamar nada. Solo quería ver el lugar que adoraba mi antepasado Bram Barker. –Sigmund por su parte filosofaba sobre si Kirkman habría enviado al señor Brooks debida a la excesiva casualidad del encuentro. Aunque siendo un hombre de rutina, probablemente fue más una mala coincidencia el haber llegado antes por un escaso minuto

Stephen BarkerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora