Capítulo 07: Cita bajo las estrellas

27 4 1
                                    


–Le consideraba más atento. Tendré que desinfectarle la herida. –en cierta medida regañaba a Sigmund por su falta de preocupación al tratar su rasguño. El joven se sintió algo intimidado ante el felino instinto femenino capaz de apreciar su herida en la presente situación. Aunque quizás fuera más fácil vincularlo al reflejo de luz lunar que emitía el espejo.

Mary desapareció del portal sin ningún tipo de señal para que la siguiese. Por ello, Sigmund decidió sentarse al borde de su propia cama y esperar su retorno. Al parecer no había logrado ocultar que tanto Stephen como él habían hecho movimientos a ciertas horas tardías. Aunque no era seguro, prefirió abstenerse a ser optimista respecto a que ella no les hubiese escuchado regresar con el ruido que expulsaba su querida.

Con el paso del tiempo la hija adoptiva de Howard regresó cargada con un cubo y un par de elementos extras. Ésta se sentó al lado de Sigmund, posando el cubo que resultaba estar lleno de agua frente sus piernas. Su mirada contemplaba de cerca la herida de su frente mientras Sigmund se sonrojaba mirando sus ojos, un sonrojo que quedaría camuflado por la escasez de luz.

–Desconozco cómo es la conducta de los jóvenes de ciudad pero deberían adaptarse a la villa. Prefiero ignorar el motivo de la herida y del hecho que regresasen tan tarde a la mansión. Sin embargo, como anfitriona espero que no se repita. –comentó con una voz inexpresiva mientras acercaba la toalla húmeda a la frente de Sigmund.

–Comprendo la molestia que puede representar nuestra presencia debido a las circunstancias y a la aparente mala conducta. También debo admitir que no comprendo el motivo por el que nos oculta su conocimiento ante los sucesos de mi compañero. –Mary continuaba frotando con cuidado la herida.

–Al parecer fue un duro golpe. Debería reposar toda la noche. –respondía Mary ante la aparente acusación.

–¿Es un acto de propia voluntad o más bien una petición de alguien ajeno? –el rostro de Mary se mantenía invulnerable. –¿Un plan para monopolizar la herencia junto a Kirkman? O... ¿Se lo pidió el mismo Howard? –si bien su rostro mantenía la inexpresividad, Sigmund fue capaz de sentir una breve alteración del ritmo en que frotaba su herida.

–Señor Poe, no debería buscar fantasmas en la noche pues sus ojos terminarán por ver aquello que ansían visualizar. Deseo que tenga un agradable reposo. –la mano de Mary retrocedía junto a la toalla para ser sorprendida por la de Sigmund, que se aferró en ella con suavidad. –Perdone, debo acos...

–Es hermoso ver la lealtad que dispone a su difunto padre. ¿Pero comprende que en este momento lo único que le queda de los Barker es mi amigo Stephen? ¿Quiere repetir el proceso de ver enloquecer a otro Barker? –insistía Sigmund.

–Disculpe, debo... –pretendía evadirlo, girando su cuerpo hacia la salida, olvidando que aún estaba sostenida de la mano.

–¡El tipo menos herido de esta casa es un servidor! –la exclamación detuvo a Mary, quizás por el mensaje o quizás por la sorpresa del sobresalto de la voz de Sigmund. –Me hiciste esperar y me desinfectaste la herida de mi frente. –Sigmund posó su otra mano al hombro contrario de la anfitriona y la hizo girar a él. –Has esperado mucho. Ahora deja que te devuelva el favor sanando la tuya.

El rostro de inexpresividad de Mary se rompió. El dolor y miedo que acumulaba en su pecho estalló para dar paso a las primeras lágrimas. Era incapaz de explicarle pero por el otro lado necesitaba hacerlo. ¿Pero quién era realmente ese chico? ¿Acaso debía contarle aquello que su padre le suplicó que ocultase hasta el momento indicado?

–¿Me permite el lujo de disponer con usted de una cita bajo las estrellas?

Mary no comprendía totalmente la situación. Se mantenía silenciosa, tomando el brazo del compañero de Stephen, para introducirse ambos en el jardín de la mansión. El trayecto previo fue completado con total silencio. Aquél chico tenía habilidades peligrosas. Pese a su inexpresividad supo introducirse en sus pensamientos y obtener información sin que ella se la hubiera propiciado. Incluso había logrado romper su compostura. En cierto modo recordaba a su padre adoptivo. Tenían el mismo don intelectual. Su padre había fallecido pero su imagen, en Stephen, y su intelecto, en Sigmund, habían regresado bajo nuevos nombres.

Stephen BarkerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora