Capítulo veintisiete

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Capítulo 27

Me levanto de la cama con un gruñido y los ojos entrecerrados.

¿Quién dejó abierta la cortina de mi habitación?

Bostezo y cierro de un golpe la cortina, pero, por ser yo, me da el bello obsequio de caerse. Maldita sea. Me pondría a insultar al mundo entero está mañana si no tuviera tanto sueño. 

Me lanzo sobre la cama, cierro los ojos y trato de quedarme dormida. Cinco minutos después, sigo despierta.

La vida es cruel.

Salgo de la cama con pereza y doy pasos torpes hasta la cocina, que está más desierta que el Sahara.

Tengo que acostumbrarme a esta soledad, a este frío, a las mañanas sin café, tostadas o mi madre con cara de Grinch dándome los buenos días o lanzándome agua para que me avispara. Que drama. Eso pasa por no haberme ido con mi padre a Vancouver. Aunque, sé que algún día, de esta semana, se le pasara el enojo a mi mamá; fue duro enterarse de que su hija salia con un hombre casado.

Otra más que tengo que cobrarle a Gabriel; después veré como me vengare.

Me encamino al baño y me aseo, para salir a trotar o a sentarse en los bancos del parque a ver los perros jugar, no sé, creo que una combinación de ambas.

Ya tengo un mes entero entrenando y ya logro trotar más de seis kilómetros sin agotarme. Excelente. 

Después de peinarme —si señores, me peine y arregle el cabello—, agarro mi teléfono que sigue con la pantalla convertida en fragmentos y le ajusto los auriculares. Lo enciendo. Vaya sorpresa, me encuentro con cinco llamadas perdidas de un número desconocido.

Tal vez en el pasado devolvería la llamada, ahora no, puede ser Gabriel y no lo quiero escuchar.

Aunque también puede ser algunos de mis tutores del instituto de psicología... O mi futuro vecino sexy con un pasado oscuro y muchos secretos... Ah, como que voy a devolver la llamada, quizás me gané la lotería que aún no he jugado.

Amanecí de muy buen humor, lo admito. 

Marco devolver la llamada.

Si no contestan al tercer tono, cuel...

—Bianca. Buenos días, ¿cómo amaneciste? —contesta una voz masculina, conocida y desconocida; sí, es confuso.

Me quedo callada por unos segundos mientras mi cerebro procesa de quien es la voz de mi interlocutor.

—Bien, exactamente como una actriz de una novela de comedia-drama —Me rasco el cuello y entrecierro un ojo haciendo un mohín— Em... ¿Quién es?

Ahora el que se queda callado es él.

—¿Hola? —mascullo.

—Sabes quién soy —afirma y suelta una corta risilla.

Sí, sé quién eres.

—¿Luciano? ¿Para que me llamas a las ocho y cincuenta y tres de la mañana? —pregunto después de lanzarle una ojeada al reloj de pared.

Convénceme ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora