Capítulo veintiuno

8.5K 503 31
                                    

Capítulo 21

Mi mejor amigo vacía todo mi ropero. Literalmente, lo vacía. Saca hasta la caja de cosas femeninas, todo. Mi mandíbula cae al piso y solo tengo un pensamiento: descuartizar al rubio llamado Tomás que esta revolcando mi habitación.

—Qué demonios....

—¡Pajarraco piojoso, no tienes ni un solo vestido elegante que no parezca de señora! —gruñe Tommy. Agarra mis vestidos y me los lanza directo al rostro.

—¡Tomás! No voy a ir a ninguna parte —digo enfatizando cada palabra, mejor dicho, repito por novena vez, tendré que explicarle con fresas... No, fresas no, con arándanos tal vez.

—¡¿Cómo que no vas?! ¡Fea pájara desplumada! No todos los días un hombre que provoca comérselo... Y no me refiero al sentido de la comida... Te invita a sa... —Lo interrumpo alzando la mano.

—No me invitó a salir. Me exigió, ordenó, que fuera. No me dejó ni cuestionarme nada, por eso no voy. Además, estoy molesta con él —declaro, me cruzo de brazos y me dejo caer en la cama, de la cual me levanto como un resorte porqué no sé que me pinchó el trasero.

Estúpido Tomás.

—¿Y por qué estás enojada? —Lo fulmino con la mirada, sino fuera mi amigo ya tuviera moscas en la boca a la orilla de algún lago, y no sería por mal aliento.

—Qué sé yo. Tal vez por qué se enoja sin razón aparente... —respondo. Esta vez sí tenía razones—... O porqué es un estúpido, arrogante, idiota, insensible... No sé, creo qué... No sé. Se me olvidó la verdadera razón por la que estoy molesta.

Tommy suelta una carcajada y niega con la cabeza. Se agacha y toma un vestido color dorado antiguo del suelo, lo mira y de repente, realmente, le arranca las dos mangas gruesas que parecían un nudo. Abro la boca y los ojos.

—Tomás ese vestido me lo regaló mi padre cuando cumplí los quince —mascullo entre dientes lo más calmada que puedo y me paso las manos por la cara.

El rubio hace un aspaviento con las manos, restándole importancia a sus acciones y a mi comentario.

—Agujas e hilo —pide como lo haría un doctor en plena operación.

Respiro profundo para no lanzarme a su cuello y asfixiarlo, le señalo una caja verde que esta en la parte alta de mi clóset y él sonríe con inocencia. Deja caer el vestido de nuevo al piso, aumentado mi enojo, toma la cajita en manos y saca lo que me pidió hace segundos.

—Lo dejaré mejor que antes, pajarillo —asegura y se sienta en posición de indio con el vestido y los implementos de costura en manos.

—Te dije que no voy a ningún lado —Mi voz sale dura y seca, lo que llama la atención de Tomás que me mira de reojo y niega con la cabeza. Después saca su celular y teclea unos botones con rapidez y con una sonrisa maliciosa presente en el rostro.

Ay, eso no me gusta mucho.

—¿A quién le escribes? —pregunto con extrañeza.

—La curiosidad no solo mata a los gatos, también lo suele hacer con los pájaros —responde sin observarme. Luego levanta la mirada y suelta una pequeña carcajada al ver mi rostro ceñudo—. A Gabrielito. Tu Gabrielito.

Convénceme ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora