Capítulo veintinueve

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 Capítulo 29

Luciano alza una ceja y frunce el ceño. Su mirada sigue clavada en los papeles que están dentro de la carpeta.

Sí, la extraña carpeta que apareció en mi bolso.

Me acomodo en mi cama, aunque estar acostada en la misma posición, boca arriba, hace que la mejor expresión no sea acomodarme... No señor, sino autotorturarme.

¿Qué hace Luciano aquí? Buena pregunta. Después de casi tres días de tomar medicación fuerte, por fin puedo verlo sin quedarme dormida en el proceso; él vino ya qué...

—¿Ahora me puedes decir por qué me buscaste para que tradujera esta cosa? —dice con sorna.

¿Y este ser por qué está cabreado?

—¿Perdón? —cuestiono y pongo cara de ofendida.

Me lanza una fugaz mirada y cierra de golpe la carpeta, para luego quedarse un momento viendo a la nada, o tal vez ve esa cosa que está pegada en mi pared...

—¿Esa es una cucaracha? —habla con los ojos entrecerrados anclados a la esquina de mi habitación.

Entrecierro los ojos y veo fijamente eso que está pegado a la... ¡Mierda! Sí es una cucaracha.

Suelto un gritillo y me trato de mover. Me dan asco las cucarachas y esa pareciera que en cualquier momento va a volar. Y en efecto, ese feo insecto abre sus alas y se aproxima a andar por mi habitación, pero, de repente, ante todo el revuelo que he armado, la cucaracha termina aplastada por obra de Luciano.

¿Pero qué...? ¡Demonios!

Alfhear, sacude la carpeta y luego la limpia con su pantalón de gabardina.

¡Esto es algo inédito. Juro escribirlo en algún momento!

—¿Qué pasó? —Mi madre hace su aparición por la puerta con el cabello todo lleno de espuma y una camisa vieja apenas cubriendo su cuerpo.

—Nada. Solo una pequeña cucarachita —contesta el castaño y le señala el animalejo ese que mueve una pata.

Lo vuelve a aplastar, pero esta vez con el zapato.

—Emmm... —Mi pobre madre lo ve impávida, después a la cucaracha, luego a mí y por último mira al techo y se da una palmada en la frente—... Personas extrañas... —alega entre dientes, se da la vuelta y se va.

—¿Es mi impresión o me llamó extraño? —interpela Luciano.

Me encojo de hombros. Para que afirmar lo obvio.

—Ahora sí, dime, ¿qué dicen esos papeles? —pregunto.

—¿No me piensas decir para que me pediste que viniera y me pusiste a traducir ese documento? —ataca de nuevo.

Está molesto.

Él, Luciano, molesto parece un gato con rabia. Se ve tiernamente peligroso.

Pongo boca de pato y frunzo el ceño, tratando de hacer un mohín molesto; tengo que aguantar la sonrisa burlona que amenaza con formarse en mis labios.

—Había una nota que decía que te llamará, que tú podrías traducir ese papel —contesto.

El de ojos esmeraldas se le descompone el rostro, hasta solo reflejar nostalgia; agacha la cabeza y traga saliva. Yo comienzo a sentir una tibia presión en el pecho.

¿Por qué de repente me siento culpable?

—¿No podías mejor usar el traductor de google? —declara, pero su voz es tan suave y cansada, que me da la impresión que en cualquier momento va a gritar o comenzará a llorar.

Convénceme ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora