|Despertar|
La suave brisa provocaba leves choques de las hojas contra esa pequeña y vieja ventana.
Tenía leves manchas de diferentes tonalidades.Y daños.
Daños que había recibido debido a las constantes explosiones que había recibido a lo largo de sus años.
¿Y cómo no recibir daños? Si eran ventanas de laboratorio. Y el dueño era alguien calculador y bastante curioso.
Allí se encontraba aquel hombre, de tez pálida y enormes ojeras, cabello verdoso y abundantes pecas.
A uno de sus lentes, —sus favoritos— le faltaba un vidrio, que había volado lejos luego de que accidentalmente un frasco repleto de Sodio cayera sobre un balde de agua provocando una inevitable explosión.Aquel joven científico estaba estudiando libros sin descanso alguno, con su mano en el mentón y el ceño aparentemente fruncido.
Murmuraba para sí mismo sin darse cuenta del notorio bullicio que él mismo provocaba en su extensa habitación, llena de utensilios quirúrgicos, frascos con material de estudio y una enorme luz que enceguece a cualquiera.Parpadeó un par de veces y su bullicio cesó.
— ¡Lo tengo, al fin lo tengo! —exclamó levantándose con rapidez y emoción de su asiento negro, quitando sus pesados lentes para dirigirse a la camilla.
Camilla que estaba ocupada.
Ahí yacía un hombre.
Un hombre aparentemente dormido, con leves cicatrices en sus brazos, cuello, abdomen y piernas, que realmente no se notaban a simple vista.
Se encontraba frío y totalmente desnudo expuesto ante aquel pecoso ansioso, que con mucho cuidado levantaba su cabeza y la dejaba sobre una almohada roja hecha por él mismo.Era simplemente hermoso, la perfección de su físico era notable.
Su cuerpo era delicado y a la vez robusto, su piel tersa pero firme.Eran características difíciles de explicar si no se observaba a aquel hombre con sus propios ojos.
Su rostro sereno le recordaba la imagen de un mismísimo ángel.
Y sus cabellos dorados cenizos combinaban de manera perfecta con la iris carmín que poseía.Suspiró lentamente.
Era uno de sus intentos para calmar la excesiva ansiedad que sentía en esos momentos.—Bien, comencemos. —habló con decisión Izuku Midoriya, un científico amante de la vida.
Tenía 26 años, era delgado con notorias pecas en su rostro, paciente y a la vez alegre, con su distintivo cabello y ojos esmeraldas.
Había dedicado su vida a la ciencia, y la dedicaría para siempre.
Era su pasión, siempre lo fue. Y con su proyecto en marcha no hubiese cosa que lo pudiera detener.
Se colocó sus guantes rápidamente, provocando el sonoro sonido del látex chocar contra su piel.
Entonces, cogió el bisturí.
Carraspeo su garganta. —Intento número treinta y seis. —murmuró, una vez había dejado su grabadora de voz a un lado. Debía grabar todo movimiento que hiciera, para reconocer sus errores. —Abertura en músculo pectoral mayor izquierdo, a dos centímetros de Haz clavicular, para ser exactos. —continuó, ahora para introducir el bisturí de manera rápida para apreciar la abertura del músculo y observar la sangre invadir la zona de trabajo.
Lo hizo lo suficientemente firme para poder abrir su carne con suavidad y exactitud, notando su corazón durmiente.
Respiró una vez más, estaba nervioso, muy nervioso.
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Frankenstein Explosivo ¦Katsudeku¦
Fanfiction«¿Qué sucede cuando eres científico y terminas creando vida? Era la más hermosa criatura creada, perfecta y admirable. Pero claro, sólo cuando dormía.» ______________________________________________ ×Advertencia: Contenido YAOI (chicoxchico) estás...