Capitulo 4: Monstruos

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Salí de la enfermería y contemple los estragos del saqueo, las calles rezumaban a sangre y muerte mezclada con el inconfundible aroma de carne quemada…Pocos sobrevivieron, cuesta creer que un grupo tan pequeño hubiera podido hacer algo así…

Ese día aprendí que la humanidad carece de moralidad, todo lo bueno e inocente muere mientras prevalece la calaña que puebla las ciudades y aldeas regocijándose de sus maravillosas vidas…Me dan asco…El hombre es codicioso, arrogante, cruel y sádico por naturaleza, ¿que clase de dios crea algo así? La religión no es nada más que el opio del pueblo, algo con los que tener controlados a los temerosos e ignorantes que viven sus patéticas vidas con miedo al infierno o al castigo divino.

Lo único que nos protege son los instintos. Los instintos nos empujan para hacer todo aquello que la razón nos prohíbe…yo no confío en nadie, solo mis instintos me guían…

Me dirigí a mi casa y recogí lo necesario, las llaves de la herrería y una capa echa con viejos harapos que me cubría, de la herrería tome esa espada que ayer afilamos, las huellas de los caballos aun se podían ver, eran fáciles de seguir… El sendero proseguía por la espesura del bosque hasta llegar un pequeño claro donde se hallaban acampados, recuerdo sus ebrias caras sonrientes y nauseabundas, algunos dormían mientras los otros se tambaleaban buscando algo en lo que apoyarse. Al fin encontré lo que buscaba, el jinete de anoche dormía sonriente, solo consiguió enfurecerme mas. Me acerque a ellos caminando con la espada bajo la capa, uno de ellos se quedo mirándome al cruzarse en mi camino, “este no es lugar para niños” dijo con la voz borracha sujetándose a mi hombro, un rápido movimiento basto para cercenarle dicho brazo y ensártale mi hoja en el pecho. Los que aun estaban despiertos o al menos podían levantarse cargaron contra mi, recuerdo exactamente que les hice…al primero le corte una pierna y hundí mi espada en su cráneo, al segundo le atravesé la garganta y al tercero le corte la cabeza…No fue fácil, termine cubierto de sangre en gran parte mía, jamás había empuñado una espada pero aun así me sentía cómodo con ella, no me causo ningún reparo propinarles tal destino pues se lo merecían. El seguía dormido con los brazos extendidos y esa cara de feliz beodo, le pise las muñecas para que no pudiera moverse, se despertó quejándose del dolor, pose mi espada sobre su pecho y taje al igual que el había hecho con María, grito bastante, más cuando urge en la herida con la punta del arma, seguía vivo pero agonizando, mi mente no albergaba piedad, solo venganza, aun así esos gritos eran insoportables…le atravesé el cráneo y me fui mientras esos alcoholizados despojos roncaban a pesar de todo.

Cuando llegue a las afueras del pueblo me encontré con los demás niños, estaban recogiendo leña, sus rostros se llenaron de horror al contemplarme cubierto de sangre, gritaron e insultaron mientras me tiraban los palos, esta vez ella no estaba aquí…ella podría haber evitado todo lo que sucedió…Rápidamente embestí al mas cercano y le mate, los demás aterrados salieron corriendo, pero de nada sirvió…les alcance, el mas afortunado consiguió llegar al menos a la entrada del pueblo, la gente permaneció inmóvil ante tal escena, sus ojos se llenaron de espanto al contemplar mi espada hundida en el pecho del muchacho mientras la sangre de ambos goteaba.

Ellas huían ellos atacaban, no entendía que había pasado, antes que renunciar a mi vida me cobrare la de otros, todo empezó, sangre por todas partes mis ojos esta vez podían ver la muerte de cerca, y a pesar de que no lo entendía, ellos tampoco me apenaban, tan solo eran la escoria que durante tantos años me había odiado…sentía una sed de sangre un impulso que me obligaba a matar, no podía detenerme, cuando me quise dar cuenta también había empezado a matar a las mujeres, en medio del a batalla un hombre cargo contra mí, era el padre de María, me golpeo en la cabeza con el martillo, reaccione a tal acto con rabia, la mayoría de mis cortes se los propine en el estómago, cayó al suelo desangrándose...Ya meditaba donde asestarle el golpe final cuando sentí alguien correr hacia mí, me gire dispuesto a matarle cuando María malherida y sin fuerzas me abrazo y susurro a mi oído con tristeza y lágrimas “tú no eres un monstruo”… A días de hoy no se porque lo hice…no ha pasado día en el que no me arrepienta de aquello…fue el instinto, la rabia, la sangre…cuando baje la mirada ya la había matado, mi espada sobresalía por su espalda y su cuerpo quedaba inerte sobre el mío, me aparte un poco con la mirada perdida y apagada, dejando su cuerpo caer al suelo…

Su padre lo vio todo, había visto como apagaba la luz de su hija y murió desangrado entre odio e impotencia. Retorné a la realidad y observe todo lo que había hecho, toda la gente que en cuestión de horas había matado, todo lo que había perdido…Supongo que María se equivocó...

Diario de un monstruoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora