Primera Parte

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–Capitán –concluyó su padre con una sonrisa, tendiéndole su espada.

Shang la tomó, aturdido.

–Capitán –repitió.

–Esta es una enorme responsabilidad, general –el consejero no ocultó su sorpresa, entrecerró los ojos, pasando la mirada entre él y su padre, sugiriendo que escogieran a una persona más apropiada para el cargo.

Shang lo ignoró, estaba demasiado emocionado al sostener esa espada. Capitán. Era un gran honor.

Evitó hinchar el pecho, con orgullo, cuando su padre enumeró sus logros y logró decir un sereno: "Sí, señor", algo sonrojado después de un desliz de efusividad, su padre le sonrío mientras se levantaba.

–Espero un informe completo dentro de tres semanas –dijo antes de salir.

El consejero se retrasó, mirándolo con desdén.

–No pasaré nada por alto –musitó, siguiendo al General.

Shang lo iba a seguir pero se detuvo al notar el peso de la espada, la miró y sonrió, orgulloso.

–Capitán Li Shang, jefe de la mejor tropa de China –dijo, amarrando la espada a su cinto–. No, la mejor tropa de todos los tiempos –rió entre dientes y salió, esperando ver a su padre admirando a sus hombres, alzó la mirada, desconcertándose por el espectáculo que estaba ocurriendo.

Todos los soldados se golpeaban con fiereza, Shang alcanzó a distinguir como un soldado lanzaba a una gallina, otro que usaba a un pescado como espada y, el más grande, se limitaba a comer con entusiasmo un plato de arroz. Abrió la boca cuando uno de ellos se acercó hacia ellos con paso titubeante y, al reconocer a su padre, intentó saludarlo de una forma especial, esbozando una sonrisa desigual. El hombre perdió el equilibrio, desplomándose de forma estruendosa.

–Muy impresionante –murmuró con enfado el consejero.

Shang volteó a ver a su padre, esperando una reprimenda, pero le sorprendió la pequeña sonrisa que estaba en sus labios.

–Buena suerte, capitán –dijo, acercándose a su caballo. Le dedicó una última mirada y se marchó, con todos sus hombres detrás.

–Buena suerte… padre –murmuró, mirando cómo se alejaba, a pesar de haber visto desde pequeño esa escena de forma continua, a pesar de estar acostumbrado a la soledad, seguía sintiendo un nudo en el estómago. ¿Lo volvería a ver? ¿Se sentiría orgulloso de su progreso, a pesar de que vio que sus soldados eran unos insubordinados?

Suspiró y miró al consejero.

–Día uno –dijo éste con petulancia.

Shang frunció el ceño.

– ¡Soldados! –gritó.

Ellos dejaron de golpearse y se separaron, dejando en el centro a un joven de aspecto delicado, que estaba acurrucado.

– ¡Él empezó! –respondieron al unísono, señalando al chico. Shang se acercó, ligeramente enfadado, había quedado como un capitán que no sabía mantener la disciplina en sus filas gracias a él.

Él se levantó y lo miró, sacudiéndose el polvo de forma nerviosa.

–No quiero busca pleitos en mi campamento –dijo, acercándose peligrosamente al chico.

–Perdone –murmuró de forma suave, sus ojos reflejaron incomodidad, de pronto carraspeó y se enderezó. Shang lo evaluó de forma rápida, su cuerpo se veía algo ridículo con la armadura, ya que el chico no estaba acostumbrado a ella–. Es decir, lamento que haya presenciado eso, pero ya sabe –el chico golpeó su brazo de forma juguetona y Shang arqueó las cejas, definitivamente, el chico era un enclenque, su golpe no había tenido nada de fuerza–. Esas inquietudes de hombres: siente ganas de matar algo, arreglar cosas –Shang frunció el ceño, ¿era en serio? ¿Arreglar cosas? –; cocinar a la intemperie.

No pudo soportarlo más, se acercó de nuevo a ese chico, amenazador.

– ¿Cómo te llamas? –preguntó.

Eso lo hizo callar.

–Ah… yo… eh… yo… –balbuceó el chico de forma atolondrada.

–Tu oficial al mando te ha hecho una pregunta –interrumpió el consejero.

Shang lo ignoró y centró toda su atención en el chico.

–Yo tengo un nombre –dijo éste–. Y es un nombre de varón –guardó silencio por unos segundos y miró hacia atrás– Él se llama Ling –murmuró, señalando con la cabeza a su espalda.

Shang miró brevemente al sujeto y evitó poner los ojos en blanco.

– ¡No te pregunté su nombre! ¡Te pregunté el tuyo! –alzó la voz, irritado.

El soldado miró nerviosamente a su espalda,

–Achú.

– ¿Achú? –repitió, comenzaba a enfadarse.

El chico también puso mala cara.

–Mushu.

– ¿Mushu?

– ¡No! –gritó.

– ¿Cómo te llamas? –preguntó, estaba perdiendo la paciencia.

–Soy Ping –soltó, dubitativo.

– ¿Ping? –repitió lo dicho por ese niño por tercera vez, si volvía a decir otro nombre era probable que terminaría con un puñetazo, era obvio que se estaba burlando de él.

–Sí –soltó él, triunfante–. Me llamo Ping.

Shang frunció el ceño, no estaba seguro de ello.

–Quiero ver tu aviso de reclutamiento –pidió, adelantándose un paso, el chico lo timó de su cinto y se lo ofreció de forma titubeante.

Shang lo desenrolló, pensaba que era una especie de broma, muchas veces los jóvenes se retaban entre ellos para entrar a un campamento del ejército y causar estragos. Leyó rápidamente el rollo y alzó las cejas, asombrado.

– ¿Fa Zhou? –preguntó– ¿El guerrero?

–No sabía que Fa Zhou tuviera un hijo –comentó el consejero, mirando al chico con incredulidad.

El chico se sonrojó.

–Es que él no habla mucho sobre mí –masculló Ping, incómodo, después hizo un intento patético por escupir, pues su saliva le quedó colgando de forma cómica.

Shang estaba impresionado, ¿ese chico era hijo de un guerrero como Fa Zhou?

–Ya entiendo porque –le susurró el consejero–. El chico es un completo lunático.

Miró alrededor y descubrió como todos se reían disimuladamente de Ping por su intento fallido de escupir como un hombre.

Empezó a caminar alrededor del que se había convertido en motivo de burla y distracción para los demás.

-Oigan bien, caballeros –comenzó, mirando el desastre que había a su alrededor–. Gracias a su nuevo amigo Ping –lo miró brevemente y caminó para quedar frente a los demás–. Esta noche la pasarán recolectando cada grano de arroz –los soldados se quedaron sorprendidos y, cuando les dio la espalda, escuchó sus gruñidos de enfado–. Y mañana –añadió, mirándolos de nuevo–; comenzará el verdadero trabajo –concluyó, marchándose a su tienda, sintiéndose ligeramente decepcionado, pero con la ligera convicción de que todo sería mejor al día siguiente, porque esos hombres estaban ahí porque anhelaban la dicha del honor, el ser considerados como héroes de China, ¿qué mejor motivación que esa?

Suspiró cuando llegó a su tienda y desanudó la espada del cinto, sabía que era mejor comenzar a pensar en cómo entrenarlos, ya que no sería trabajo sencillo con ese Ping merodeando por ahí.

._._._.

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A los ojos de ShangDonde viven las historias. Descúbrelo ahora