21.-

20 4 0
                                    

Aunque me hubiese gustado ir corriendo al edificio de enfrente y gritar su nombre hasta que todos los vecinos me echasen del lugar a patadas, debo decir que, después de saber que él estaba ahí, justo enfrente de mí (no literalmente) (y había estado todo este tiempo en tan cerca de mí, y al mismo tiempo yo, irónicamente, lo sentía tan lejos y distante), cuando llegó el momento no supe cómo reaccionar.

Alex me dijo todo lo que sabía de Rubén: él se hospedaba en el hotel que estaba frente mi edificio pero, ¿cómo había conseguido el dinero? Se lo robó a su padre. Lo que nos lleva al segundo punto: estaba huyendo de él. Tanto su padre como su hermano le habían maltratado durante varios años y Rubén simplemente había aguantado los golpes, uno tras otro «Yo estoy jodido, Mangel. Y no quiero que me veas», había dicho la última vez que nos vimos. Ahora lo comprendía, sólo un poco, no quería que le viese los golpes, las marcas y cicatrices del maltrato. Estaba aterrado, casi temblando, ¿por qué no confió en mí? ¿Qué habrá pasado por su cabeza para suponer que no haría nada para ayudarlo?

Recordar todo esto me dejó pensando en si de verdad valía la pena ir... quiero decir, de verdad no quería que lo conociera, ¿no estará mal de mi parte aparecer de repente y hacerle pasar un mal rato...? No, tengo que ir. Tiene que saber que no está solo. Tiene que escuchar de mi boca que todo estará bien y que le quiero a pesar de todo...

Respiré hondo, llamé al elevador y mientras éste bajaba me puse a repasar todo lo que tendría que hacer:

1. Abrazarle. (¿Estaría bien hacer eso? Supongo.)

2. Alabar sus dibujos (Alex me contó que había pasado días y noches enteras dibujándome mientras salía y entraba al edificio. Me pareció un lindo detalle que se hubiera dedicado tanto tiempo a observar cómo transcurría mi aburrida vida.)

3. Y luego... ¿qué?

Entré al elevador aún más nervioso. Para cuando estaba cruzando aquel portal ya estaba temblando un poco de los nervios. Lo que vino a continuación de preguntar por el joven Rubén hizo que se me cayera el alma a los pies:

—Sí, sí, un jovencito alto de cabello castaño, ¿verdad?—el tipo que cuidaba la entrada no parecía muy de fiar. No conocía a las personas de su edificio, a no ser que le llevaras un retrato hablado, parece—. ¿Un chico de ojos claros? Mmmh, creo que se fue de aquí ayer por la noche.

—Pero, ¿está seguro?—quería creer que el pobre hombre estaba confundido, quizá estaba viviendo aquí otra persona con los mismos rasgos que Rubén—. Me pareció verlo por aquí justo ayer...

—Que sí, hombre. Lo vi salir con una mochila y después no volvió, aunque tampoco me devolvió la llave...—el hombre parece alejarse de este mundo poco a poco. Quería sacudirlo hasta que me diera las respuestas que quiero, pero, sin embargo, simplemente me limité a carrasquear—. Tampoco se llevó las demás cosas que trajo: libretas y más libretas, y un montón de pinceles, ¿quisieras echar un vistazo? Así te convences de que te digo la verdad.

Asentí.

Subimos por las estrechas escaleras hasta el cuarto piso. La puerta del departamento estaba abierta (había dejado la llave pegada al picaporte) y al entrar no pude evitar soltar un suspiro. Las paredes estaban tapizadas con fotos de mi cara. Había más papeles tirados y otros más amontonados, evité respirar profundo para no tirar nada. El señor que me acompañó dijo algo como «Creo que pensaba mucho en ti» pero mi cerebro no alcanzaba a procesar nada.

Me acerqué lentamente a la pared donde estaban las fotos y me percaté de que no eran fotos: eran dibujos. Montones de dibujos sobre mí. O eso me parecía, el chico que estaba retratado en estos dibujos no se parecía en lo mínimo a mí: estaba triste, como apagado y la sonrisa (en los pocos dibujos que había) eran sin ánimos (¿así me veía? ¿o es sólo la forma en la que Rubén me ve?)

Pero me percaté de algo. Había dos clases de dibujos: en algunos estaba en los lugares que conozco (principalmente en la entrada del edificio donde vivo y la oficina donde trabajo) y eran en esos donde me veía sin ánimos; mientras que otros pocos dibujos estaba nada más yo, sin nada de fondo, todo blanco y lo único que resplandecía era mi mirada la sonrisa. Me veía diferente, como si «el yo» de los lugares que frecuento estuviera triste mientras que el «otro yo» estuviera feliz en... la nada.

El Santuario.

Mi móvil vibró y contesté sin ni siquiera ver quién llamaba. La persona al otro lado de la línea comenzó a hablar antes de que pudiera decir una palabra:

—Tienes que ayudarlo.



n/a: ya sé que me tardo años en actualizar y ya sé que cuando lo hago es muy poco pero no tengo mucho tiempo (y a veces me da flojera escribir, para qué mentir) perdón. :(

p.d: bue a quién le pido perdón si nada más tres personas me leen, jajaja.

p.d2: ¡el próximo capítulo puede ser el final! ¿qué pasará con rubén? les spoileo que regresó a casa de su padre...

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Oct 04, 2017 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Destinados. {Rubelangel}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora