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Fue nada más poner mi cabeza contra la almohada, cerrar los ojos y perderme en la profundidad del sueño. Aquella blanca habitación ahora era completamente oscura pero mi ropa seguía igual. Miré alrededor y busqué con la mirada a Rubén, pero no lo encontraba por ningún lado. Traté de gritar su nombre pero otra vez, de mi boca no salía ni pío.

Me senté en el frío suelo y al cabo de un tiempo terminé completamente acostado sobre éste, esperando a que algo sucediera o a que me despertara, lo que pasara primero, como fui haciendo las últimas noches antes de verle por primera vez.

Pero después de un rato terminé fastidiado. Estaba cansado de la monotonía de mi vida y no hacer nada en general como para seguir en ello hasta en mis sueños. Me puse de pie y comencé a registrar el área en la que me encontraba. Me di cuenta de que la habitación en realidad no era muy grande.

Decidí darme por vencido y recostarme de nuevo cuando escuché cerca de mí que alguien susurraba. «Eh», se escuchó del lado izquierdo de la habitación. Giré mi cabeza y no pude reprimir la sonrisa al verle de rodillas a un lado de mí.

Él sonreía apenas, mas bien como de forma cansada. Me incorporé rápidamente y traté de acercarme a él pero me golpeé la frente con algo. ¿Un vidrio? ¿Entonces estábamos en habitaciones separadas y estaban divididas por vidrios? ¿Desde cuándo? Me maldije por no haberme dado cuenta de eso antes.

Coloqué mi mano sobre el vidrio, estaba frío pero cuando él colocó su mano sobre el cristal, pude sentir su calidez a través de éste.

«No tenía idea de que había cristales aquí» dije bajo, casi como un susurro, como si me lo estuviera diciendo sólo a mí y no a él.

«¿En serio?» preguntó él con tono gracioso, parece que le hacía gracia mi ignorancia. «¿Hace cuánto que estás aquí? Porque si llevas mucho tiempo, me resulta tonto que no te hayas tomado la molestia de averiguar un poco del lugar.»

Me rasqué la nuca tratando de decidir si decirle cuánto tiempo llevaba viniendo aquí o no. La verdad es que sí era tonto no haber investigado el lugar, seguro él se la pasaba por aquí y por allá.

«¿Tú sí vienes mucho por aquí?» le pregunté al fin. Él se rió por lo bajo.

«Wow, eso suena como si estuvieses flirteando conmigo, ¿sabes?» rió por un momento y después me miró fijo. «Creo que es injusto que sepas mi nombre pero yo no el tuyo.»

«Me llamo Miguel, pero todos me dicen Mangel. Puedes decirme así si gustas...» hice una pausa y después concluí: «... Rubén.»

Desperté justo cuando sonrió otra vez.

Destinados. {Rubelangel}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora