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Hace algunas semanas

Por Rubén

Yo sabía cómo funcionaba esto.

Lo vi a lo lejos, desorientado y sin saber dónde está, supe que él no tenía ni la menor idea de nada. No sabía (y quizá nunca llegaría a entender) el poder que tenía estando aquí. Se nos daba la oportunidad de ser quienes quisiéramos, hacer lo que se nos diera la gana, hacer lo que no podíamos estando despiertos.

Estábamos en algo parecido a una realidad alternativa.

Y sé que pueden pensar que es una tontería y que me lo estoy inventado pero es verdad. Aquí, los que hemos llegado, podemos estar en paz. Quizá porque en nuestra realidad lo estamos pasando mal, quizá porque queremos escapar de algo, o quizá porque no nos sentimos lo suficientemente a gusto con la realidad. Sea lo que fuere, se nos dio este regalo, este pequeño espacio para estar tranquilos, o así lo veía yo.

Mangel, sin embargo, no lo sabía. No estaba al tanto del regalo que se le había dado. Al principio se le notaba totalmente confundido, sin saber por qué estaba ahí. Yo quise explicárselo pero muy en el fondo sabía que sería mejor que descubriese esa paz por sí mismo al transcurrir el tiempo.

Luego de que nos vimos por primera vez, lo busqué por internet porque su rostro se me hacía familiar y vaya sorpresa me llevé cuando me enteré que era hijo de uno de los empresarios más grandes del país. Mi padre había trabajado en una de sus oficinas pero lo despidieron porque llegó ebrio (cómo no) a trabajar e insultó a unos clientes.

Había encontrado la dirección del lugar donde trabaja y me pareció buena idea ir a verle. La verdad es que tenía muchas ganas pero no me atrevía a hacerlo por miedo a que me rechazara, ¿qué tal si no era así de amable y buena gente conmigo en la vida real? Me tomé varios días para pensarlo.

No sé de dónde saqué el coraje para tomar la decisión de ir a buscarlo. Tomé un autobús y durante todo el trayecto me repetí a mí mismo que estaba bien si me rechazaba, que por lo menos ya sabría que no tendría que hacerme más ilusiones con él; me dije que estaba bien, traté de convencerme de que si él se comportaba grosero conmigo, si veía que tenía la cara llena de moretones y heridas, si descubría que estaba roto en todos los sentidos me ayudaría... traté de convencerme de todo eso mientras entraba a aquél lugar tan lujoso en donde trabajaba.

Pasé por la recepción y la recepcionista me miró raro pero no dijo nada, no me preguntó a quién buscaba o qué hacía alguien como yo ahí. Sólo me miró, sonrió de lado y bajó la mirada de nuevo a la computadora.

En realidad, si le hubiese preguntado dónde se encontraba la oficina del señor Miguel Rogel tal vez hubiese sido la peor (o mejor) decisión.

A mis espaldas se escuchaba su voz. Él estaba ahí.

La reconocí, podría reconocerla aún estando lejos o en una habitación llena de personas hablando y gritando sin parar. Se me erizó la piel cuando rió por lo bajo, justo como lo hacía cuando escuchaba lo que le decía.

Me giré a verlo, casi se me sale el corazón cuando lo vi ahí parado charlando con varios tipos. Busqué con la mirada un lugar donde esconderme y no se me ocurrió mejor escondite que atrás de una planta grande que había por ahí.

A través de las ramas lo seguía observando. Vestía de traje, cuando nos encontrábamos siempre llevaba ropa casual; jeans y alguna camiseta con algún logotipo divertido. Además, estaba peinado lo cual me pareció gracioso. Y, oh cielos, incluso era más hermoso en persona. Más alto, más fornido, más precioso, más inalcanzable...

«Así que ésta es tu realidad, Mangel» pensé.

Una realidad muy diferente a la mía.

Era exitoso, hijo de un tipo exitoso que probablemente le heredaría sus empresas y sería aún más exitoso. Sus amigos (que yo asumí eran los chicos con los que estaba hablando) eran exitosos también. Quizá un poco menos que él.

Quizá su vida era perfecta, quizá cenaba en los mejores restaurantes de la ciudad y no las porquería que vendían en los puestos de comida rápida. Además, seguro que es mucho más listo que yo, eso está claro. Ya había terminados sus estudios y yo... bueno, se podría decir que estoy en ello. Apuesto a que vive en una casa llena de lujos, que tiene una televisión enorme, un gran jardín y que está ubicada en la mejor zona de la ciudad, y en cambio yo vivía en una pocilga que ni siquiera podemos pagar.

Seguro que tenía miles de chicas detrás de él, esperando por su atención. ¿Y se supone que perdería el tiempo conmigo? Miguel Rogel no perdería su valioso tiempo en mí, por supuesto que no.

Entonces, ¿por qué seguía ahí? No lo merezco, ni él a mí. ¿Por qué seguía con mis estúpidas ilusiones de que algún día pudiéramos llegar a tener algo? ¿Por qué seguía esperanzado con que me vería, sonreiría y correría hasta a mí?

Me coloqué la capucha y con la cabeza agachada pasé junto a él mientras él camina hasta su oficina. Supongo que estaba ocupado hablando con sus amigos porque ni siquiera volteó a verme.

Fue entonces cuando me di cuenta de que Miguel Rogel era real pero Mangel no. Mangel sólo era una parte de él, muy pequeña y muy en el fondo de su ser, era esa parte de él la que no se atrevía a mostrar al mundo pero a mí sí.

Pensaba en que tal vez mi cerebro sí se había inventado a tal personaje basado en alguien más. Y que tendría que conformarme con ese Mangel creado por mí que era completamente irreal. Me parecía muchísimo mejor pensar en eso en lugar de pensar que Miguel era el verdadero y jamás llegaría a su nivel.

Salí de ahí con un nudo en la garganta y no pude evitar derramar un par de lágrimas.

Creo que al final no estábamos destinados a ser nada porque él era demasiado bueno para mí.


Destinados. {Rubelangel}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora