Capítulo ocho: Amor para el príncipe

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C

hars ―dejó la taza de café en la mesa y se puso de pie para lanzarse a los brazos de su novia Alejandra. La joven enredó las manos en su cuello y lo apretó con fuerza sintiendo el cuerpo de él sacudirse ante el llanto―. Estoy aquí, cariño. Siempre he estado aquí.

―¿Desde cuándo me volví un problema en tu vida? ―Ella rio entrelazando sus dedos para después sentarse en la mesa más apartada de la cafetería. Ale lo miró viendo lo cansado que se veía, las bolsas oscuras bajo sus ojos claros y el cabello apuntando a varias direcciones, resultado de las veces que se lo había halado―. Tú mereces más que un hombre con una hija y mil problemas, cariño. Eres joven y brillante.

―Y yo estoy enamorada de ese hombre que le apasiona escribir, ese hombre que daría la vida por proteger a su hija ―lo interrumpió y él soltó el aire contenido, para después sonreír mientras sus mejillas adquirían un color rosado. Él parecía no creer la estupenda persona que era, a veces creía que aquella mujer destruyó la autoestima de Charles―. Recuerdo mi último año de universidad.

―Eras la alumna con mayor rendimiento académico y la alumna que tenía una fila de admiradores. Tu profesor era buen amigo mío y siempre te mencionaba ―dijo él sonriendo, viendo las mejillas rojas de su chica. Ella era preciosa―. Tuviste que terminar la universidad para acercarte con una carta donde expresabas tus sentimientos hacia mí, ¿eh?

―¡Calla! Fue muy vergonzoso. ―Entre tanto dolor se echó a reír. Se puso de pie y se sentó al costado de ella envolviendo los brazos alrededor de su cuello. La chica cerró los ojos y entrelazó sus manos viendo por la ventana―. Estaba enamorada del profesor de literatura, ese que parecía vivir en otro mundo porque apenas se percataba de la presencia de los demás, pero esperé terminar la universidad para declarar mis sentimientos. Tú estabas tan sonrojado que hasta tartamudeaste, me ayudaste con trabajos y al final, las citas se convirtieron en veladas largas. Los besos en las mejillas terminaron siendo besos en la boca que duraban mucho.

―Ajá. Lograste cautivarme, preciosa.

―¿Cómo es ella? ―Alejandra se atrevió a preguntar y él bajó la mirada viendo sus ojos claros, llenos con curiosidad. Soltó el aire contenido y se acercó más a ella―. Ella no es buena, Charly, es una persona cruel.

―Alguien insatisfecha de su vida que viene a joderme otra vez ―murmuró distraído―. Hubo una vez que ella me llamó. Aurora tenía hambre y yo solo tenía unas cuantas monedas en mi bolsillo.

―¿Qué sucedió? ―Cerró los ojos y una sonrisa triste se formó en sus labios delgados. Se sumió en recuerdos y ella esperó pacientemente mientras era abrigada por su cuerpo.

―¿A cuánto está la leche, doña Marta? ―inquirió Chars, viendo la hora en su viejo reloj. Eran las doce y no había tenido trabajo ni tampoco clases en la universidad. Aurora yacía en sus brazos, con la cabeza recostada en su hombro y con los ojos cerrados. Él besó su frente y metió la mano dentro del bolsillo de sus pantalones tanteando cuánto de dinero tenía.

EL CAFÉ SE ENFRIÓ ( DISPONIBLE EN AMAZON)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora